Gasteiz - Apenas faltan cuatro minutos para que la fiesta estalle en Gasteiz cuando David Peña y sus tres amigos se apresuran a pillar un trocito de barandilla para ver la plaza desde otra perspectiva. Con el brazo aún herido, este joven de 20 años recuerda ya como una anécdota el accidente que, junto a sus amigos de la cuadrilla Biznietos de Celedón, y otros jóvenes sufrió el mes pasado en Francia cuando el autobús en el que viajaban se adentró bajo un puente por el que no cabía. El susto del principio y el miedo de las familias se ha quedado ya en anécdota porque ellos han salvado la vida. Magulladuras aparte, en unos días le quitarán las treintaitantas grapas que los médicos le pusieron en su desgarrado antebrazo. Ahora, solo piensa en disfrutar de La Blanca a tope y divertirse de paseíllo en paseíllo hasta que el cuerpo aguante. “Fue todo muy rápido; un gran susto, pero que para nosotros se ha quedado en eso, en un susto”, recuerda. David, al igual que decenas de invitados, pisa por vez primera la abarrotada -menos que otros años- balconada de San Miguel para ver de cerca la bajada de Celedón. Una oportunidad única. “Una experiencia que hay que probar alguna vez”, asiente emocionado al tiempo que observa el mogollón de la plaza entre el que tantas veces ha cantado Celedón ha hecho una casa nueva.../Zeledon! Etxe berria egin duk...
La misma tonadilla que los miles de gasteiztarras arremolinados alrededor del monumento tararean antes de que Julio Roca, el presidente del Zuzenak, encienda la mecha del txupinazo que ayer dio inicio a unas nuevas fiestas de la Virgen Blanca. Un momento mágico escenificado en abrazos y más abrazos, olor a humo de puro y ducha de cava. También en el palco, los políticos se abrazan y se desean felices fiestas mientras Gorka Ortiz de Urbina completa su paseíllo triunfal cruzando la Virgen Blanca desde el edificio de la Vital hasta las escaleras de San Miguel. Este año el descenso ha sido rápido, fulminante, tres minutos, y Celedón se enfunda la txapela y deja que el alcalde, Gorka Urtaran, le coloque al cuello el pañuelo rojo. Luego, más abrazos entre txupinero, Celedón, alcalde, exalcalde e Iñaki Prusilla, concejal de Cultura.
“Espectacular” Julio Roca aprovecha su atalaya para enfocar con su objetivo la plaza y retratar el momento para la posteridad. “Es espectacular”, comenta una emocionada Kalsoom Safi, también de estreno en la balconada. De origen pakistaní, lleva ocho años trabajando en Gasteiz como intérprete de urdu, pastu e inglés, y le encanta Vitoria. ¿Lo que más? “La gente”, responde sin pensárselo. “Enseguida te ayudan y quieren compartirlo todo contigo”, añade. Las fiestas las pasará como otros años, la mayor parte del tiempo en los juegos de El Prado con sus hijos, de hinchable en hinchable, y de visita a Celedón y Neska txiki. De momento, disfruta a tope de la vista privilegiada a la que asiste porque para ella, como para miles de vitorianos, lo más emocionante de La Blanca, donde los pelos se ponen realmente de punta, es durante la bajada de Celedón. “Tiene una historia tan bonita...”, reconoce agradecida.
Celedón ha hecho una casa nueva/Zeledon! Etxe berria egin duk... Paraguas en alto, Gorka Ortiz de Urbina insiste en arengar a los de abajo y el tono de los cánticos va subiendo de tono, un poquito más cada vez, hasta que la plaza estalla en aplausos al grito de Gora Celedón!/Gora Gasteiz! Una ovación que se torna en pitidos cuando Maroto sale a la barandilla de la balconada y de nuevo en aplausos cuando Celedón desea felices fiestas a todos los vitorianos. El mismo deseo que manifiesta Esther Pérez, de Gora Gasteiz, la plataforma que tan duro ha peleado por una Vitoria de color y abierta a todo el mundo, a todas las nacionalidades. Hoy, meses después de toda aquella triste polémica, asegura vivir las fiestas con “sensación de optimismo”. A sus 37 años también es la primera vez que ve de tan cerca a Celedón y le encanta. “En mis tiempos mozos estaba ahí, entre el mogollón, pero ya los últimos años veía la bajada desde la pantalla de algún bar”, relata entre risas. A la experiencia de la balconada se suma la recogida del premio Txosnasaria que la Comisión de Txosnas concede este año a la plataforma, así que “estas van a ser unas fiestas muy Gora Gasteiz”, se congratula.
La fiesta acaba de arrancar y aún queda jornada para vísperas, procesión de los faroles y conciertos nocturnos. O para dormir, como hará Iñigo García, agotado después de tanta emoción contenida. A sus 9 años, este chaval del colegio San Prudencio, acompaña a su tío Lucho, de la asociación africanista Manuel Iradier y cámara en ristre lo fotografía todo desde la tarima de los fotógrafos a la que se ha encaramado. “Se ve mucho mejor desde aquí que desde abajo”, susurra con sonrisilla vergonzosa. Lo que más le gusta de las fiestas son los hinchables, pero también acudirá a saludar a Celedón txiki porque “es de mi equipo de waterpolo”, relata asomado a una balconada de estreno.
CÓCTEL DE SENSACIONES La bajada de Celedón es un cóctel de decenas de sensaciones que llegan al alma desde los cinco sentidos. En apenas un par de horas, las que transcurren desde que se llena la plaza hasta que se vuelve a vaciar, dejando un inhóspito mar de vidrio verde, la retina, el olfato, los oídos, el paladar y la piel se involucran por fuerza en la locura colectiva y premeditada que cada año estalla en la plaza de la Virgen Blanca. Y ayer, una vez más, el akelarre volvió a celebrarse en honor a ese muñeco vestido de blusa, el único actor impasible de la fiesta.
Las imágenes se sucedían: carritos de supermercado cargados de jóvenes y de bebidas, un chaval en silla de ruedas y escayolado camino del puro meollo de la plaza, ikurriñas en la espalda, espuertas de goma llenas de hielo y alcohol, cajas de cosechero, bidones de cinco litros de agua llenos de purpúreo contenido y chubasqueros.
Junto a lo que nunca cambia, los gorros de Gora Euskadi, los vendedores ambulantes o el citado carrito de la compra, lo nuevo: el reggaeton de la Cuadrilla Dominicana, las cabelleras teñidas de morado de los venezolanos, las banderas de los brasileños; los turistas, hasta hace unos años seres desconocidos en la ciudad. Y para completar la estampa, lo que ha vuelto: las crestas y los vaqueros ajustados y apuñalados a tijeretazos.
Hay otra cosa que no cambia, el inabarcable muestrario de las camisetas más cutres del territorio alavés. Todavía hay quien guarda alguna de los parques provinciales, con su caracol y todo; las había de carreras populares, de Euskaltel, cuyo pretérito patrocinio festivo salta de un año a otro gracias a estas prendas; o del equipo de fútbol sala de cada cual.
Pistolas de agua de gran calibre escanciaban kalimotxo mientras un despistado se quejaba de haber quedado con los amigos en el felpudo de la plaza, retirado para la ocasión.
El ambiente se llenaba de una mezcla de olores a cava malo, vino regular, drogas blandas y puros duros para el pecho, en un año en el que el color que prima es el blanco de las gorras de los lorolapas que, con toda seguridad, ya habían empezado a actuar antes del txupinazo. Por cierto, este año el globo era rojo, de EiTB; y en los puestos callejeros vuelven las pulseras a cuadros.