“Yo era un chaval muy normal y corriente, con una hermana, de una familia normal, hacía mucho deporte y, después de una lesión, mi vida se truncó”, comienza Iñaki a relatar su historia. Al no poder realizar deporte, con diecisiete años comenzó a salir con amigos y a beber alcohol. “Al principio el alcohol es muy divertido, pero luego enseguida empieza a ser un acreedor fuerte. Cuando fui joven no me di cuenta de dónde me estaba metiendo y me atrapó rápido. Cuando mis amigos llevaban tres, yo llevaba cinco, pero nadie se sorprendía”, relata. “Yo no he sabido cuándo he pasado de ser un bebedor social a un bebedor problema. Cuando empiezas a ser un bebedor tu vida se vuelve ingobernable. Para hacer cualquier cosa tienes que beber”, reconoce.

“En activo, antes de venir a Bilbao a trabajar, paraba en dos gasolineras y me bebía medio litro de cerveza a las siete de la mañana. Me he llegado a beber tapones de lejía para no dar positivo en un control de alcoholemia”, recuerda.

Iñaki pidió ayuda cuando un día tuvo un accidente con el coche y vio que la silla de su hijo de dos años estaba hecha añicos. “Pensé: ¿Y si llega a ir mi hijo dentro? Ahí toqué fondo”, confiesa.

Después de llevar varios años sin beber, Iñaki asegura que “la sociedad no se da cuenta del problema del alcohol”. “Tenemos alcohol a nuestra disposición en cualquier lado y a un precio de risa y, además, lo tenemos tan normalizado... Nos parece gracioso que el chaval de dieciséis años en fiestas del pueblo venga con su pedete lúcido o con su primera borrachera, nos parece normal. Muchos jóvenes, gracias a Dios, no enferman de alcoholismo, pero muchos otros sí y es un infierno porque lo quieres dejar, pero no puedes”, lamenta.