La muerte es algo inevitable para todas las personas y, aunque por desgracia no siempre se cumple, todos tenemos derecho a morir dignamente. Por eso es importante hablar de ello y tomar nuestras propias decisiones sobre cómo queremos que sea el final de nuestra vida: la buena muerte, sobre la que este miércoles han debatido en una mesa redonda Marta Pisano y Mª Jesús Rodríguez (del Observatorio de la Muerte Digna de Asturias), Vicky Serra-Sutton (del Observatorio de Cataluña) y Elena Antoñanzas (del Observatorio de la Muerte Digna de Navarra), en el marco de la jornada estatal organizada por el departamento de Salud.

Las cuatro expertas han coincidido en que la buena muerte “tiene tantas definiciones como personas hay en el mundo” y en que la demografía ha cambiado –con un mayor envejecimiento y cada vez más enfermedades crónicas– y con ella la forma de fallecer. “Es diferente cómo morimos ahora a hace unas décadas, tenemos otro contexto y es necesario un abordaje porque quizá ni los sistemas, ni los profesionales, ni la ciudadanía estamos los suficientemente preparados para abordar esto”, ha sostenido Antoñanzas.

En este sentido, la secretaria del Observatorio navarro ha reconocido que “muchas veces sometemos a nuestros familiares y pacientes a pruebas, fármacos, tratamientos, etc. ante una enfermedad y no siempre es bueno ese enfoque”. Antoñanzas ha hecho hincapié en la necesidad de humanizar la atención en el final de la vida, entendiendo la humanización como “las competencias personales que permiten realizar la actividad profesional velando por la dignidad y el respeto al ser humano”.

Y es que en Navarra la mayor parte de la población desea decidir que se debe hacer al final de su vida y la mayoría “prefiere morir en casa acompañado de amigos y familiares”. “Sin embargo, el 45% no conoce qué es el documento de voluntades anticipadas, aunque a la mayoría le gustaría llegar a hacerlo”, ha detallado Antoñanzas, que ha resaltado que muchas veces “hay una gran falta de información, tanto entre la ciudadanía como entre los profesionales. Muchas veces por la falta de información y de autonomía se peca de obstinación terapéutica, pero por desconocimiento, no por mala fe”.