Han pasado casi cuatro meses desde aquella explosión de gas precedida por dos avisos que afectó a 48 hogares –alrededor de 170 vecinos– entre los portales 20 y 30 de la calle Concejo de Zabalegui de Noáin y todavía quedan muchas incógnitas por resolver. La principal, ¿cuándo podrán volver a sus casas? Al principio, se estimaba que aquellas personas con las viviendas más afectadas tendrían que estar uno o dos años fuera de sus casas, pero las que contaban con daños menos significativos podrían regresar en cuestión de meses. Y, sin embargo, los vecinos continúan sus vidas a tientas, sin una respuesta clara y con mucha desesperanza. Porque todo ha cambiado para ellos, pero la sociedad ha olvidado qué ocurrió el pasado 13 de enero de 2025.
Enzo Lasheras, de ocho años, llegó a su antigua calle de la mano de su padre Oskar, de 44 años, vecino del portal número 28, con una sonrisa. Y, en cuanto volvió a ver cómo había quedado su casa –las paredes de la cocina completamente derruidas, las ventanas mal selladas, los alféizares despegados, los techos agrietados, los muebles destrozados y quedaban restos de humedad de cuando se inundó la casa después de que volvieran a conectar el agua porque sus cañerías estaban rotas–, se le cambió la cara y, alicaído, dijo: “Estoy bien en casa de mis abuelos, pero tengo mucha pena. Quiero volver a casa”. La primera explosión de gas ocurrió en su cocina, justo después de que Oskar pusiera una lavadora. Y, tras esto, marcharon a Berriozar, a la casa de sus padres. Sin embargo, el estrés, la ansiedad y el insomnio acumulados pusieron a Oskar en situaciones límites –se dormía mientras estaba al volante– que le llevaron a alojarse en el hotel Ibis de Noáin para reducir el número de viajes en coche y poder descansar algo más.
Una nueva “normalidad”
El 5 de febrero salieron del hotel porque era insostenible asumir el coste de la habitación –en la que Enzo tenía que hacer la tarea en el baño porque era el espacio en donde mejor se veía–, además de seguir pagando la hipoteca, los suministros y la manutención de ambos. “Fue entonces cuando volvimos con mis padres, que tenemos mucha suerte en ese sentido, pero nos ha cambiado la vida con tanto viaje y tanto estrés”, mencionó Oskar. “Es que nuestra casa era nuestra casa. Y no hay sitio mejor...”, añadió el crío. De hecho, a pesar de que su relato haya cambiado por completo, sus rutinas permanecen. “La semana que viene tengo que ir de noche, así que salgo a las seis de la mañana, llevo a Enzo a las 9.00 al colegio, tengo que volver a Berriozar a dormir porque en esta casa es imposible por el frío que hace. Después, a por el crío, estar un rato con él y otra vez al trabajo”, enumeró.
Esta situación le consume a Oskar, quien sufre tanto estrés que padece blefaritis –inflamación de los párpados–. Hace tres meses, en una entrevista que realizó para DIARIO DE NOTICIAS, mencionó que todavía no había tenido tiempo para llorar. Y, ahora, que recibe apoyo psicológico para hacer frente a su situación, “todavía no lo he conseguido del todo. Quiero hacer mi vida normal. Salir, dar una vuelta con mi pareja, con el niño, pero detrás de esas sonrisas hay mucho llanto. Llevamos cuatro meses y prácticamente estoy como el primer día”, expresó.
En ese sentido, confiaba en que los procedimientos fueran algo más rápidos. “Desconozco cuáles son los trámites, me consta que la comunidad hace lo que puede, pero no calculo que vaya a estar aquí antes de verano. Todavía no me han peritado del todo, me han hecho un informe, pero no sé qué me va a cubrir el seguro privado. Y, luego, que te hagan la obra”, apuntó. Además, como su caldera explotó, le comentaron que no es válida y que hay que cambiarla porque no podían asegurar que fuera a funcionar correctamente. “Sale agua por todas las paredes, así que me tienen que hacer un certificado de que no es apta, y a ver quién se hace cargo de toda la avería”.
Hartazgo
La falta de respuestas, la situación que no avanza y las dificultades económicas a las que se tiene que enfrentar –el 18 de enero solicitó la inhabitabilidad para paralizar el pago de la hipoteca, pero no le contestaron. Dos semanas después, lo volvió a solicitar, y en vano. Al tiempo, repitió el proceso, fue a atención al cliente y le dijeron que en breve le contestarían, “pero llevo ya varios meses sin respuesta y sigo pagando la hipoteca”–, no puede permitirse alquilar un piso en Noáin para que su nueva vida se parezca algo más a la anterior.
“Y estoy sufriendo más por Enzo que por mí, que tiene aquí el colegio y a sus amigos. Y porque no lo está pasando bien”, se emocionó. En ese momento, el pequeño reconoció que no le gustaba ir a su casa “porque la veo mal. Miro el piso del vecino y me da mucha pena”. Y a ese hartazgo habría que añadir que la gente se está olvidando de ellos y que la empatía se está convirtiendo en indiferencia. “Cuando te toca vivir una desgracia, al principio te llevas muchas sorpresas, pero luego llegan las decepciones. Hay gente que dice que no estamos sufriendo tanto, que todo es cuento. De pronto, te das de bruces contra cierta inhumanidad, como si no quisieran ver que nuestras casas están destrozadas”, señaló.
Con todo, Oskar también se ha topado con personas que, de manera genuina, le han ofrecido una casa sin buscar nada a cambio. En ese sentido, también destacó el concierto benéfico que tuvo lugar el pasado 15 de marzo en el Centro Cultural de Noáin –en el que actuaron Puro Relajo, Son de ases, Maialen Lecumberri, Sergio Biurrun y Anderson Arboleda, afectado por la explosión– con el que recaudaron 5.000 euros que fueron destinados de forma íntegra a la comunidad.

Asimismo, “no sé qué habría hecho de no ser por mi familia y por mi pareja Laura. He tenido mucha suerte con ellos, nos han salvado en todo esto a Enzo y a mí. Eso me hace sentir que soy un poco menos gafe. De no ser por ellos, Enzo y yo estaríamos desamparados, sin casa y ahogados para llegar a fin de mes”, dijo. Y, quizás, también estarían más olvidados. Porque después de un suceso trágico, llega la indiferencia. Ojalá que no les ocurra. Y que lleguen pronto las respuestas y la vuelta a casa.