Una de esas frases que parece adornar a quien la suelta venga o no al caso y que me pone los pelos como escarpias es esa que dice no hay casualidades, sino causalidades.
Les cuento y luego retomamos. La familia se cae. La mía. La familia como institución también lleva lo suyo, pero no quiero hablar más que de aquello de lo que puedo dar fe. Y también quiero decir que hay que ir a cara descubierta, sin anteojos.
Ambas cosas las he visto muy claras esta semana. Hay momentos en que los aprendizajes vitales se condensan, como si se preparara la selectividad y todo fuera repaso y síntesis.
El domingo comenzó el desmoronamiento familiar y, para hacerlo canónicamente, empezó por padre. Fuimos al monte a por setas. No diré dónde porque se dice el pecado pero no la localización, que va a ser ponerse a llover y llenar zacutos y cestas a tutiplén siempre que mantengamos las coordenadas en secreto. Generosidad limita con setas. Se siente. El caso es que buscando afanosamente en la montiña, padre resbaló en una pendiente sobre la hierba mojada y cayó rodando un rato largo con un movimiento uniformemente acelerado por la gravedad ante la mirada de dos adultos y dos niñas. Pasó con la cabeza rozando un pedregal y pudo haberse roto tres o cuatro huesos y aún así dar gracias. Por suerte, solventó la bajadica con varios arañazos, erosiones y un tundimiento generalizado pero ni tan mal. En el descenso, como Pulgarcito, fue dejando tras de sí las gafas, el móvil y la navaja. Se recuperaron. Yo perdí las mías tragadas por la maleza, como las ruinas mayas, y hasta ahora.
El lunes madre bajaba de la villavesa en una parada donde el desnivel entre el vehículo y la calzada es notable por las especiales características del asfaltado y al hacer un esfuerzo para salvarlo le dio un crujido lumbar que la dejó poco sostenible y renqueante y aún estamos así así porque se le sube se le sube y se le baja el dolor por todo el cuerpo y es que somos una unidad. Las personas, quiero decir, y la columna sobre todo. La columna es, para entendernos, como la columna vertebral de las personas. En este lance afortunadamente no perdí nada.
El miércoles, como el jueves había huelga y el viernes no se madrugaba y además el cine costaba 2,90, Julia, que es también de la familia, se fue a disfrutar del séptimo arte. Al volver a casa, con poca luz, era tarde porque al día siguiente no había que madrugar porque había huelga, eso, que la culpa la tiene Wert, se cayó y acabó en urgencias. No había pasado ni un día y perdí el segundo par de gafas de la semana.
Lo que les decía, que si ahora alguien suelta la frasecita de arriba, seguro que me río.