Luis Guillén Mendoza participará el próximo 18 de noviembre como paciente en una mesa redonda del I Congreso navarro de personas con cáncer y familiares, que organiza en Pamplona la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC). En el debate, bajo el título ¿Cómo afecta la enfermedad a mí y a mi entorno?, incidirá en la importancia “primero de la prevención y, segundo, de la confianza con los médicos”, que, a su juicio, tiene que “ser extrema. A veces no la tenemos, aunque no ha sido mi caso”. Y, para mejorar esa relación de doble dirección, Guillén considera necesario que “el facultativo pregunte. Creo que tiene que preguntar mucho más y, para eso, necesita tiempo”, además de explicar bien todo el proceso.

Como relata Guillén, hace doce años “me localizaron el cáncer de próstata por prevención. Me lo detecta un amigo en el Hospital Universitario de Navarra, porque me hace un análisis de sangre y encuentra un PSA no muy alto, pero que le llama la atención”. Preguntaron a un urólogo y este “me dijo mira Luis, yo a tu edad –entonces tenía 54 años y se acababa de prejubilar– lo que recomiendo siempre es hacer una biopsia”. Se la hicieron, pero la volvieron a repetir porque “no habían cogido masa suficiente”. El resultado “dio positivo” y el especialista le informó de que le iba a poner “en las mejores manos de Pamplona. Ella te explicará y lo va a hacer muy bien”. 

El primer diagnóstico

“Esa misma tarde fui a hacer testamento, porque no tenía”

Entonces, tenía a su suegra viviendo con ellos, por lo que su esposa no pudo acompañarle a la consulta, como siempre solían hacer. “Cuando llegué a casa, estaba mi mujer y le dije pasa esto, tengo un cáncer y he pensado que esta tarde me voy al notario a hacer testamento, porque no tenía”, recuerda mientras sonríe. 

En su caso, prosigue, “acepté bien el diagnóstico y mi familia también. Sabíamos que no era un catarro y lo que necesitábamos era información”. En una semana “tuve la suerte de que me viera la oncóloga”, si bien esos siete días previos fueron “trágicos”, ya que “durante el día estaba bien, mi cabeza no paraba, porque nunca ha parado, y cuando me metía en la cama media noche me la pasaba rezando y eso me daba mucha paz”. En ese tiempo, además, había contactado con la Policlínica de Gipuzkoa, que era el único centro cerca de Navarra que tenía el robot quirúrgico Da Vinci para poder operar. “Hablé con ellos, me dieron cita, me facilitaron presupuestos... y reservé todo”, asegura.

Así, acudió a la consulta de la oncóloga Elena Villafranca en el hospital. “Le dije yo ya tengo decidido que voy a hacer esto. Ella se echó a reír, no lo olvidaré nunca, y me dijo siéntate, tranquilo, olvídate de todo lo que has hecho y vamos a tomar una determinación ahora. A continuación, me explicó todo perfectamente, que era un cáncer de libro para hacer braquiterapia, que consiste en ponerte en la próstata unas semillas radiactivas que te queman el tumor, lo demás más o menos no queda tocado y el porcentaje de curación es elevadísimo. Yo recuerdo que le dije muerto el perro se acabó la rabia, me opero y punto”. A lo largo de 45 minutos, la facultativa le expuso las diferencias abismales entre la cirugía y la braquiterapia y le indicó –recuerda sus palabras exactas– “confía en mí que te va a ir bien y te vamos a curar. Te doy una semana y te lo piensas”. Transcurrido ese plazo, le respondió “adelante”. Tras 25 sesiones de radioterapia, se sometió a la braquiterapia y todo fue bien. 

“Cada día se destina menos a investigación; es una vergüenza, no hay una financiación adecuada”

Luis Guillén Mendoza - Paciente que ha tenido dos cánceres

En su casa, por su parte, no tuvo “grandes problemas. Lo único que les decía era no me pongáis una funda por encima para que todo resbale y no me entere, porque ese error lo cometí yo con mi padre”, al intentar ocultarle que tenía cáncer cuando él era consciente desde el primer día de su enfermedad. 

El segundo diagnóstico

“Este ha sido más serio”

Como comenta Guillén, ahora “estoy en seguimiento de un cáncer de colon. Este ha sido más serio y todo ha sido distinto”, refiriéndose a que no ha sido tratado por la doctora Villafranca, a quien califica como su “ángel de la guarda” y con quien sigue manteniendo la relación. En esta ocasión, le diagnosticaron gracias al programa de detección precoz de Osasunbidea. “Un lunes llevé la muestra al ambulatorio, el martes me llamaron para decir que era positiva y ahí ya se inició el proceso”, relata.

En ese momento, ya se temió lo peor y, en lugar de ir al notario, llamó a un sacerdote para solicitarle la unción de enfermos. “Me la dio y me dijo rezar da paz. Recordé mi semana de pasión de la próstata, rezaba mucho y tuve mucha paz en ese tiempo”, reconoce este paciente, creyente y practicante. 

En mayo de 2021, plena pandemia, le hicieron una colonoscopia. “Tenía dos pólipos, uno me lo quitaron porque era benigno y el otro lo dejaron porque era dudoso”, dice. Tras las pruebas pertinentes, le confirmaron que era cáncer y le operaron. En esta ocasión, le tuvieron que dar ocho sesiones de quimioterapia, lo cual supuso “ya no un palo, sino un garrotazo”, ilustra.

No obstante, su experiencia en el Hospital de Día ha sido muy buena: “El cariño no falta. Lo único que he encontrado han sido sonrisas, manos tendidas, ayudas a tutiplén, todo el mundo está pendiente de tí”, pero lamenta que “cuando quieres hablar con el médico es imposible” hacerlo. “Llamas a un teléfono, te atiende una enfermera, que agradezco su cariño, su atención y consejos, pero a lo mejor hay un momento que necesitas hablar con el médico por lo que sea, porque te va a dar más tranquilidad... pero no está”, asegura.

En este segundo lance del destino, Guillén sí que ha contado con el apoyo del servicio de Psicología de la AECC, que para él “ha sido una ayuda tremenda” y lo recomienda. En cuanto a la manera de abordar el cáncer, aboga por “hablar, como dicen en esta tierra, a calzón quitado. Esto pasa y esto puede pasar. Si todo va bien, bendito sea Dios, y si se tuerce, el médico intentará paliar el tema. Si no puede, ahí está Dios”.