“Cada vez que hay una nueva alerta me pongo nerviosa y empiezo a llorar”
Un año después, esta vecina de Guadasuar (Valencia) trata de superar las secuelas de la dana y recuperar su vida
Cada vez que una gran tormenta se aproxima a la provincia, muchos valencianos sienten un estremecimiento que los transporta automáticamente al 29 de octubre de 2024. “Cuando saltan las alertas, me pongo súper nerviosa y empiezo a llorar” confiesa Susana Pérez, vecina de Guadasuar, con la voz quebrada, recordando aquel día que cambió su vida para siempre. La dana, esa depresión aislada en niveles altos que descargó torrentes de agua sobre distintas localidades de la región, no solo arrasó casas y calles, sino que dejó cicatrices imborrables en quienes la vivieron.
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Recuerdos de la tragedia
Susana rememora con detalle la magnitud de lo ocurrido aquel día. “Aquí el agua llegó hasta un metro sesenta. En mi calle venía un torrente de agua por una esquina, y por otra, otro torrente. Delante de mi casa se llegó a formar un remolino”. El agua no respetó nada y se llevó por delante coches, muebles, electrodomésticos… y puso a prueba la valentía y la resiliencia de los vecinos.
En su caso, trató de avisar a su cuñado para que no se moviera del lugar en el que se encontraba, pero ya era demasiado tarde. Él y sus sobrinos, de once y quince años, circulaban por la carretera cuando arreció la lluvia. Al llegar a su casa, frente a la de Susana, todo se complicó. Salir del coche y entrar en su vivienda fue una odisea, que pudo costarles la vida. Arriba, Susana hablaba por teléfono con una amiga cuando vio cómo el agua subía por la escalera: “Empecé a gritar; fue terrible…”
La fuerza de la riada era tal que terminó llevándose su coche, aparcado delante del hogar. La familia hizo todo lo posible por mantenerse a salvo mientras observaban cómo la casa se inundaba. “La nevera estaba flotando, los utensilios de la cocina cubiertos por el agua…”, cuenta, conmocionada todavía por la experiencia. La ayuda de los familiares presentes, entre los que se encontraban también sus padres, y de los vecinos, fue crucial para ponerse todos a salvo.
"No entendíamos nada de lo que estaba pasando. La impotencia era absoluta"
La incertidumbre y el miedo acompañaron a Susana y su familia cada minuto de aquella trágica noche para muchos valencianos. “No entendíamos nada de lo que estaba pasando”. Los días posteriores no fueron fáciles. En Guadasuar, al igual que en otras localidades afectadas, solo había barro, tristeza y destrucción por todos lados. “La impotencia era absoluta”, confiesa Susana.
En medio del caos, surgió una solidaridad inesperada: vecinos que ayudaban a levantar muebles, rescatar personas y animales atrapados, y organizar comida para los más afectados. “Construimos una familia. Cada uno se encargaba de una cosa. Unos traían comida, otros ayudaban a los niños... Esa unión entre los vecinos nos salvó”.
Lenta recuperación
La recuperación ha sido larga y difícil. Susana recuerda cómo vivieron durante meses en condiciones precarias: “Desde 29 de octubre hasta junio estuvimos siete personas viviendo en la planta de arriba, la cual tuvimos que habilitar poco a poco”, relata. En medio de aquella incertidumbre, llegaron las Navidades, días que deberían ser de celebración y que, sin embargo, estuvieron teñidos de austeridad y esfuerzo compartido. “Fueron días muy raros. Apenas teníamos nada y hacíamos lo posible por mantener cierta normalidad”, cuenta con dolor.
“Construimos una familia. Cada uno se encargaba de una cosa. Unos traían comida, otros ayudaban a los niños... Esa unión entre los vecinos nos salvó”
Aun así, la solidaridad se hizo sentir. “El colegio se volcó con los niños. Recogieron regalos y una ONG de aquí también colaboró. Los que no se vieron afectados se portaron de maravilla y participaron en todo lo que pudieron”. La ayuda no se limitó al entorno cercano. “Vecinos y personas de otras ciudades compraban lo que podían y nos lo hacían llegar”, rememora Susana. Entre tantas muestras de apoyo, un gesto permanece imborrable en su memoria: “Un amigo me llevó de compras, porque siempre tirábamos de lo que nos traían otras personas —productos básicos, conservas—, nos llenó la nevera y hasta compró algunos adornos de Navidad para que pudiéramos decorar las casas y el barrio. Lo hicimos principalmente por los niños”.
La valenciana también se siente profundamente agradecida al Ayuntamiento de Guadasuar por el apoyo recibido. Destaca especialmente la disposición y cercanía del equipo municipal, que “desde el primer momento hicieron todo lo posible para acompañarnos en un momento tan difícil”. Un gesto que valora sinceramente y que le ha aportado tranquilidad.
Secuelas
El impacto emocional sigue presente un año después. Susana recibe apoyo psicológico y admite que las secuelas del miedo persisten. “A día de hoy continúo hecha un desastre emocionalmente. No fue solo por el hecho de perder nuestras casas, nuestros coches, y que yo me quedara sin trabajo, sino también por la incertidumbre, el miedo y la impotencia de no poder controlar nada de lo que sucedió aquel día”, explica.
“Nunca lo vamos a olvidar. Puedes rehacer tu casa, tus cosas, tu vida, pero el recuerdo y la angustia se quedan contigo para siempre”
Para ella, el recuerdo de la dana no se limita únicamente al momento de la inundación. Cada nueva alerta meteorológica le recuerda lo vivido hace justo un año. “Nunca lo vamos a olvidar. Puedes rehacer tu casa, tus cosas, tu vida, pero el recuerdo y la angustia se quedan contigo para siempre”.
A pesar de todo, Susana resalta la importancia de los lazos humanos. “Tengo amigos a los que les debo mucho porque se han volcado conmigo. Reconforta saber que no estás sola, aunque la herida siga abierta”. Esa solidaridad ha sido un refugio emocional que, más allá de la reconstrucción material, ha permitido que la vida continúe. “Aprendes a valorar lo que tienes, a estar presente y cuidar de los demás. Pero también aprendes que no estás solo, que la comunidad puede sostenerte incluso en los peores momentos”, añade.
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