Hace 500 años los barcos no tenían línea telefónica vía satélite, una herramienta “muy cara” pero indispensable en las embarcaciones actuales, que cuentan además con predicciones meteorológicas precisas y tecnología punta que facilita la, aún así, dura profesión del marino. La habitabilidad de los pesqueros que hoy faenan en el puerto de Getaria, de hecho, “ha mejorado una barbaridad en los últimos 20 años”, coinciden los protagonistas de esta historia, un grupo de arrantzales de la Cofradía Juan Sebastián Elcano de Getaria. Pese a ello, el mar les hace temer por su vida cuando las tormentas arrecian y si “pinta feo”, regresan a puerto, temerosos, entre olas de varios metros. Ninguno ha pasado más de un mes en alta mar, que ya es “una barbaridad; algo terrible”, aseguran. “No queremos ni imaginar qué penurias pasarían hace 500 años para dar la vuelta al mundo”, reflexionan.
Fueron 73 meses de calamidades. Muerte o gloria. Una odisea de unos 75.000 kilómetros por océanos desconocidos, como el Pacífico, por el que llegaron a navegar tres meses seguidos sin pisar tierra, sin alimentos, entre el escorbuto y la muerte. Comiendo una especie de bizcocho, que “era polvo mezclado de gusanos” y tenía “un hedor insoportable por hallarse impregnado de orines de rata”, según dejó escrito uno de los supervivientes, el italiano Antonio Pigaffeta, cuya narración sirvió para dar a conocer al mundo los pormenores de la aventura.
Ratas, por cierto, que se pagaban a un ducado cada una y eran el alimento más codiciado, frente al agua “podrida y hedionda”, el serrín y el cuero de vaca con el que se forraba la verga, ablandado durante días en agua de mar, para poder tragarlo. Un menú de circunstancias.
Después se adentraron en el Índico, ya con Elcano al mando y en una única nave, alejados de las costas dominadas por los portugueses, como prófugos. En un barco cargado de especias como el clavo y la canela, muy cotizadas en la época.
Un total de 239 marinos partieron el 10 de agosto de 1519 de Sevilla en cinco barcos y 18 esqueletos andantes llegaron a puerto tres años después, el 6 de septiembre de 1522, en un “cascaroncito” con apenas 100 toneladas de capacidad de carga, la nao Victoria. Ya eran héroes. Y al mando, un vecino de Getaria, Juan Sebastián Elcano.
El “orgullo” del pueblo
Cinco siglos después, sus paisanos Olatz Irigoien, trabajadora de la cofradía; y los arrantzales José Manuel Gorostiaga, Joseba Larrañaga, Iñaki Bikuña, Carlos Castillo, Atanasio Argibe, Jesús Cabañas y Emeterio Urresti, el presidente, celebran su hazaña en la sede de la cofradía a la que da nombre el navegante guipuzcoano.
Son fechas tranquilas para ellos y las aprovechan para estar más tiempo con los suyos, a la espera de que a finales de marzo arranque la costera del verdel y luego la de la anchoa, cuyo cupo “ha bajado un 20%”, lamenta Iñaki Bikuña. Un descenso que castiga especialmente a los barcos de menor tamaño, como el de Carlos, de solo cuatro tripulantes.
Admiten que su trabajo es duro, pese a los “grandes avances” de los últimos años y por eso valoran más la proeza que supuso dar la vuelta al mundo en un barco de hace cinco siglos. “Es un orgullo” para ellos. Elcano, aseguran, es una “figura muy enraizada en el pueblo”.
Sin embargo, el portugués Fernando de Magallanes, el líder de la expedición que partió en busca de especias hacia las islas Molucas por la ruta del oeste y sin imaginar en qué terminaría la aventura, sigue eclipsando a la figura de Elcano. Pero fue el guipuzcoano quien culminó tanto esfuerzo, 16 meses después de la muerte del luso, completando la circunnavegación del globo terráqueo.
Sus paisanos brindan con txakoli de Getaria por la entrada del nuevo año 2019, que abre los actos del V centenario de la hazaña de Elcano. Una oportunidad para impulsar su figura a nivel mundial y situar a Getaria, una villa marinera de 2.800 habitantes, de relieve en el mapa de las grandes gestas de la humanidad.
En la cola del huracán
Lo primero que se viene a la mente de Atanasio, un veterano arran-tzale de Getaria, es el achique de agua. Un barco así, y en tanto tiempo, tenía que coger agua por las juntas. “Entraría seguro. ¿Qué juntas tendría? Ahora le das al botón de la bomba y achica el agua, pero entonces lo tendrían que hacer a mano”, afirma.
“Y luego está la convivencia”, apuntan. Todos saben lo duro que es estar tanto tiempo fuera de casa y las tensiones que se pueden producir cuando tantas personas comparten un espacio tan reducido durante mucho tiempo, apunta Joseba Larrañaga. Sin WathsApp, ni televisión; solo libros y una simple radio con la que intentar coger “cualquier señal, que te da igual lo que sea”, los arrantzales no quieren ni imaginar lo que fue la expedición de Elcano hace cinco siglos.
“No sé cómo se las arreglaban para ir 50 personas en un barco así”, añade Carlos. Hoy en día, en las embarcaciones más grandes que faenan en Getaria la tripulación máxima es de 16 personas. “Y además, solían hacer prisioneros y los metían abajo”, apunta Atanasio.
Iñaki Bikuña pone el foco en los temporales. Recuerda cómo hace unos años, el pesquero en el que faena, pilló la cola de un huracán cerca de Irlanda y tuvieron que navegar con “olas de quince metros”. Son experiencias imborrables. Incluso para un arrantzale experimentado como él.
“¿Y la ropa? ¿Qué ropa llevarían? Porque hoy en día hay unas prendas buenísimas, los térmicos, pero entonces, ¿cómo se las arreglarían? Pasarían un frío tremendo”, apunta José Manuel. La conversación cobra tintes de admiración e incredulidad.
El más veterano de este grupo de arrantzales es Emeterio Urresti, el presidente de la cofradía. Se jubiló el año pasado y ahora, a sus 62 primaveras, recuerda sus inicios hace cuatro décadas, con quince años. “La de veces que vomité”, señala. También incide en la importancia del agua limpia y potable a bordo. La diferencia entre un viaje duro y uno imposible, como aquel que culminó Elcano.