La reciente guerra de Ucrania nos ha sumergido en una realidad diferente de la que estábamos viviendo en los últimos años. Miguel Izu ha expuesto, en el Foro Gogoa ante una amplia concurrencia, su opinión sobre el endeble papel que el Derecho Internacional juega en la generación de esta y del resto de las guerras, ha formulado preguntas y temas de reflexión y ha sugerido algunas medidas para plantearnos un mundo futuro mejor.

En su opinión, ¿Estamos bien informados?

–No, tenemos una información muy incompleta. Hoy, con motivo de la conferencia, he tenido la curiosidad de mirar las portadas de los principales periódicos de España para ver si la guerra de Ucrania estaba en las primeras planas. Prácticamente ha desaparecido y eso que estamos en una semana en la que han pasado muchas cosas.

¿Qué visión tenemos del conflicto?

–Recibimos más propaganda que información. Cuando empezó la guerra de Ucrania nos censuraron los medios de comunicación que venían de Rusia y de sus aliados. Sólo tenemos la visión de una parte, la visión de Occidente. Ya me gustaría oír también la de la otra parte.

¿Estamos analizando los hechos condicionados por algún tipo de conspiración?

–No creo que haya una conspiración mundial. No creo en las conspiraciones. No creo que el ser humano sea tan listo como para montar buenas conspiraciones. Lo que sí que creo es que, en cualquier ámbito de la vida política, social, económica, etc., hay muchos intereses que no se confiesan, intereses ocultos que están ahí, en las profundidades, mientras nos están contando otra cosa mucho más bonita. 

¿Podría señalar algún efecto negativo de esta guerra?

–Además del horror en sí mismo que supone la guerra en cuanto a vidas humanas se refiere, hay un efecto negativo inmediato de carácter económico, el encarecimiento de los precios de la energía y, en cadena, de otros productos, y el riesgo de una crisis económica más severa.

¿Y alguno positivo?

–Nos hemos dado cuenta de que, en los últimos años, lo que llamamos globalización ha tenido unos efectos negativos que empezamos a ver con la pandemia. Hemos copiado el modelo de las repúblicas bananeras, especializar cada país en un monocultivo. De pronto las mascarillas se pusieron en precios astronómicos, descubrimos que habíamos delegado su fabricación en China, y, recientemente, hemos descubierto que depender del gas y del petróleo de Rusia era una mala decisión. Ahora hay que revertir esta situación a toda velocidad. La única parte buena es que somos más conscientes de la necesidad de eliminar los combustibles fósiles, de ir a las fuentes de energía renovables y no depender tanto de otros países. 

¿Qué papel ha jugado en esta guerra el derecho internacional?

–Cuando se estudia derecho internacional, siempre se advierte que es una rama del derecho que está en un estado menos avanzado que los derechos internos. Hay un problema de aplicación porque no hay una institución mundial encargada de que se apliquen las normas. 

Pero algo habremos avanzado, ¿no?

–En el ámbito interno, sí, en los últimos dos o tres siglos se ha establecido la idea del Estado de Derecho, un Estado que también está sometido al derecho. No solo los ciudadanos, el Estado y los poderes públicos también están sometidos a él. Pero no basta con establecerlo, hay que seguir luchando cada día por mantenerlo y mejorarlo. El derecho es un trabajo sin descanso, no solo mente de los poderes públicos sino también de todo el pueblo. 

¿Y qué nos puede decir del papel que juega la política con el derecho?

–El problema de fondo de la política es el problema del poder y del abuso del poder. La mejor herramienta que hemos encontrado para este control del poder es el estado social y democrático de Derecho, con el que se consigue construir sociedades civilizadas. Con muchos defectos, sí, pero parece que las leyes más o menos se aplican y los derechos se respetan.

¿Qué han supuesto y qué significan las guerras en el ámbito internacional? 

–Por desgracia, la guerra nunca ha dejado de ser una forma de relación entre unos países y otros. Durante muchos siglos, ha sido un instrumento político más y, a veces, la principal herramienta política de todos los gobiernos. La guerra ha sido siempre una oportunidad de negocio y esto me temo que no ha cambiado nada. En los dos últimos siglos parece que habíamos avanzado un poco en la idea de que la guerra es mala y que no debe ser una actividad normal del Estado; que ni siquiera es un mal menor o un mal necesario, sino que es algo que hay que abolir. Es la idea de la paz perpetua que viene de la Ilustración y de Kant.

Con esa idea surgió la Sociedad de Naciones, ¿no?

–Efectivamente, después de la Primera Guerra Mundial, en el Tratado de Versalles de 1919 se crea la Sociedad de Naciones. Y en el Pacto de la Sociedad de Naciones se pone, como uno de los objetivos, no sólo garantizar la paz y la seguridad sino acabar con las guerras. Pero resultó ineficaz.

Esos pasos, ¿producen algún efecto en la sociedad?

–Con esta idea surge el pacifismo como movimiento político. En el siglo XIX se empiezan a tomar algunas medidas para mitigar los efectos de las guerras. Surge, a partir de ahí, el Derecho Internacional Humanitario. Los tratados que se hacen en Ginebra y en La Haya, intentan establecer ciertas normas en relación a la guerra, aunque creo que su eficacia ha sido más bien modesta. Cuando empieza una guerra, todo el mundo se olvida de si hay normas que ponen límites. 

¿Y no hemos hecho más a lo largo de la historia?

–Al final de la Segunda Guerra Mundial se hace otro intento: la Organización de las Naciones Unidas, que nace en la Conferencia de San Francisco de 1945. Una ventaja sobre la Sociedad de Naciones es que hoy en día tiene 193 miembros que son prácticamente todos los estados del mundo, y contempla de forma bastante más clara el recurso al uso de la fuerza contra quien no respete el derecho internacional. Como desventaja, no se plantea con tanta claridad lo de acabar con la guerra. Mantener la paz sí, pero no el acabar con los armamentos. 

Le escucho y me parece percibir una opinión poco favorable al papel de la ONU en los conflictos internacionales.

–Bueno, uno de los problemas más serios es que el Consejo de Seguridad, que puede aprobar el uso de la fuerza para imponer el cumplimiento del derecho internacional, tiene unos miembros permanentes con derecho a veto: los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Es lo que está pasando ahora con la guerra de Ucrania. Rusia pone el veto y ya no hay nada que hacer. 

¿Podría hablarnos de su opinión sobre el papel de la OTAN?

–La OTAN es una alianza militar, aunque el tratado no lo dice así. Dice que es una organización para mantener la paz. Y, además, con los principios de las Naciones Unidas. Ya sabemos que en la política internacional el cinismo y la hipocresía están a la orden del día; en el fondo es una alianza militar con intereses propios. A veces la ONU ha delegado en ella la ejecución de algunas acciones armadas con resultados catastróficos, como las de Libia y Afganistán. 

¿Cree usted que la ONU goza de buena salud?

–Si atendemos al discurso que su secretario general, Antonio Guterres, ha pronunciado hace pocos días en la apertura de la Asamblea General de este año, no podemos pecar de optimismo. Decía cosas como que “la Carta de las Naciones Unidas y los ideales que representa están en peligro”, que “nuestro mundo está en peligro y paralizado. Las divisiones geopolíticas están socavando la labor del Consejo de Seguridad, socavando el derecho internacional, socavando la confianza y la fe de las personas en las instituciones democráticas y socavando todas las formas de cooperación internacional”. 

¿La guerra de Ucrania nos ha sorprendido como un hecho nuevo?

–En la Primera Guerra de Ucrania o en la primera fase de la guerra de Ucrania, según como lo queramos ver, en 2014, Rusia ya invadió Ucrania y se anexionó Crimea. Se firmaron los acuerdos de Minsk entre Rusia, Ucrania y las repúblicas populares de Donetsk y Lugans, que se acaban de anexionar a Rusia, y figuraban también Francia y Alemania y la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa como garantes. Todo ha sido incumplido, a pesar de que se contemplaban soluciones políticas como la reforma constitucional, autonomía y elecciones.

Vamos, que los acuerdos no sirvieron para nada.

–Lo que se ha mantenido al final ha sido la lógica de los bloques militares, una herencia de la Guerra Fría: los dos bloques que hemos conocido hasta hace unos cuantos años, la OTAN y el Pacto de Varsovia, encabezados por los Estados Unidos y la Unión Soviética. 

En su opinión, ¿qué consecuencias ha tenido el mantenimiento de esos bloques? 

–No ha habido guerras directas, pero sí las ha habido en las periferias. Se han mandado a lo que llamamos el tercer mundo y así en el primer mundo no hemos padecido esas guerras. Lo que me temo es que la política de bloques militares sí que ha llevado a la escalada de armamentos. Un comité del Senado norteamericano en 1935 ya advirtió de la influencia de la industria de armamento en ello y en provocar guerras, y el propio Eisenhower, en 1961, decía que “Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación -la de un inmenso establecimiento militar y una gran industria armamentística- ponga en peligro nuestras libertades o procesos democráticos. No debemos dar nada por sentado. Solo una ciudadanía alerta y bien informada puede obligar a que la enorme maquinaria industrial y militar de defensa encaje adecuadamente con nuestros métodos y objetivos pacíficos para que la seguridad y la libertad puedan prosperar juntas”. 

¿Alguna otra voz crítica?

–También hubo voces premonitorias: George Kennan en 1998, ante la ratificación de la expansión de la OTAN por parte del Senado de Estados Unidos, decía en una entrevista “Creo que es el comienzo de una nueva guerra fría. Creo que los rusos reaccionarán gradualmente de manera bastante adversa y eso afectará sus políticas. Creo que es un error trágico. No había ninguna razón para esto en absoluto. Nadie amenazaba a nadie más”. Por desgracia todo esto ha sucedido y Rusia se ha vuelto cada vez más agresiva. Mantener y expandir la OTAN no ha sido una política prudente.

¿Nos puede dar algunas ideas para cambiar esta situación?

–Propondría cuatro ideas, probablemente ingenuas, con poco futuro y quizás equivocadas, pero son las que se me ocurren y que tienen que ver con cómo debiera ser el mundo del futuro. La primera es que desaparezcan los bloques militares. La segunda, reformar profundamente la ONU. Desde hace muchos se dice, pero no se hace.

¿Cuál sería la tercera?

–Volver a aquella idea del pacto del Tratado de Versalles, de que una agresión a un solo país es una agresión a todos los demás países. La OTAN está esperando a intervenir porque no ha sido agredido ningún socio, ningún país miembro de la OTAN. Sería la ONU la que tendría que decir que si hay agresión a un solo Estado, es una agresión a todos.

Su última propuesta…

–Superar los efectos perversos del veto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad y buscar algún mecanismo que permita un funcionamiento más eficaz. Y política de desarme de verdad, no solo limitación, no solo tratados para no armarse más, sino prohibición de armas, sobre todo prohibición de armas nucleares. Deberían estar ya prohibidas. Y limitar el gasto militar.

¿Esta guerra está poniendo en crisis el espíritu pacifista?

–Es un tema complicado y muy personal. Yo también soy antimilitarista y pacifista, como todos. Yo también voté que no a la OTAN, lo seguiría haciendo y, además, creo que tendría que desaparecer, pero ¿qué pasa cuando hay una agresión como la de Putin a Ucrania? La respuesta es complicada.

¿Podemos ser neutrales ante esta situación?

–Creo que los ucranianos tienen todo el derecho a defenderse y creo que la comunidad internacional tiene que apoyar al agredido, no al agresor. Lo que no tengo claro es cómo se mide la respuesta para no empeorar la situación.

¿Qué opina sobre los reclutamientos forzosos y los objetores?

–Creo que deberíamos aceptar como refugiados a todos los rusos y ucranianos que huyen de la guerra, igual que a cualquiera que huye de una dictadura o del hambre.

Unas palabras sobre los crímenes de guerra.

–Estoy convencido de que habrá crímenes en los dos lados, como en todas las guerras. El mayor crimen de guerra es empezar la guerra.