A Oskar Lasheras, vecino de 44 años del Bajo B del portal número 28, estuvo “a centímetros de morir”. La primera explosión de gas ocurrió en su cocina, justo después de que programara la lavadora. Y eso provocó que el resto de las zonas de la casa –salón, puertas, ventanas– también hayan quedado completamente destrozadas. Los primeros días se fue con su hijo Enzo, de ocho años, a la casa de sus padres en Berriozar.

Sin embargo, el trauma y el estrés causados por el siniestro le llevaron a que no pudiera dormir por las noches y, en consecuencia, a tener varios sustos mientras conducía para llevar a su hijo al colegio o para ir a trabajar. Así que decidió volver a Noáin –en concreto, al hotel Ibis– para reducir el número de viajes y poder descansar algo más. “Hemos estado diez días con todo lo que eso conlleva. Mi hijo ha tenido que hacer la tarea y estudiar en el baño porque las luces de la habitación son muy tenues y era donde mejor se veía”, relata. Además de esto, Oskar también ha tenido que asumir 75 euros por noche y diez euros más por desayuno, además del resto de comidas. “El seguro me está quitando este gasto del contenido que me tienen que pagar –que ya de por sí es bastante bajo– y no me lo puedo permitir, así que tenemos que ir de un lado para otro”, menciona.

Imagen del interior de su cocina tras la explosión de gas. Oskar Montero

Al principio, cuando ocurrió el desastre, Oskar se sintió afortunado de seguir con vida. Tras la segunda explosión llegó el terror y, con el paso del tiempo, han regresado las imágenes de aquel día, aquellas que todavía no ha logrado asimilar. “Mis vecinos pedían socorro desde la ventana, había uno que estaba tratando de salir de lo que le quedaba de casa... Son vivencias que, por el crío, todavía no he podido asimilar porque no quiero que mi hijo note qué estamos viviendo. No he tenido tiempo de llorar”, confiesa. Y aunque Enzo no es más que un niño de ocho años que preserva su inocencia, Oskar no pudo evitar que su hijo se pusiera a llorar cuando pasaron por la calle Concejo de Zabalegui para recoger algunos de sus enseres. “Me decía que tenía mucha pena y que estaba muy triste. Lo estuve abrazando en frente de casa mientras lloraba con miedo de cómo podrá afectar esto a mi hijo. No le puedo hacer ver que no pasa nada porque nos ha cambiado la vida y en el colegio le preguntan todo el rato”, señala.

Mientras tanto, Oskar tiene que hacer encaje de bolillos para gestionar con el seguro cómo reconstruir su hogar. “Me voy a quedar sin nada porque no me va dar demasiadas ayudas y todavía no sé cómo voy a hacer frente al arreglo interno de la casa”. Por otro lado, la póliza de la comunidad únicamente les cubre lo que constituye el continente de las viviendas; es decir, ventanas, puertas y fachada. Por otro lado, con respecto al banco, Oskar les presentó papeles de que había sufrido una expulsión forzosa de su vivienda con el objetivo de que le aplazaran la hipoteca, pero todavía está esperando respuesta y ya le han cobrado la cuota. “Si me permitieran no pagar durante este tiempo, podría permitirme un alquiler, pero de esta forma es inviable. Te ves de un día para otro sin casa y te das cuenta de que nadie te ayuda. No estamos pidiendo caridad, sino que podamos volver a tener una vida normal”, asegura. Además de este cúmulo de desgracias, el otro día conectaron el agua para realizar comprobaciones y, como su cocina explotó, empezó a salir agua por las tuberías. “No solo está destruida, sino que también está inundada. Esto es un horror”, concluye.