La madre de Miguel Reta, aficionada de décadas a la tauromaquia, le soltó extrañada, al escuchar a su chaval al teléfono tan puntual: “Pero hijo, ¿qué raro? ¿qué pronto has llegado hoy?”. Es que los toros cada vez corren más, le recordó Miguel. Ese telefonazo al concluir la carrera dice que es “el mejor encierro que he tenido en la vida. Llamar a mi madre, a mi mujer y a mi hija Alba cuando ya ha terminado todo es incomparable, me gusta mucho disfrutar de la familia. Los encierros son todos buenos si acabamos en tierra, en pie y sanos”, habla Reta, un pastor de 57 años que cumple 30 con la vara en la mano, ganadero, ingeniero agrónomo y que regresa en Sanfermines a Pamplona “de okupa a casa de mis padres” para volver a ser el txiki inquieto y amante de los animales que un día descubrió el mundo del ganado bravo y todavía sigue explorando aquel descubrimiento.
Reta se ha convertido en todo un emblema del encierro. La liturgia de estrechar las manos a los corredores en la curva de Mercaderes se repite un día tras otro, como si él tuviera en la palma enrollado parte del capotico y portara una varita mágica.
Forma parte de un equipo de diez pastores en la calle, repartidos cada 50-80 metros en el recorrido, y liderados por el mayoral de la plaza Jesús Merino, que recuerda que fue quien le reclutó allá por 1994 para el pastoreo, toda vez que se dejaba ver recortando en cualquier festejo popular que se preciara. A Reta, cuya afición le brotó de su abuelo materno, Manuel Azcona, que fue tratante de ganado, aquella encomienda con 27 años le resultó un caramelo. “Al principio me llamaron como algo temporal, como si fuera interino. Había un pastor de Carcastillo (Cecilio) que había tenido un accidente en la fábrica y tenía dañada la mano y ahí fue la primera vez. Yo andaba recortando todo lo que podía y me encanta esto, como para no ser pastor del encierro. Lo que no sabía entonces es que me iba a quedar 30 años”.
El pastor empezó de corredor con precocidad, siendo menor, cuando empezó a enlazar carreras en Santo Domingo, y luego el ansia de coger toro le llevó más arriba. Salía desde el bar Fitero, corría Telefónica y entraba por el callejón hasta el coso taurino, donde se dejaba ver con la blusa de su peña, la Armonía Txantreana. Como Miguel Reta no ha sido nunca culo de fácil asiento, resulta que también estuvo varios años tocando en la txaranga de la peña Los de Bronce y a la hora del encierro se escapaba con la indumentaria a cuadros azules y blancos de estos últimos. Como pastor empezó en mitad de la cuesta de Santo Domingo, luego le reubicaron en un ventanuco en la bajada de Javier y, desde hace años, cuando a otro mítico pastor como Rastrojo lo enviaron a corrales, pasó a ocupar su puesto en la curva de Mercaderes. Ayer, en el encierro de los Vitoriano, se le observó bajar como un rayo de los tablones y perderse entre una multitud que le llenaba de obstáculos, sopapos y codazos. “No te puedes hacer a la idea de la cantidad de gente que corre detrás de los toros. Y claro, cuando me bajo del vallado, me come la gente. Esto ha cambiado una barbaridad”, recuerda.
Del ayer de hace tres décadas al hoy, este gran aficionado destaca que “el cambio más enorme que yo aprecio es que antes era la masificación desorganizada y sin conocimiento y el encierro ahora es una masificación organizada y con mucho conocimiento. Sanfermines es la catedral de los festejos taurinos. Aquí vienen los mejores corredores del mundo, que se cogen vacaciones, se gastan sus ahorros, para venir a correr aquí toda la semana. Cuando yo empecé esto era mucho folklore y mucho guiri, dentro de un espectáculo que es siempre libre y anárquico. Pero ahora estás rodeado de profesionales, gente que corre como nadie y que nos hacen una gran labor”.
Amante del encierrillo, “un acto maravilloso que me devuelve a la esencia antigua de la fiesta, a lo que yo he mamado en casa cuando veía bueyes bajando por Labrit” y que se emociona con dos escapadas que hace a la procesión, el pastor dice que vive la fiesta trabajando más que nunca. Se levanta a las 5.30, dan de comer a los animales, los enchiqueran, embarcan a las vaquillas, a los bueyes... “El encierro son dos minutos, se nos ve fuera, pero nuestro trabajo está dentro”. No le faltan percances y magulladuras, tres cornadas, ninguna en Pamplona, hombros y muñecas fracturadas, y una nariz partida el día del famoso montón de los Fuente Ymbro, cuando al llegar con los cabestros de cola al callejón “me topé con un tipo extranjero, un armario que, al ver el tapón, se frenó en seco y sacó el codo. Y claro, a mí con metro y medio, me dio en toda la nariz y me la rompió”. En otro encierro, hace pocos años, con tres Cebada Gago sueltos por la calle, recuerda que “lo pasamos realmente mal. Ahí cagamos cerillas. Pero eso es lo bonito. Donde se ve que quien mandan son los animales. Rastrojo me salvó por la campana de que me cornearan. Y otro día, en mitad del corral, también me salvé por los pelos de una embestida segura”, recuerda Reta, un hombre feliz en esta salsa.