Bilbao - Cuando se afronta la realidad de forma consciente es posible articular una respuesta adecuada y cabal a las circunstancias adversas, con las que también podemos aprender y mejorar nuestra autoestima.

Diría que hablamos de una capacidad en retroceso. Encajamos los golpes de la vida peor que nuestros mayores. Y los más jóvenes, peor que nosotros.

-Eso parece. Mi impresión es que las generaciones que nos han precedido han sufrido tanto que han pretendido que los que hemos venido detrás lo hagamos menos, y así sucesivamente. El resultado es que no protegemos (digo bien) a las personas jóvenes, sino que las hiperprotegemos no poniéndoles límites, dejándoles que hagan y tengan todo lo que quieren y evitándoles afrontar situaciones que a los que hemos estado antes nos ocupaban con frecuencia.

Y no hace falta que hablemos de grandes desgracias. Hay quien reacciona fatal ante el menor contratiempo.

-Así es, y eso que los tiempos que corren han obligado a muchas personas a hacer una rápida adaptación. El umbral del sufrimiento en algunas personas está muy bajo, y en los momentos en los que te decía que estamos, curiosamente, los que más satisfechos deberían estar son los que más se quejan.

La primera tentación es pensar que estamos siendo víctimas de una injusticia. Incluso cuando no es así ni de lejos.

-Bueno, hay cosas en este momento que son muy injustas, pero quejarnos todo el tiempo no nos ayuda. Hay que buscar otras maneras de asociarse y de promover cambios para intentar modificar aquello que nos parezca injusto.

Tener claro que las cosas no salen siempre como queremos ayuda a encajar.

-Sin duda. Ser conscientes de la realidad es una de las primeras premisas para adaptarse y para desarrollar una buena autoestima. Muchas veces hablo de la perspectiva que da el tiempo, y es bueno recordar que lo que hoy no sale como queremos y parece adverso se convierte en favorable en un futuro. Esto es bastante más probable si lo trabajamos.

¿Se puede entrenar la tolerancia o la resistencia a la frustración?

-Por supuesto. Tiene un problema, que cuando estás entrenado a ser tolerante aprendes a apreciar aquello por lo que vale la pena hacer este ejercicio, y si algo o alguien te decepciona, la opción de dejar de tragar es más fácil y el fin de la transigencia más fácil también?

No siempre se pueden prevenir los acontecimientos negativos que nos caen encima, pero tener un plan B por si acaso nos vendrá bien.

-Hombre, si lo que vas a afrontar es previsible, puedes llevar más de un plan, pero eso no siempre es posible. Si llevas el guión excesivamente elaborado y algo se sale de lo programado, te quedas sin saber qué hacer y te pasa eso que llamamos quedarnos bloqueados o en blanco, porque se nos ocurren tantas cosas a la vez que no sabemos cuál elegir.

Una vez que nos ha pasado eso que no queríamos o esperábamos, cabeza fría. Es fácil decirlo; llevarlo a la práctica, no tanto.

-Estoy de acuerdo, pero no queda otro remedio. Ante todo, no hacer nada de forma impulsiva y pensar, porque la posibilidad de complicar la situación si tropezamos de nuevo es grande. En esa situación el riesgo de no poder parar la cadena de problemas es muy elevado. Como en todo lo que he dicho hasta ahora, al principio es difícil, pero una vez que descubres las bondades de no hacer nada hasta haber decidido, repites la pauta.

¿Cómo evitar obsesionarnos con lo que nos ha ocurrido?

-Pues extrayendo las conclusiones? y, como la misma palabra indica, concluyendo, vamos, acabando. Lo pasado nos ayuda en tanto en cuanto podemos extraer las conclusiones a las que he hecho mención, porque seguir una y otra vez lamentándonos por nuestra mala suerte no hace más que producirnos sufrimiento. Lo ocurrido no se puede modificar, sólo podemos repasarlo para mejorar nuestras prestaciones si en un futuro nos vemos en una situación similar.

Cuando no hablamos de hechos, sino de críticas u opiniones diferentes a la nuestra, también debemos poner en práctica la capacidad de encaje.

-Claro. A nadie nos gusta que lo que hemos elaborado con trabajo y dedicación se cuestione, pero es la tarea imprescindible para progresar. Todo es mejorable y para ello hay que aceptar las aportaciones de los demás. Y para que esta crítica se haga más llevadera y sirva para algo más que para cambiarnos el color de la cara, debe ser expresada con lealtad. Eso es fundamental.

Apechugar. Acostumbrarse a afrontar los problemas cuanto antes y con curiosidad, que es una aliada del aprendizaje.

Aprender. Volver sobre los errores cometidos para detectarlos, aislarlos y no repetirlos, pero no para lamentarnos, porque ya no tiene remedio.

Vivir. Ser conscientes de la realidad en la que vivimos.

Aislarse. Las venas narcisistas que no nos permiten escuchar que no somos perfectos.

Confundirse. Buscar los culpables de las derrotas en lugar de las soluciones correctas.

Equivocarse. Percibir como enemigo a quien nos critica con lealtad.