Dice Eduardo Martínez Lacabe (Pamplona, 1970) que tiene predilección por investigar sobre republicanos que jugaron un papel en Navarra, pero que al no haber nacido aquí “de algún modo no tienen quien les escriba”. Su libro sobre Mariano Sáez Morilla (1895-1937). Vida y muerte entre boinas rojas lo ejemplifica. La biografía, editada por Pamiela, aborda la vida de este republicano, nacido en Albacete, concejal en Pamplona en 1931, asesinado en 1937 cuyos restos siguen en paradero desconocido. Sáez Morilla fue primero socialista, y luego miembro de Izquierda Republicana. Tras ser asesinado, su cuerpo fue enterrado en un lugar desconocido. En 2023 sus familias con la colaboración de AFFNa-36-NAFSE y Gobierno de Navarra trataron de localizar sus restos en Odieta. Aparecieron dos cuerpos con señales de violencia. Sin embargo, los resultados de ADN fueron negativos.
¿Haber proclamado la Segunda República en Pamplona fue el motivo de esta biografía?
Digo en el título que fue proclamador, no el proclamador, que en realidad fue Serafín Húder, pero de las cinco personas que salieron ese día a proclamarla el 14 de abril, de la única persona que tenemos guardado el discurso, reproducido por tres periódicos, es el de Mariano. Serafín Húder era ya una persona de 58 años que entonces era tener edad, y debió de estar muy emocionado y embargado por la situación, ante una plaza llenísima de gente. En cambio Mariano, que había sido periodista, dio copia de su discurso a los medios.
Sáez Morilla entendió la importancia del momento e hizo un canto a la tolerancia.
Sí, salieron al balcón cinco personas del Comité Republicano Socialista, y todos hicieron un llamamiento a la calma,
Su figura fue polifacética. En los casi 42 años que vivió tocó mucho palos.
Fue periodista, abogado, y maestro de maestros, porque el estudió en Madrid en la Escuela Normal, que es como se llamaba antes a las de magisterio, y luego en Pamplona fue profesor de Ciencias en la Escuela Normal donde está ahora el Instituto Navarro de Administración Pública. Él enseñaba a futuros maestros a dar clases. Su capacidad de trabajo era inmensa. Su faceta como político empezó a finales de los veinte. Tenía mucha predilección por un socialismo humanista, hacía hincapié en la figura de Pablo Iglesias. A partir de la proclamación de la República le empezaron a criticar y su vida se complicó.
Y en 1933 regresa a Madrid, donde había vivido anteriormente un tiempo después de cerrar un ciclo.
Su vida en los dos primeros años de la República aquí fue bastante complicada. Los que más le fustigaron públicamente fueron los medios nacionalistas. Tanto La Voz de Navarra como Amaiur. Pero luego más por debajo el carlismo e intregrismo. Su situación era bastante complicada.
Las boinas rojas a las que alude en el título.
Sí, los que le tomaron la matrícula fueron los carlistas, que no le perdonaron. Es contradictorio, él fue concejal gracias al nacionalismo, porque en las elecciones del 12 de abril del 31 en casi todo el Estado ganaron los republicanos. En Pamplona no, ganó la opción de derechas, y los nacionalistas recurrieron los comicios, por no haber sido justos y porque decían que había habido pucherazos, lo mismo que en 30 pueblos de Navarra. Se hizo una segunda vuelta en mayo y el PNV no se presentó, pero sus bases votaron y no lo hicieron por la derecha, lo hicieron por las opciones republicanas y socialistas, y en esa segunda vuelta salió Mariano. Fue atacado por nacionalistas, él no podía con el nacionalismo, aunque sin embargo votó a favor del estatuto vasco en el Ayuntamiento con enmiendas.
¿Por qué ese choque entonces?
Era un hombre polémico. No se plegaba a lo que decía el partido, un verso libre.
Usted constata que en a partir del 36 la vida o la muerte de muchas personas dependió de dónde estaban viviendo. A él le tocó el 18 de julio de vacaciones en Ávila.
No se sabe cómo pasó los primeros meses de guerra, pero seguramente estuvo escondido hasta que en un momento dado alguien se enteró.
Como le pasó a Gregorio Angulo.
Eso es. Gregorio Angulo estaba en Ponferrada, oyó una banda con música navarra y salió al balcón, y alguien lo vio y lo denunció. En el caso de Mariano Sáez Morilla su detención llegó a Navarra. Los carlistas hicieron un viaje en plena España en guerra y se fueron hasta Ávila para traerlo hasta Pamplona, y lo trajeron e inmediatamente lo mataron. Pudo haber pasado por el cuartel carlista de Escolapios, o por San Cristóbal o por algún centro carlista, y acto seguido llevado a matar.
Tras ese viaje de vuelta.
Una crueldad. A Ávila fueron dos personas que la viuda los identificó con nombre y apellidos: Vicente Munárriz y Dionisio Equiza. Yo no digo que fueran estos luego los ejecutores porque no hay pruebas, pero sí los que hicieron ese traslado.
El libro observa la ruindad y la miseria del momento. El odio violento, la cobardía y la falta de piedad, por ejemplo, con su esposa, sin asumir los hechos.
Hubo mucha cobardía, fue una condena a muerte extrajudicial.
Le dijeron que le habían liberado.
Es lo que se solía decir, incluso con los de la matanza de Valcardera.
Miguel Izu escribió sobre el Ayuntamiento de Pamplona en la República y cómo el golpe impactó en la corporación. La convivencia se destruyó en su sentido más profundo.
Aquel libro, Todos se conocían bien, refleja esa realidad. Había mucho debate político entre ellos, pero había grises y relaciones personales entre ellos. Cuenta Izu que en el último pleno antes de la guerra estaban hablando sobre si municipalizar el servicio de aguas de Pamplona. Y después se quebró todo.
En el prólogo una nieta de Mariano Sáez Morilla dice que usted les ha “devuelto” a su abuelo.
Sara, que escribe ese prólogo, era más consciente de la historia de su abuelo, pero por ejemplo, su prima Laura no sabía ni una décima parte de la historia de su abuelo. Para ella ha sido un orgullo, y para mí, también claro, de devolvérselo en cierto modo. Ya que no se ha recuperado el cuerpo, por lo menos sí la memoria y la dignidad de esta persona. Además de la biografía, creo que se describe bien los años de la República, ese choque entre una Pamplona y una Navarra tradicional con una Navarra republicana más progresista. En la parte final del libro se describe la miseria humana, que creo que es un tema que no termina nunca, de hasta qué punto se pueden hacer las cosas mal.
Lo que es muy pertubador.
Mucho. Por suerte, conforme vamos conociendo hechos, sabemos de carlistas que escondieron a republicanos y nacionalistas en Pamplona, por ejemplo, y eso te reconcilia con el ser humano, o el caso de Manuel Irujo, un ángel blanco, que salvó a cientos de vida en el Madrid republicano, donde hubo un terror rojo, hay que decirlo así, y Manuel Irujo salvó a cientos de personas. No era todo y blanco, sino que había grises.
Se ha empezado a conmemorar el 50 aniversario de la muerte de Franco. Aquello fue un gran corte, un trauma terrible y una pérdida de capital humano y desarrollo.
Cuando escribes de ciertas personas en cierto modo te la juegas un poco con familiares que quedan. Las personas que fueron a por Mariano no tuvieron nunca un juicio. No hubo juicios, y no digo que tuvieran que pasar 30 años en la cárcel, pero que reconocieran los delitos que cometieron, que extrajudicialmente sacaron a gente de la cárcel y los mataron. Eso sí hubo en Alemania. Para mí es un poco un cierre en falso. Entiendo que había que terminar con una dictadura y abrir un proceso democrático, que encima en 1981 tuvo una vuelta atrás con el golpe de Tejero. La gente estaba asustada, pero se hizo y bien, aunque qué duda cabe de que vivimos mucho mejor que en 1940, por supuestísimo.