pamplona. La historiadora Amelia Guibert Navaz presentó ayer en IPES la biografía de su abuela: María Ana Sanz Huarte (1868-1936). En primer término, mujer. Fue pionera en educación y acción social.
¿Por qué decidió escribir sobre su abuela María Ana Sanz?
Me he sentido casi como obligada a hacer esta biografía porque aunque no conocí a mi abuela fue un referente para toda la familia. Su hija Amelia, mi madre, nos habló de ella desde nuestra más tierna infancia con verdadera adoración. Recuerdo que me encontraba con sus alumnas y me decían: "¿Eres nieta de doña María Ana Sanz? Fue una mujer increíble en la Pamplona de su época. En un mundo protagonizado por los hombres María Ana fue una mujer relevante por méritos propios.
¿Cómo definiría a María Ana Sanz?
La definiría, como digo en la introducción, como una mujer excepcional por su personalidad dinámica y emprendedora, abierta y comprometida con el cambio. Lo fundamental de su obra fue que creó una identidad de las mujeres. No lo hizo sola, todos los regeneracionistas lo hicieron y lo inculcaron a sus hijas y alumnas. La mujer vivía una situación de esclavitud y luchó para que el código que regía para ellas cambiara. María Ana Sanz quería liberar a los dos sectores oprimidos en aquella época: la mujer y los niños.
Las mujeres y los menores fueron sus obsesiones y trató de mejorar sus vidas a través de la educación.
Su acción primordial fue la educación de la mujer y su gran obra fue la transformación de la Escuela Normal. En el caso de los niños trató de aportarles no solo lo que necesitaban en el ámbito educativo sino también que estuviesen alimentados, bien vestidos, abrigados... Fue de la generación regeneracionista y aplicó el famoso lema Escuela y Despensa. Tenía muchísimo sentido práctico y quiso meter la despensa en la escuela. De ahí que crease las cantinas, las colonias, el ropero escolar... Veía a los niños como si fuesen de su familia y quería atender sus necesidades. Otra de sus obsesiones fue la higiene. En esa época había mucha mortalidad infantil, de hecho un hijo suyo murió, y en muchas de las conferencias que organizó se hablaba de la higiene.
Cuenta en el libro que la ejecución de un reo transformó a su abuela. ¿Qué ocurrió?
Mi abuela trató de evitar la ejecución del reo Juan Gastón. Escribió artículos en prensa, recogió 6.000 firmas, movilizó a las mujeres, a las instituciones... Fracasaron relativamente, porque aunque fue ejecutado, ese hito transformó a mi abuela. Desde ese momento se implica totalmente para tratar de que no vuelva a ocurrir. Gastón fue ejecutado por delinquir y María Ana quiso trabajar y ayudar a los menores para que evitar algo similar. Era pedagoga, pero además de introducir corrientes pedagógicas nuevas también apostó por la acción directa hacia los menores. Esa pedagogía preventiva y rehabilitadora se convirtió en la principal línea de actuación en su vida.
Convirtió la Escuela Normal de Elemental a Superior. ¿Qué más cambió con la llegada de su abuela a la dirección?
El paso de Elemental a Superior fue muy importante para Navarra ya que hasta entonces las maestras debían ir a Bilbao o Zaragoza a terminar la carrera. Con ella, la escuela comenzó a participar en congresos pedagógicos, donde participaban los que estaban renovando las escuelas, y, como seguidora de la Institución Libre de Enseñanza, cambió la relación entre directora, profesoras y alumnas, se realizaron excursiones, bibliotecas, ciclos de conferencias... La Escuela Normal se transformó completamente durante su mandato. Se convirtió en el punto neurálgico de la cultura y la acción social; en una escuela abierta a las innovaciones y a la ciudad.
También introdujo la Cátedra de Euskera en la escuela.
Consideró conveniente que las maestras hablasen euskera, ya que cuando iban a zonas rurales se encontraban niños que sólo hablaban esa lengua.
Se podría decir que su abuela fue una revolucionaria. ¿Por qué?
Porque lo quería cambiar todo especialmente en el mundo educativo. Se reveló contra aquella educación, quería transformar la escuela, liberar al menor de la opresión del aula. Le horrorizaba lo de la letra con sangre entra. Y en su escuela lo erradicó.
Una mujer tan adelantada a su tiempo. Habría quien no la miraría con buenos ojos. ¿Tuvo retractores?
Era enormemente diplomática y tenía un gran magnetismo y una gran fuerza en su mirada. Era correcta, educada y sabía moverse con diplomacia. Dicen que nunca fue partidista, se llevaba bien con todo el mundo. Los posibles detractores estuvieron dentro del feminismo. Era muy defensora de la autonomía de la mujer, no le gustaban las mujeres florero sino la mujer inteligente, culta, dueña de si misma, lo que en su opinión no estaba reñido con ser madre. Algunos libros le enmarcan en el feminismo católico o en el que cree que la finalidad de la mujer es ser madre. De hecho, se lo he ofrecido a las librerías de mujeres y muchas no lo han querido. Pero ella tuvo claro que no había que renunciar a nada. Quería que nos valiéramos por nosotras mismas, que estudiáramos y que si queríamos ser madre, que lo fuéramos.
¿Cómo vería a la mujer actual?
El otro día me operaron de cataratas y cuando vi que todo el equipo eran mujeres me acordé de mi abuela. Estaría orgullosa de los avances y de su presencia en las universidades. Pero seguiría luchando porque queda mucho por hacer. En estos tiempos le gustaría que la sociedad civil tomara las riendas.
¿Como le ha marcado el legado de su abuela?
Tuve muy claro que quería ser profesora. Creo en el valor de la educación, me lo inculcó mi madre y a ella mi abuela. La labor del profesor es educar ciudadanos críticos. Como mi abuela, pienso que la educación sirve para transformar y mejorar.
Su abuela tuvo un papel relevante en el ámbito educativo, social y cultural en Pamplona. ¿Cree que su figura ha sido reconocida?
Si me he animado a escribir es porque he visto que no se le conoce. Me sorprende porque Navarra ha sido una comunidad que ha tenido mucho respeto por los suyos. Sin embargo, creo que María Ana Sanz, que lo fue todo en Pamplona, no ha sido reconocida como se merece.