A Carol García se le amontonaban en la puerta de su casa de El Aaiún -en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf (Argelia)- las madres que querían mostrarle la delicada situación de salud en la que se encontraban sus hijos. Era abril y Carol -responsable en Navarra del programa Vacaciones en Paz y miembro de la asociación ANAS- y su marido, Mulay, preparaban los trámites necesarios para traer a los 62 niños y niñas saharauis que están pasando el verano en la Comunidad Foral con sus familias de acogida. Este año, tras dos ediciones del programa suspendidas por la pandemia, era el turno de los nacidos en 2014. Sin embargo, una serie de plazas se destinan a traer a menores con laguna enfermedad o discapacidad para que reciban aquí un tratamiento adecuado, por lo que muchas madres se afanaban en intentar que fuesen sus hijos los que abandonasen el desierto rumbo a Navarra

Había unas listas de evacuación, de niños con enfermedades o discapacidad, que empezó siendo de 100 menores y que llegó a los 300. De ellos, algunos se habrán quedado sin salir y a otros los hemos conseguido traer. En Navarra tenemos una docena de menores con problemas, que muchos de ellos, si no los traemos, no sobrevivirían en los campamentos porque no tienen los medios necesarios para tratarlos”, relata Carol, que explica que la pandemia ha tenido un efecto perjudicial en la salud de la población saharaui: “En dos años no han podido venir los niños y las caravanas de comida y medicamentos que solían bajar se paralizaron. Entonces la alimentación en los campamentos ha empeorado todavía más”. 

Abdalahi prepara el té en una de las aulas del centro. Unai Beroiz

Algunos de esos menores han sido acogidos en familias navarras, pero no todos. Ocho de los saharauis con alguna patología que han venido a la Comunidad Foral están viviendo en el colegio público San Miguel de Orkoien, que el ayuntamiento de la localidad ha habilitado para que los pequeños dispongan de un espacio de calidad para pasar el verano. “Estamos muy agradecidos porque nos hayan dejado el colegio, es una gozada”, explica la responsable de Vacaciones en Paz, que junto a su marido, hijos, sobrinos y varios monitores cuidan de los menores durante estos meses de verano.

Salem

Pasar por quirófano para evitar una prótesis de cadera

Pese a que están instalados en el colegio San Miguel, pasan casi más tiempo en consultas médicas que en la escuela. Tienen a su cargo a 8 niños y niñas que necesitan revisiones, pruebas y visitas con especialistas que nunca han tenido en los campamentos de refugiados en los que han nacido, aunque muchos de ellos padezcan patologías graves. Ejemplo de ello es Salem, un chico de 12 años que sufre una enfermedad grave en la cadera, que si no se opera ya, en dos o tres años necesitará una prótesis para poder caminar. “Tienen que hacerle una intervención urgente de cadera, sino nos han dicho que con 15 años va a necesitar una prótesis. Estamos a la espera de que le hagan la resonancia para que pase por quirófano, pero el pobre tiene mucho dolor”, explica Carol.

Dah Salama salta sobre un hinchable en medio del frontón. Unai Beroiz

Cuando estaba en su etapa de desarrollo, el cuerpo de Salem creció a excepción de su cadera, que se quedó más pequeña de lo normal, lo que le genera dolores y problemas al caminar. “La idea es que se opere este verano y nos han dicho que la rehabilitación es bastante dura, por lo que no podrá volver a los campamentos, por lo menos, hasta diciembre, mientras que el resto de los niños del programa se van el 31 de agosto”.

Lehbiba

Un covid que reaviva el asma

Por si no fuese poco, también menores aparentemente sanos han acabado manifestando diferentes patologías. Lahbiba, una pequeña de 8 años que pasa el verano con su familia de acogida, tuvo que ir a Urgencias con problemas de respiración: tenía una saturación de oxígeno del 86%, cuando los niveles normales oscilan entre el 95% y el 100%. Pasó cuatro días ingresada y tras varias analíticas los médicos les dijeron que el covid que acababa de pasar había reactivado su asma. “Nos dijeron que con esa saturación si se llega a quedar en los campamentos no lo hubiese contado. Además, también le han sacado alergia absolutamente a todo. Ahora le tendrán que vacunar en el hospital y deberá quedarse un tiempo para vigilar que no le provoca efectos secundarios, así que seguramente Lahbiba también tenga que quedarse más tiempo”, explica Carol, que añade que los 300 euros que vale la vacuna los tendrán que abonar ellos porque no lo cubre la Seguridad Social.

El resto de consultas y pruebas que necesitan los niños sí están incluidas en la Seguridad Social, ya que la atención médica es uno de los pilares del programa Vacaciones en Paz. “Desde el departamento de Salud nos han ayudado mucho y se han portado muy bien. Todos los niños que tenemos en el colegio están dentro de mi cartilla de la Seguridad Social y les atienden aquí en el centro de salud de Orkoien porque también la pediatra se ha implicado un montón con ellos”, expone Carol.

Jadiya (dcha) posa junto a Aicha (izda), que cuida de ella. Unai Beroiz

Jadiya y Guaia

El cuidado de una ‘hermana’ contra la epilepsia

Mientras unos se entretienen con el fútbol en el frontón del colegio y otros con juegos de mesa, Jadiya se refresca en la fuente mientras mira sonriente al chorro de agua que brota del grifo. Que de cualquier sitio salga agua, no es algo a lo que estén acostumbrados unos niños que nunca antes habían salido de sus campamentos de refugiados en medio del desierto. Jadiya no se despega de Aicha, la hija pequeña de Carol y Mulay, que hace las veces de hermana mayor cuidando de la pequeña, que sufre una discapacidad debido a una complicación en el parto. “Tuvo problemas al nacer y ahora sufre ataques epilépticos. La hemos traído para que le hagan una revisión pero nos han dicho que no se va a poder recuperar, que lo único que pueden hacer es darle una medicación para controlar los ataques”, señala la responsable, mientras la pequeña no deja de abrazarle.

Fatma y Guaia juegan al Lince en el patio del colegio San Miguel. Unai Beroiz

De momento, a Jadiya no le ha dado ningún ataque epiléptico este verano, no así a Guaia, que también los sufre: “Justo después de una cita con el médico de cabecera le dio un ataque entonces volvimos a llamar y le mandaron a que se hiciese un electroencefalograma. Nos dijeron que tiene una ‘señora epilepsia’, que su actividad cerebral es brutal. Ahora le van a dar medicación porque esos ataques tan fuertes le pueden provocar problemas de movilidad en el futuro”.

Mahmud, Chej y Dah

Signos como vía de comunicación

Mahmud deja a regañadientes la bicicleta con la que no para de dar vueltas por el patio del colegio. Abdalahi -sobrino de Carol y de Mulay, que cuida también de los pequeños- tiene que ponerse delante suya para que eche el freno. Mahmud padece sordera de nacimiento, lo que también le genera dificultades en el habla. “Sabe hablar algo en lenguaje de signos, pero nos hemos enterado ahora de que en cada idioma, el lenguaje de signos es diferente, por lo que le estamos enseñando. Tiene problemas para comunicarse y ahora en el médico están viendo a ver si podría ganar algo de audición con algún tratamiento”, apunta Carol.

Chej, Omar, Dah Salama y Hussein se divierten con un juego de mesa. Unai Beroiz

A pocos metros, Omar -el hijo mayor de Carol y Mulay- explica a Chej, Dah Salama y Hussein en que consiste el juego de mesa que tienen ante sí, una mariposa a la que tienen que ponerle piezas. Chej es mayor que el resto, tiene ya 12 años, pero ha venido a Navarra para que le traten los dolores de riñón que tiene, al parecer, causados por piedras. “El otro día le hicieron una ecografía y estamos a la espera de los resultados”. Frente a Chej está Dah, que sufre problemas respiratorios desde muy pequeño aunque ha mejorado con los años, “pero se sigue ahogando a veces”.

Mahmud, niño saharaui que padece sordera de nacimiento. Unai Beroiz

Hussein, Sidati y Taqui

Sonrisas para cuidar el corazón

Hussein no deja de sonreir. Llegó a Navarra aparentemente sano, pero en la revisión médica le detectaron un soplo en el corazón. “No le funcionan dos válvulas y ahora tienen que mirarle más en profundidad”, señala Carol, que señala que también otro menor de los que cuida sufre del corazón: “Tenemos a un niño, Sidati, que nació a los siete meses, pero solo estuvo un día en la incubadora. Entonces creen que las taquicardias que tiene podrían ser por eso”. El último en llegar al colegio es Taqui, que va acompañado de Mahfud, uno de los monitores. Vienen del médico, donde están analizando si el pequeño sufre algún tipo de trastorno de la conducta o de déficit de atención. “Habla poco y necesita pañal, es muy dependiente. A veces tiene miedo de que le toques y le cuesta socializar”, explica Carol.

Los menores saharauis llegaron a Navarra el pasado 23 de julio y volverán a los campamentos el 31 de agosto con la mochila cargada de ropa y alimentos, con la tripa llena y con una atención médica y unos tratamientos de los que carecen en los campamentos de refugiados en los que les ha tocado vivir.