El Pirineo navarro se encuentra repleto de búnkeres que el régimen franquista encargó construir. Se trata de construcciones que trabajadores forzados levantaron bajo órdenes de los sublevados para evitar una invasión aliada o el regreso de los republicanos que huyeron a Francia exiliados. Para preservar la memoria histórica, 24 jóvenes de entre 15 y 17 años, procedentes de todas partes del Estado, participan desde el 1 hasta el 15 de agosto en un programa de voluntariado del Instituto Navarro de Juventud (INJ) y el Instituto Navarro de la Memoria para localizar estos emplazamientos militares.

En total, los bosques del Pirineo navarro esconden, aproximadamente, 2.000 búnkeres. Los voluntarios están llevando a cabo las labores de recuperación, exactamente, en torno al puerto de Ibardin y el monte Gartzin, en el municipio de Bera. Se trata de un pueblo fronterizo con Francia que “alberga una de las obras faraónicas más inútiles del franquismo”, como definió ayer la consejera del Departamento de Memoria y Convivencia, Ana Ollo, en una visita al lugar. Al acto también acudieron el alcalde de Bera, Aitor Elexpuru; Txema Burgaleta, director del INJ; y José Miguel Gastón, director del Instituto Navarro de la Memoria.

 Se trata de la novena edición de estos campus del proyecto La memoria fortificada que comenzó en 2017 y desde entonces ha adecuado barracones y nidos de ametralladora en multitud de lugares como Burguete, Igal, Erratzu, Bera, Lesaka, Eugui e Isaba. 

Los voluntarios

Bárbara García y Emma Gómez vienen de Valencia y Cádiz, respectivamente. Ellas explicaron que, cuando llegaron al búnker, “prácticamente ni se veía. El paso de los años lo había cubierto de maleza y tierra”. Por ello, antes de que comenzaran a excavar y retirar sedimentos, “la gente que paseaba por la zona pasaba de largo”, expusieron. Ambas se decidieron a participar en este voluntariado, y no en otros que se limitan a actividades de ocio, “por su impacto social y porque no es lo típico que nos enseñan a los adolescentes”.

Mientras, Mariam Bagry, de Pamplona, se enamoró de la causa gracias a un viaje de clase al Campo de Concentración de Gurs, en el que miles de republicanos españoles fueron internados. “Conocí lugares e historias que me marcaron”, admitió. Por ello, ahora se hospeda en un albergue de Bera para desenterrar la memoria histórica que yace escondida en el lugar. La labor de Mariam se ha centradoen otro búnker distinto al del lugar de la visita. “El otro estaba todavía más escondido. Hemos retirado la tierra con palas y demás herramientas y ahora es mucho más visible y accesible”, detalló.

El contexto

Al terminar la Guerra Civil, el régimen franquista encargó a prisioneros de campos de concentración construir estas fortificaciones para evitar una invasión aliada y obstaculizar regreso de los republicanos exiliados en Francia. Pese a que los trabajos fueron realizados bajo planificación pública, se tejieron redes de corrupción y tráfico de influencias que dejaron grandes beneficios para empresas privadas y oficiales del ejército

Finalmente, los avances tecnológicos volvieron obsoletos los búnkeres, por lo que el gasto económico —enmarcado en la profunda crisis económica de la época— y el sufrimiento humano terminaron por haber sido en vano. Como señaló la consejera, “en estos tiempos en los que el negacionismo y la ultraderecha están en boga, el compromiso político y social de los jóvenes, que son el futuro, con este tipo de iniciativas, es algo fundamental”.