Si ensaban que ninguna pareja podría superar la ñoña, insípida e insoportable existencia formada hasta hace bien poco por Iker Casillas y Sara Carbonero... Pues se equivocaban. Y quien redacta estas líneas no se refiere al tándem compuesto por Shakira y Gerard Piqué, ni tampoco a su versión castiza y castellana: el noviazgo entre Enrique Ponce y Ana Soria, que acaban de dar rienda suelta a la pasión en alta mar. Sin cocodrilo hinchable, todo sea dicho. Ninguno de estos tres amores ya prácticamente interesa. Sí, en cambio, ese bikote que pisa las calles de Madrid cada noche de verano y derrocha azúcar y sacarina por redes sociales. Ese par (de dos) que agota la insulina de cualquier diabético cuando proclama (a diario) su amor en sus respectivos perfiles de Instagram. Hablamos, por supuesto, del matrimonio formado por Cristina Pedroche y Dabiz Muñoz (con B y Z, que queda mucho más macarra y moderno).

Porque la actitud (adolescente) de ambos requiere, sin duda, un profundo análisis. Una intensa investigación para entender esa necesidad constante de exhibición pública. De morreos con saliva, de cuerpos medio en pelotas, de expresarse con imágenes en un constante calentón. Como cuando te surge plan en la discoteca Penélope de Benidorm, pero en versión 24-7. "Fundiéndose en el apasionado y veraniego beso que puede verse en la fotografía, la pareja que forman la presentadora y el chef ha vuelto a pregonar a los cuatro vientos el amor que sienten el uno por el otro", exclamaba esta semana en su última página la revista Pronto. Todo ello en un mini-reportaje en el que también se detallaba el siguiente post de Pedroche: "Si tuviera que volver a comenzar mi vida, intentaría encontrarte mucho antes".

Incontestable declaración de amor, acompañada de bañador, bikini, cava y besuqueo, ante la que cualquier ser humano sencillo y observador tiende a cuestionarse: ¿Ya hay necesidad de tanto derroche? Y lo más importante: ¿Quién cojones les hace las fotos?