Un ingreso “de libro” en el Hospital de Navarra
Juan Ruiz escribió un relato de agradecimiento tras pasar diez días en la planta de Hematología: “han sido como unas vacaciones”
“A mis hematólogos Leire Armesto, Iñigo García, Iván Quispe, Maite Zudaire y Blai Signes, que me han tratado como a un bebé. A las enfermeras, trabajadores de la cocina y de la limpieza, mis ángeles custodios. A mis familiares, amigos del alma y a Piluka, compañera de viajes y alifafes”. Es la dedicatoria de Juan Ruiz Zeberio Garuz (San Sebastián, 12/07/1963), que en su libro ‘Los días preciosos’ narra su ingreso en Hematología en la tercera planta del Pabellón C del Complejo Hospitalario de Navarra tras sufrir un repentino descenso en el nivel de plaquetas.
“A todos ellos los llevo en el corazón. Allí he pasado las mejores vacaciones de mi vida, mis días más felices. He ocupado una suite individual, la 110, de 25 metros cuadrados con baño privado durante diez días, con vistas a un descomunal cedro de Líbano y a los montes de El Perdón. He disfrutado de una comida variada excepcional y no he oído ni un solo ruido. He gozado de lo que más me gusta: el silencio, Bach y los pájaros revoloteando bajo mi ventana. Me han renacido”, resume.
El relato de Juan Ruiz Zeberio comienza el 8 de febrero de este año, cuando se descubrió una ampolla de sangre en la mucosa derecha de la boca. “Durante los días siguientes, fueron apareciendo y reabsorbiéndose esas ampollas. Fui al médico de Atención Primaria, que no supo darle demasiada importancia. El viernes 15 de febrero decidí acudir a Urgencias del Hospital García Orcoyen de Estella-Lizarra. Me hicieron una analítica y vieron que tenía tan solo 9.000 plaquetas por microlitro, cuando lo normal es contar con entre 150.000 y 400.000. Me llevaron en ambulancia a Urgencias del Complejo Hospitalario de Navarra. Allí, una nueva analítica desveló que tenía 4.000 plaquetas”.
El diagnóstico fue una trombocitopenia inmune primaria (TPI), una enfermedad autoinmune en la que el sistema inmunitario destruye las plaquetas sanas. “Realmente no quedó claro el motivo y fue una sorpresa para mí, que antes no había tenido ningún problema de salud. Fue totalmente inesperado, de repente me convertí en el hombre de las plaquetas perdidas”, dice entre risas.
Alta y recaída
Juan Ruiz recibió el alta el día 17 de febrero, pero a los pocos días llegaron una nueva alarma y un segundo ingreso. “Me volvió a salir una bulla en la boca, aunque al principio pensaba que sería algo normal y no le di mucha relevancia”. En la siguiente revisión médica, se confirmó la recaída: la analítica volvió a dar menos de 8.000 plaquetas y tuvo que regresar a urgencias el 19 de febrero.
“El médico, que era un cachondo, me dijo que las plaquetas estaban en 2.000, así que todavía tenía muchas. Después, el hematólogo Iñigo García me explicó que iban a probar con otro tipo de corticoide enriquecido con epo, esa sustancia que se inyectaban algunos ciclistas en la época dorada de Indurain y Pantani. Eso me tranquilizó”, bromea Juan Ruiz, amante del ciclismo, deporte que todavía practica con asiduidad.
Quedó ingresado el día 20 de febrero y permaneció en el Hospital seis días más, en lo que él considera como unas pequeñas vacaciones. “Estaba como en un hotel de la cadena Hilton”, bromea.
La trucha, el plato del día
Una de las cosas que más le sorprendió fue la comida. “Ni por asomo podía entonces sospechar de la cantidad y calidad de la oferta gastronómica que iba a desfilar ante mis ojos entre desayunos, comidas y cenas. Un auténtico alarde de filigranas culinarias. Por ejemplo, yo no había probado una trucha en mi vida y desde entonces soy acérrimo defensor de su consumo y, por supuesto, la he introducido en mis hábitos alimenticios”.
Entre comidas, paseos y visitas de amigos y familiares, fue mejorando su estado de salud hasta recibir “casi con pena” el alta. Entonces, volvió a Villatuerta, donde regenta una casa rural. “Vivo tranquilo tocando el piano y mantengo un trato amable con paisanos, peregrinos y olivos. La verdad es que estoy encantado con el pueblo y con el clima que tenemos aquí”.
Antes de instalarse en Villatuerta, tuvo una trayectoria vital llena de peripecias. “Nací en Donostia, estudié Derecho y ejercí de ello durante once años. También fui profesor de euskera, agricultor, cristalero, panadero y bibliotecario. Ahora tengo la casa rural y, además, me ha dado por escribir”.
“Me lancé con el libro”
“El primer día que salí del Hospital ya tenía claro que iba a escribir algo sobre el ingreso y lo que me había pasado, pero no pensaba ni por asomo publicarlo. La cuestión es que empecé a hacerlo y vi que tenía una estructura muy clara y unas situaciones que quería contar. Así que se fue creando la estructura del libro hasta que me lancé a autopublicarlo”.
Los pocos ejemplares de la obra están en manos del autor, de su familia y de algunos trabajadores de Salud. “He compartido el libro con médicos como Blai Signes y con mis familiares y a todos les ha gustado, así que estoy muy contento. Además, después del percance ha ido todo muy bien. Estoy mejor que nunca, incluso que cuando tenía 18 años”, concluye.
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