Usted sostiene que abordar el suicidio en la adolescencia no es solo cosa de psiquiatras...
–Claro que no, es muy importante que todos los adultos que rodean a los adolescentes ayuden. Muchas veces a los últimos que quieren contar sus problemas es a sus padres, entonces los entrenadores de fútbol o el deporte que sea, profesores, monitores, etc. son una figura importantísima y es vital que tengan formación para saber cómo realizar una mínima actuación de apoyo. Porque nos encontramos con que personas que no son ni médicos ni psicólogos no tiene ni idea de cómo afrontar una ideación o un intento de suicidio, se asustan y lo pasan fatal.
El estudio que han realizado evidencia que ciertos traumas, como el acoso o el maltrato, están detrás de esas ideaciones.
–Así es, sobre todo si el maltrato se da en el contexto familiar. Cualquier menor que sufre abuso físico o sexual –este último está demostrado que es un destrozo para la mente humana– se cría de forma más frágil y va a tener menos capacidad para resolver problemas y menos apoyo. Entonces va a ir por la vida con cierto temor y va a ser más vulnerable si sufre acoso escolar. Luego siempre hay un desencadenante, que un día alguien te diga que estás fea o gorda, eso puede desencadenar el intento. También vemos que los consumos de alcohol, cannabis y por supuesto de otras sustancias favorecen el paso al acto y tienen un papel muy negativo.
¿Hay algún signo que pueda hacer pensar en riesgo de suicidio?
–Claro, se suicida el que ha avisado antes, nadie lo hace de la noche a la mañana sin dar señales. Hay que estar alerta a cualquier carta de despedida o mensaje en el móvil. Los padres nos preguntan mucho si tienen que mirar el móvil de sus hijos y es que el móvil forma parte de su vida, entonces cierta vigilancia, sobre todo cuando uno sospecha que su hijo no está bien, es importante. Si hay alguna señal, hay que pedir ayuda lo antes posible.
¿A quién se debe recurrir en primera instancia?
–Se puede empezar por el personal del colegio, por los equipos de orientación, y sino a Urgencias. También se puede contactar con el Teléfono de la Esperanza, con asociaciones o con el 024, el número de atención al suicidio.
¿Los adolescentes suelen pedir ayuda?
–Es más probable que pidan ayuda a sus amigas, sobre todo las chicas. Por orden sería: amigas, entrenadores o monitores de actividades de ocio y luego los padres. Muchos confían en sus padres y se lo cuentan, que suelen ser aquellos padres que han establecido un buen sistema de comunicación. Luego también está el factor de que los adolescentes quieren ir a su aire y no mola lo que dicen mis padres, mola lo que dice mi colega porque hay una mayor identificación con el igual. Entonces cuanto más formada esté la sociedad y quienes trabajan con menores más avanzaremos.
Hay mucho estigma alrededor del suicido, ¿a los adolescentes les cuesta hablar de ello?
–La verdad es que la gente joven habla mucho de la salud mental, mucho más que los adultos, incluso muchos publican y comparten en redes sus problemas. Desde luego la banalización no tiene nada de positivo, pero se ha abierto una veda que durante siglos ha estado cerrada, porque no se podía hablar de la salud mental. Me parece positivo que se empiece a hablar de esto porque es la manera de vencer el estigma.
Comenta también que hay miedo entre algunos profesionales a la hora de apoyar a un adolescente que ha intentado suicidarse, ¿por qué?
–Hay mucho miedo. En algunas de nuestras formaciones hacíamos roll playing con policías, profesores, bomberos y también con médicos de Atención Primaria y les poníamos en situación: “Te viene una chica con unos cortes en el brazo e ideación de suicidio y le tienes que preguntar qué ha pasado”. Pues era imposible en muchos casos que supiesen actuar. Nos decían: “¿Pero cómo le voy a preguntar si ha intentado suicidarse? ¿Le digo muerte?, ¡Cómo le voy a preguntar si se quería matar!”. Son palabras que a uno le cuesta sacar. Yo cuando era pediatra y empecé a trabajar en Psiquiatría Infantil tampoco me atrevía a preguntarlo, pero hay que hacerlo. Sería bueno que en estos casos perdiésemos el pudor a preguntar: “¿Te querías matar?”. Al final, el sexólogo pregunta por ese sistema, el neurólogo, por lo suyo y nosotros tenemos que preguntar por lo nuestro.