El primer sábado de estos Sanfermines no defraudó. Un lleno absoluto de hoteles, restaurantes... Pero también de las calles dejó la ciudad medio grogi a falta del Pobre de mí. Y así hasta el año siguiente.

Las aceras sufren el tránsito de la multitud. Cada esquina amanece repleta de basura, algo parecido a pis y colillas de cigarro. Eso ocurre en casi todo el Casco Viejo de Pamplona, menos en el tramo del recorrido del encierro. A las 7 horas de la mañana, trabajadores del Grupo FCC, encargados de limpiar las calles pamplonesas, dejan el recorrido impoluto para que el espectáculo no pierda su brillo. El paisaje más impactante se refleja en la Plaza del Castillo cada amanecer. Bolsas y botellas cubren el suelo hasta ocultar el adoquín que sostiene el afamado quiosco. Sin embargo, todos los días, cuando la plaza recupera el trajín hacia medio día, la plaza luce reluciente, gracias al trabajo de estos profesionales. La ciudad se recupera día a día, pero el sábado le cuesta más.

El sábado consiguió un lleno absoluto. Este año, al haber sido el chupinazo un domingo, el único sábado había que aprovecharlo. Además de los pamploneses que aprovechan el día festivo del domingo para alargar sus noches, miles de personas de otras ciudades del Estado y del mundo se acercaron a Pamplona a disfrutar de las fiestas. Si el martes se podía caminar sin problema por la calle Jarauta, cruzar la senda de las Peñas se convirtió en tarea para los más valientes. Largas colas para el baño, para pedir en los bares, para poder acercarse a los escenarios de los conciertos... y como lo sufrió la población local, también lo sufrió la ciudad.

Colapso en la ciudad

Los Sanfermines de este año han marcado la diferencia, sobre todo, desde la perspectiva del transporte. La huelga de las villavesas ha sido diferencial en llegar antes o después a casa, y de ese modo, en valorar si el siguiente día se alarga tanto la noche como en el anterior. “Vine el martes pasado a Pamplona y este fin de semana ha sido distinto. Nos costaba casi una hora y media ir hasta donde teníamos el hotel porque los autobuses y los taxis no llegaban”, asegura Jesús Orbaiz Platel, natural de Burgos, esperando en la estación de Yanguas y Miranda. José Larrínaga, de 29 años y mexicano pero con abuelos navarros, añade que “si no tienes fuerzas en las piernas, te merece más la pena quedarte dormido en un banco que esperar el transporte y llegar a casa”.

Alojamiento, batalla perdida

Los precios no perdonan y menos en estas fechas en las que, debido a la alta demanda, los precios se desorbitan. Las personas más mayores, con una mayor necesidad de comodidad, acceden a dejarse cientos de euros en una habitación en la que pasar la noche. Sin embargo, los jóvenes buscan otras alternativas, porque las cifras de una habitación de hotel superan con creces las que se pueden permitir.

Los más valientes duermen en la estación de autobuses mientras esperan el bus, otros incluso traen el coche y, aparcados en un parking público o lanzadera, duermen en el mismo vehículo para no gastar más que la gasolina del viaje. Muchos lo hacen, porque cada vez menos pueden acceder a una habitación.

Y no solo ocurre con la vivienda, también con la alimentación y la bebida. Aunque estos recursos parezcan ser más selectivos al tener más opciones, los precios de las bebidas y comidas en San Fermín se convierten en despropósito comparado con una noche de fiesta en noviembre. Y lo mismo pasa con las comidas. Celebrar una comida popular, en familia o entre amigos en un restaurante se convierte en odisea. Precios de hasta 60 euros en restaurantes en los que el menú, durante el año, no supera los 30.

Sin embargo, siempre es lo mismo. La excusa de “si lo quieres, lo tendrás que pagar” vuelve a imponerse y todos acabamos pagando lo que haga falta por disfrutar. Hasta que llegue un día en que no podamos pagarlo.

Ahora toca recuperarse. Del sábado multitudinario y de toda la semana. Pero aún queda el Pobre de mí para cerrar las fiestas.