Tragedia en la misión de Stanleyville
Se cumplen ahora 50 años de unos acontecimientos ocurridos en el Congo durante la rebelión de los simbas. 27 dominicas fueron encarceladas, golpeadas y torturadas hasta morir. Tres eran navarras: Justa Álvarez, Irene Pilar Eslava y Rosalina Gorostiaga. Un reportaje de Tere Beorlegui
La Congregación de Misioneras Dominicas del Rosario de Navarra celebran estos días la memoria, (al cumplirse los 50 años) de unos acontecimientos ocurridos en África durante la llamada rebelión de los simbas, que supusieron una conmoción en toda España y especialmente en Navarra, ya que las 27 hermanas que fueron tomadas por los simbas, encarceladas, golpeadas y torturadas eran españolas y de las cuatro que murieron asesinadas, tres eran navarras. Todas sufrieron un cautiverio similar pero 23 de ellas fueron liberadas por las fuerzas de la ONU, mientras que las hermanas de la pequeña comunidad de Stanleyville morían en forma cruel y sangrienta.
La labor de los misioneros, de optar por acercarse a la realidad de los hermanos más desfavorecidos y vincularse con ellos solidariamente, es realmente una opción de riesgo, lo que ocurre a nuestros hermanos no solo nos atañe, sino que nos involucra en todas sus carencias y sufrimientos, con frecuencia supone poner en riesgo la propia vida.
Ocurrió ayer y sigue ocurriendo hoy: los misioneros y voluntarios de toda condición que permanecen en su trabajo solidario actualmente en los países afectados por el ébola son testimonio fehaciente de que esto es así, son muchas las personas, religiosos o no que se juegan la vida en África en este momento.
Pero hoy nos queremos centrar en la vida de nuestras mártires como un homenaje que nos llena de orgullo y por eso queremos compartir algo de lo que fue su vida y su muerte, en este 50º aniversario de su entrega.
Las cuatro hermanas destinadas a la misión de Stanleyville estaban preparadas concienzudamente para la labor que iban a desempeñar en la misión: habían estudiado Medicina Tropical, Enfermería, incluso tenían conocimientos para la práctica de cirugía, Magisterio etc. Su ilusión y compromiso cristiano eran ponerlos al servicio de los más necesitados especialmente en los momentos tan cruciales por los que atravesaba el país.
El Congo había logrado su independencia de la corona belga hacía solo unos años y las luchas intestinas, apoyadas por intereses internacionales de distinto signo habían convertido la soñada independencia en una lucha fratricida, el Congo era un caos.
Las dominicas desempeñan su labor como podían, el hospital era su principal lugar de trabajo, las medicinas escasean y se sabe de la ferocidad de los simbas con todas las personas ajenas a su proyecto, han matado a muchos misioneros por declararlos espías del imperialismo. Un médico español, que decidió salir antes de que fuera tarde, invitó a las religiosas a hacerlo ofreciéndoles su apoyo.
Difícil discernimiento. Las hermanas contemplan el hospital sin recursos ni asistencia; médicos, enfermeros y personal en general han huido ante lo que saben es la inminente llegada de los simbas. Su corazón se llenó de rostros y nombres, los de los enfermos que atendían, y decidieron quedarse. Envían un mensaje al médico amigo: “nos quedamos, estamos en el camino de Dios, ya no nos veremos más”. La posibilidad de la muerte estaba presente, pero lo inmediato eran unas personas abandonadas de todos y que las necesitaban.
Tenemos testimonio directo de lo que pasó en los días siguientes previos a su muerte por un misionero que fue encarcelado junto con ellas y malherido pudo escapar en aquella noche de terror que todos tuvieron que vivir.
Efectivamente los simbas llegan a Stanleyville, toman posesión de la ciudad y matan a cuantos consideran enemigos o agentes de Gobierno. Las hermanas siguen con su labor, vigiladas permanentemente. Hacia mediados de noviembre se sabe que las fuerzas de la ONU han llegado a la orilla derecha del río y están liberando a los prisioneros de esa zona, (allí serían liberadas las 23 hermanas restantes).
Parece que ya para entonces las dominicas de Stanleyville habían sido detenidas y llevadas a la prisión junto con otros misioneros. Fueron unos meses de vejaciones, torturas, maltratos... acusados todos de ser agentes del imperialismo y por fin el día 24 de noviembre, ante la proximidad de las fuerzas de la ONU, deciden matarlas. La descripción que hace el P. Schuster de estos últimos momentos es terrible:
“Los prisioneros son obligados a bajar a la bodega de la casa, un lugar inmundo, sin ventilación. Mide unos cuatro por cuatro metros y allí son hacinadas 23 de las 28 personas que componen el grupo de prisioneros. No fue posible el descanso; una nueva orden les obliga a subir. Les ordenan vaciar sus bolsillos, deben depositar en el suelo cuanto tienen. Después son conducidos al interior de la sala”. Según su relato, serían como las 8 de la tarde. Se les obliga a alinearse junto a las paredes. Los hombres a un lado, las mujeres a otro, la habitación de unos 12 por 6 metros está a oscuras, sólo una pequeña lámpara en el suelo.
El jefe simba repite su acusación una y otra vez: “vosotros solo habéis venido a hacer política”. Juzgados de esta forma sumaria y arbitraria se ordena su muerte. Los simbas comienzan a disparar y uno a uno, todos van cayendo muertos o gravemente heridos. Una vez todos abatidos se pasa a rematarlos; un tiro de gracia que en algunos casos tampoco cumple su cometido. Providencialmente, para el P. Schuster, el cargador está vacío cuando llegan a su lado. No hay tiempo para reemplazarlo, él se hará el muerto cuando los jóvenes simbas sacan los cuerpos de la sala a la terraza exterior donde algunos serán degollados.
Los hermanos congoleños, también misioneros, han sido excluidos por el momento de esta matanza: “Vosotros sois unos traidores, amigos de Tsombe y de los americanos, vosotros enterrareis a vuestros compinches, luego os mataremos y arrojaremos a la misma fosa”.
El testimonio de estos hermanos es fundamental para saber los detalles de este brutal desenlace. Por uno de ellos conocemos la serenidad de la hermana Mª Olimpia que, mal herida ve a su lado muerta a la hermana Justa, toma su anillo y el de Mª Justa y los entrega al hermano con el encargo de hacerlo llegar a su familia. Su movimiento es percibido por el joven simba que hacía el trabajo de rematarlos a todos y se dirige hacia ella, entonces Olimpia le dice “espera un momento y soltándose el cuello de la túnica añade. Ahora cortarás mejor”. Efectivamente un golpe certero le corta la cabeza.
Los cuerpos quedaron en la terraza esa noche, la mayoría fueron decapitados para asegurarse de su muerte. Después de la masacre los hermanos congoleños fueron nuevamente confinados en el sótano. A la mañana siguiente pidieron permiso a los simbas para enterrar los cadáveres sin notar la falta del padre Schuster quien mal herido consiguió escapar durante la noche.
Los mercenarios entraron a la parte izquierda de la ciudad de Stanleyville el día 26. Encontraron 8 sobrevivientes y posteriormente el P. Schuster saldría de su escondite y pudo narrar detalladamente los hechos que hemos descrito.
POR QUÉ MURIERON
¿Por qué encontraron razonable arriesgar la vida? ¿Qué defendían?
Una pregunta ha surgido siempre en relación a la muerte violenta de nuestras hermanas a manos de los simbas en aquel terrible caos de 1964 en el Congo. Podían haber salido, tuvieron oportunidad de hacerlo y sin embargo se quedaron. Nadie les hubiera reprochado el hecho de salir, las condiciones del momento justificaban de sobra una discreta retirada pero se quedaron... ¿por qué?
No eran suicidas, que quisieran morir, amaban la vida y todas sus manifestaciones. Su convivencia diaria estaba llena de vitalidad, de alegría en el servicio al que estaban dedicadas en cuerpo y alma, su vida estaba llena de sentido. No deseaban la muerte, pienso que ni siquiera bajo el título de “mártires”; amaban demasiado al pueblo congoleño y ¿cómo desear alcanzar ese título sabiendo que esto hace del hermano un asesino? Creo que ningún cristiano o cristiana puede desearlo, solamente se puede aceptar, si llega, acogiéndolo como un misterio, como un sacramento, junto con el dolor del pecado ajeno. Y en los labios, la oración fraternal de aquel que nos enseñó a morir por los amigos: “Padre perdónales porque no saben lo que hacen”.
Preguntarse por qué murieron es preguntarse qué es lo que, para ellas, fue tan valioso que mereciera la pena entregarle la vida. Qué causa les parecía lo suficientemente válida que justificaba quedarse. Quizá una de las razones aunque remota haya que encontrarla en el mismo talante con el que se accedía a la vida religiosa y misionera. Aquellos tiempos en los que ellas profesaron eran tiempos de decisiones totalizantes y definitivas. Morir en la misión, de una u otra forma, era algo asumido implícitamente. Era una entrega a todo riesgo y quemando todas las naves. Aceptaban todos los desafíos que implica la inserción en zonas pauperizadas, selváticas, desérticas, los riesgos que conlleva la vida entre los pobres, amenazados siempre por todas las violencias
Para nuestras hermanas estaba en juego su fe, su praxis cristiana. ¿Cómo anunciar que Dios está con los pobres y darles la espalda cuando llega el conflicto?. Permanecer allá significaba afirmar con vida y muerte, si era necesario, de qué lado se encontraban: “Estamos en el camino de Dios y si tenemos que morir, moriremos”. ¿Qué significaba para ellas esta frase? Tal vez significaba que habían descubierto que el camino de Dios pasaba, en aquella encrucijada de intereses, por el desamparo de los pobres, de los enfermos en su caso concreto, de aquellos que pagaban las consecuencias de algo que no habían provocado. No quisieron salirse de ese camino.
Justa Álvarez. Nacida en Pamplona el 1 de Abril de 1914, asesinada a los 50 años de edad (su nombre en religión es Justa).
Irene Pilar Eslava. Nace en Zuazu (Navarra) el 25 de Octubre de 1934, murió con 30 años. ( su nombre en religión es Cándida).
Angelina de Prado Zorita. Nacida en Valdavida (León) el 1 de Marzo de 1937, murió a los 27 años. (Su nombre en religión es Buen Consejo).
Rosalina Gorostiaga Echeverría. Nacida en Arruazu (Navarra) el 16 de Enero de 1926, murió a los 38 años. (Su nombre en religión es Olimpia).