Cuando mi madre murió, cuando se quitó la vida en la madrugada del 20 al 21 de octubre de 2022, mi mundo se rompió y cambió para siempre. Me sentí con el corazón roto. Pero les voy a contar el camino que he llevado a cabo para curar mi corazón y el orgullo que significa para mí el día de hoy para poder ayudar a la gente que pueda pasar por esto”. Las palabras citadas corresponden a Yoel, un chaval de apenas 15 años, que perdió a su madre Puri hace poco más de un año y que ayer encogió los corazones de los presentes en el auditorio de Civican cuando se puso a rehacer el camino de su duelo, el trayecto que ha realizado desde el día en el que perdió a su madre.

Yoel, acompañado de su psicóloga, Sara Pérez y de la mano de la asociación Besarkada-Abrazo, ofreció ayer toda una lección de esperanza en el marco del Día Internacional del Superviviente por la pérdida de un ser querido por suicidio. En el recinto pamplonés, guiado por la especialista que le conoce tanto como le admira, Yoel trazó la trayectoria de todo lo que ha sido su camino en este tiempo. Empezó por su “familia. Cuando pasó, me venían recuerdos, me sentía solo y todo me daba miedo. La muerte de mi madre me llenó de dolor, me rompió planes, proyectos y futuro”, contó el joven, acompañando sus mensajes con imágenes que había elegido de sus experiencias o con ideas que había plasmado en diversos dibujos. Otra de las ideas que le rondaba la cabeza fue el hecho de haberse convertido en “invisible. Estaba muy solo y no quería ni sabía pedir ayuda. Pensaba que todos estaban enfadados conmigo, que había perdido amistades... Pero mi familia y mis amigos han sido lo más importante, poderlo hablar con ellos. Antes, mi cabeza me hacía creer que nadie me quería”. A lo que se sumó la idea del “caos”, de que todo bajo sus pies temblaba, de recordar otras muertes y la ansiedad que ello le causaba.

“Da miedo contarlo, pero gracias a hacerlo se fueron yendo de mi cabeza poco a poco las peores ideas, como la de hacerme daño a mí mismo”. Su psicóloga, Sara Pérez, que intervino no solo como profesional sino también como superviviente, recordó: “Quizás como supervivientes solo necesitamos volver a esos brazos que te van a cuidar. Los adolescentes que han sufrido un duelo por suicidio, un duelo tan traumático que hace que no se puede atender igual que otros, desarrollan un gran sentimiento de culpa y tienen una gran lealtad hacia el ser querido que han perdido. Los adolescentes no entienden del todo el duelo, hace falta que se lo expliquemos. Como sociedad a veces excluimos su dolor, porque no expresan las emociones como los adultos”, contextualizó, a la vez que cifró en números el destrozo de un suicidio. “Por cada muerte por suicidio se calcula que quedan afectadas una quincena de personas. ¿Cuántas de ellas son atendidas y cómo lo son?”, se preguntó la psicóloga, que a renglón seguido se respondió: “Hay muchas de esas personas que sufren el suicidio de un ser querido y que lo viven en silencio, con todo lo que eso conlleva”.

Precisamente en la reconstrucción del camino de Yoel surgió una de esas ideas latentes: la culpa. “Cuando ocurrió culpé a los policías, a los médicos, me culpaba a mí mismo por no saber qué le pasaba y no haberla podido ayudar. Tenía tanta rabia que quería hacerme daño. Así que para sacarla, con Sara y en Besarkada, empezamos a hacer dos cosas: a tirar cojines al suelo con toda la rabia del mundo y a bailar, que igual no se me da muy bien pero algo hicimos”, sonrió el muchacho, que se sintió “atrapado”, pero recibió la ayuda adecuada para salir de esos barrotes. “A veces por protegerles, les ocultamos lo que ha ocurrido. No es nada fácil, pero para Yoel fue muy importante que se pudiera nombrar la palabra suicidio, porque le ayudó a quitarse ideas de la cabeza. Una ayuda que hace que pueda volver a sonreír y a ser feliz”, matizó la especialista.

En esta trayectoria de más de un año, hacia un camino que llamó libertad, Yoel también ha tenido “recuerdos dolorosos e incontrolables de los que ahora me siento seguro porque tengo a mi familia, a mis amigos, a Sara, a Besarkada...”. Pero aun así, su madurez le ha hecho concienciarse que en su cabeza “aún quedan muchas cosas por estallar”, como cuando tiene algún bache propio de andanzas de instituto. El diálogo entre el joven y su psicóloga culminó con una canción que proyectaron para el auditorio. Dicha melodía le gustaba escuchar a Yoel junto a su madre en los momentos más felices. Titulada 100 años, la cantan Carlos Rivera y Maluma. Dice el joven navarro que “nos gustaba a los dos y en esa canción dicen no me digas adiós. Y yo creo que entre esa canción y mi madre hay algo”.