Maikel Fernández apoya su “abanico” –un rastrillo de jardín– en una de las fuentes de la plaza del Castillo y moja su gorra en el agua. Son las 12.30 horas del lunes 18 de julio y los termómetros de la plaza marcan ya los 37 grados. “Sale calentorra, pero es necesaria para refrescarse”, detalla Maikel, que junto a sus compañeros de Eulen limpian los jardines que rodean el kiosko de la plaza en plena ola de calor que azota Navarra estos días. Los Sanfermines han sido como Atila para los hierbines, aunque los jardineros aseguran que la hierba brotará de nuevo. “Ahora con estos rastrillos limpiamos la suciedad que aún queda. Después vendrán a regarlos y en unos días volverá a crecer la hierba”, explica Mikel Ahechu, que trabaja como jardinero durante el verano.

En el cielo no se ve una nube y los trabajadores se toman un descanso de vez en cuando bajo las menguadas sombras que dan los árboles de la plaza. “Nos han dicho que nos hidratemos mucho y que, cuando podamos, estemos a la sombra”, señala Mikel, mientras limpia con el rastrillo la suciedad y la hierba muerta de uno de los jardines. A su lado, su colega Peio Villarrubia detalla que no tienen un tope de temperatura a la que dejar de trabajar: “Nos han recomendado que bebamos mucha agua y que busquemos la sombra, pero tenemos que currar igual. El trabajo no es muy duro, pero lo matador es el calor. Lo bueno es que tenemos varias fuentes cerca”.

En busca de la sombra

Al otro lado de la plaza, frente al Palacio de Navarra, JackDiatta, recoge y recambia las papeleras de Carlos III. “Llevo el calor como puedo. Intento moverme por la sombra y beber agua de vez en cuando, pero aún así es bastante agobiante”, reconoce este trabajador de la limpieza de origen senegalés. Jack comienza su jornada a las 7 de la mañana y la termina a las 13.15, por lo que se encuentra ya en la recta final de su jornada laboral: “Durante las primeras horas se aguanta bien, pero ya a partir de las 11 el calor se empieza a notar y ahora (pasado ya el mediodía) es sofocante”.

Mientras vacía una papelera en una bolsa de basura, el trabajador de la limpieza lamenta el fallecimiento en Madrid de un compañero de profesión por un golpe de calor. “Es una pena... Ahora a nosotros nos han dicho que nos cuidemos más para evitar algo así, que estemos a la sombra todo lo que podamos y que bebamos agua”, señala Jack.

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Trabajadores y operarios, en la calle en Pamplona en plena ola de calor Unai Beroiz

Desmontar barracas a más de 35 grados

Tras 9 días de Sanfermines y tres con descuento, el recinto ferial de la Runa pliega velas rumbo a Extremadura. A las 6 de la mañana los primeros feriantes se ponían manos a la obra para desmontar las atracciones. “Nos hubiese gustado hacerlo de noche para evitar el calor que va a hacer hoy, pero no nos han dejado porque el ruido iba a molestar a los vecinos”, explica Robert Grigore, trabajador de origen rumano del Gusano Loco. El sol aprieta ya en el barrio de la Rochapea y a la ya de por si dura tarea de desmontar todas las piezas pesadas de las atracciones se suma la ola de calor que desde hace unos días azota Navarra. En el recinto todo son torsos desnudos y morenos. Unos desmontan piezas, otros las cargan y algunos otros manejan maquinaria. “Contra el calor hacemos lo que podemos: tenemos botellas heladas y con ellas nos vamos refrescando, aunque yo prefiero la cerveza”, comenta David Pedro, compañero y compatriota de Robert, mientras ríe. Ambos agarran una de las piezas de los raíles del Gusano Loco, que se desmonta con un scalextric. “Cada una de estas piezas pesan entre 90 y 120 kilos y tenemos 32”, explica Robert.

Junto a ellos, Juan y Florín, también originarios de Rumanía, desmontan su barraca, la Jet Star. Florín desmonta las piezas sin soltar el cigarro de la boca y explica que les quedan unas dos horas de trabajo, hasta las 14.00 horas. Cada poco, paran para hidratarse y beber agua, porque la sombra brilla por su ausencia. “Hace mucho calor pero es lo que hay, no podemos no trabajar. Hoy nos vamos a Extremadura, a Villanueva de la Serena, que empiezan sus fiestas”, detalla el feriante. Su colega, Juan, apunta que estos Sanfermines “han sido bastante malos, porque no han conseguido las ganancias que esperaban: “Hemos tenido muchos gastos. Venir aquí es muy caro y la gasolina ha subido mucho y no hemos sacado mucho beneficio. Los primeros días vino mucha gente, pero después yo creo que han venido menos por el calor”.

"El calor es lo peor"

Bajo un termómetro que marcaba los 37 grados, varios obreros levantan el asfalto para construir después un conducto que abastecerá de biomasa al barrio de la Txantrea. Mientras su compañero abre camino con la excavadora, Wenceslao Savchenko recoge los escombros subido a una máquina sin cabina. De vez en cuando, baja a ver cómo va el agujero y con una pala hace algunos arreglos. Después se seca el sudor de la frente con una toalla y le pega un trago a su botella de Aquarius de limón. “El calor es lo peor de todo, hace que el trabajo sea el doble de duro”, argumenta este obrero de origen ucraniano. No obstante, matiza que tras más de una década en el sector de la construcción, el cuerpo se acostumbra a trabajar en situaciones así: “En verano ya sabemos que hace calor y aunque es duro estamos acostumbrados”.

Su horario habitual es de 8.00 a 13.00 horas y de 15.00 a 18.00 horas pero este lunes, con los termómetros casi en 40 grados, desde su empresa les comunicaron que harían jornada continua. “Hoy vamos a estar de 8.00 a 15.00 horas, y ya por la tarde no venimos, que es cuando peor se está. La clave es beber mucha agua”, destaca Wenceslao.

Caminata bajo el sol

Cuando los relojes se acercan a las 14.00 horas y los termómetros ascienden a los 39 grados, Amaia Anzizar, repartidora de correos, vuelve al almacén tras el reparto mañanero. No va por el camino más rápido sino “por el que hay más sombra” y empuja su carro ya cansada después de la jornada labora. “Llevo desde las 9 de la mañana repartiendo. Las primeras horas se está medio bien, luego la cosa ya se pone fea”, señala esta vecina de la Txantrea, que reparte por las calles de Villava.

“Llevo una botella de agua en el carro, pero ya se me ha acabado, ahora vuelvo al almacén y espero que esta semana empiece a hacer ya menos calor”, sostiene Amaia.