Con tan solo tres meses de vida, Peru Uriarte entró por primera vez en las instalaciones del Centro de recursos para la inclusión educativa del alumnado con discapacidad visual (CRI) de Donostia. Lo hizo en brazos de una “muy preocupada” ama, Maddi, quien, hasta que no le habían comunicado que su hijo padecía de baja visión, desconocía la existencia de cualquier tipo de apoyo más allá de la ONCE. “Me ayudaron mucho y, sobre todo, me tranquilizaron. No sabía lo que le podía pasar y si iba a llegar a ser independiente o no”, cuenta la madre. En el caso de haber podido echar un vistazo al futuro, al Peru que es hoy en día, uno más en clase y en casa y capaz de hacer kitesurf y jugar a pelota con sus amigos, se habría dado cuenta de que la preocupación era completamente infundada.

Con una madurez más propia de alguien de mayor edad, este joven donostiarra de 13 años cuenta que su capacidad de visión no le ha impedido jamás dejar de hacer algo. “Recuerdo que cuando era pequeño mi ama me decía que iba a estar en un sitio del parque para que, en caso de necesitar algo, pudiera encontrarla”, recuerda, afirmando que, desde pequeño, ha hecho lo mismo que hacían sus amigos y compañeros de clase. “Siempre he dicho que sí a todo. Hasta he jugado a pelota”, cuenta, mientras su ama le contesta con una sonrisa. “Jugar sí, otra cosa es que le dieras mucho a la pelota”, bromea.

Para Peru, ver por debajo del 10% nunca ha sido una excusa. “No entiendo a los niños que no hacen nada porque tienen gafas. Yo casi no veo y he hecho hasta kitesurf, exclama, en referencia a este deporte en el que, con la fuerza del viento como motor, sirve para surfear las olas agarrado a una cometa. “No veo la ola, pero la siento. Con el viento y el sonido puedo saber por dónde va a venir y me encanta”, expresa.

Esta forma de entender la vida también la ha aplicado en el aula, aunque, en ocasiones, le haya llevado a más de una cabezonería, como, por ejemplo, cuando se empeñó en no tener un ordenador que facilitara su educación. “Vino a casa diciendo que él quería seguir con sus cuadernos, que ¿por qué le iban a poner a él un ordenador y al resto no?”, cuenta Maddi. “Claro, yo no quería ser el único. Si los demás no tenían, yo tampoco”, añade.

No obstante, una vez que probó los beneficios de contar con un ordenador en clase su percepción cambió por completo. “No es una ayuda sobre los demás compañeros, sino que es una ayuda para estar al mismo nivel que ellos”, explica su ama, quien puntualiza que es la única herramienta diferenciadora que ha necesitado su hijo: “Por lo demás, es uno más. Hasta en gimnasia, donde nunca ha querido hacer menos que los demás”.

“Tampoco quería aprender mecanografía, pero gracias a ello ahora es mucho más fácil. No necesito ver las teclas y me conozco todos los comandos”, explica el joven, apuntando que con una actitud positiva “es muy fácil ser uno más” a pesar de cualquier condición.