LA polisemia es la cualidad que tienen algunas palabras de albergar varios significados. Es el caso de vocablos tan conocidos como planta, ojo, muleta, cresta, cabeza o pico entre otras. Son palabras pluriempleadas que pueden dar ocasión a equívocos, gracias y chistes. Supongo que conocerán ese que dice que van dos hombres por la calle y al paso de una mujer uno de ellos comenta: "Mira, esa tía es una p?" El otro, azorado, pero rápido y al quite le responde: "Hombre, fulano, que es mi hermana." A lo que el primero, amparado en la bendita polisemia y en una más que notable desvergüenza, sale al paso y contesta: "Oye, tranquilo, que yo lo decía en el buen sentido."

Es un chiste, pero la realidad no solo supera la ficción sino que de hecho la crea. Y la ficción recrea la realidad, la amplifica, no para distorsionarla, sino para difundirla, para hacerla más visible bajo la lupa que permite la observación detallada con la crudeza del aumento. María Jesús Izquierdo, que es una mujer lúcida, profesora de Teoría Sociológica de la Universitat Autónoma de Barcelona, doctora en Economía y experta en temas de género, es también la creadora del Grupo de Estudios de Sentimientos, Emociones y Sociedad (GESES), donde investiga los chistes como manifestación emocional de la vida social y las relaciones entre maltrato y cuidado en el ámbito familiar. Hace bien María Jesús en investigarlos, porque los chistes actúan como reflejo, metáfora y válvula de escape y revelan lo que a menudo oculta la corrección política del discurso. Son una cosa muy seria y hay que escucharlos bien para entenderlos más allá de la carcajada. No son inocentes, y si salen de un juzgado, son, por lo menos, presuntos.

El chiste, que no lo es, de la semana ha tenido forma de fallo judicial (fallo, otra palabra polisémica) y resabios de gramática parda. Nos hemos enterado de que llamar zorra a la esposa o a la vecina o a cualquiera que pase por la calle no constituye ni insulto ni menosprecio ni delito sino que es la forma admirativa y coloquial, casi envidiosilla, de resaltar la astucia y la prudencia de la calificada. Si cunde el ejemplo, veremos sentidos epitafios como "A mi mujer, que fue buena, inteligente y zorra" o bonitos anuncios de fregasuelos "¿Harta de productos caros y que no le satisfacen? No se deje engañar. Casalimp, para zorras como usted." Así, incorporando la palabra en lo cotidiano con desenfado y cívica normalidad, enriqueciendo el lenguaje. Claro, que ya en esta veredita zoológica, habremos de admitir también que llamar cerdo es la manera cariñosa de decir del otro que no tiene desperdicio, que todo lo suyo es bueno, incluso ibérico. ¿Y camello, vaca, burra o burro, víbora, vampiro, mosquita muerta, pulpo, moscón, rémora, lapa, sanguijuela? ¿No tendrán su oportunidad? Eso si hablamos de animales. En cuanto a los vegetales, es una pena que a ciertos jueces no se les pueda pedir peras.