'La casa del padre'/'Aitaren etxea' es una historia íntima en la que Karmele Jaio transita a través de tres personajes por un desván familiar. La escritora alavesa enfrenta a los lectores con los espejos del pasado.

El nuevo libro de Jaio es una reflexión sobre los roles de género, roles que aún en el siglo XXI se resisten a desaparecer. Reconoce que el personaje de Ismael, el protagonista masculino de su novela, le ha costado más que el de las dos mujeres que comparten la historia con él, Libe y Jasone, y confiesa que a la hora de hacer los retratos ha sentido miedo de caer en las generalidades y tópicos, una tentación fácil cuando se escribe de hombres y mujeres, así que ha huido de las caricaturas y se ha metido a fondo en cada uno de ellos.

¿Siempre ha sentido pasión por la escritura?

Son años ya en esto. Empecé a escribir no muy pronto, con unos 18 años. Estudié Periodismo por la escritura, no elegí la carrera por vocación periodística, pero era lo que más se acercaba a escribir. No soy como esa gente que siempre ha querido ser periodista y se ha convertido en periodista de raza.

¿Cree que quedan periodistas de raza?

Alguno debe quedar, aunque no muchos.

La casa del padre es un título muy cercano a la cultura vasca.

Sí. Está el famoso poema (La casa de mi padre, de Gabriel Aresti). El título hace referencia a que aún vivimos en la casa del padre. Es igual que hablemos de la defensa de la patria, de enamorarnos o de cualquier tema que afecte a nuestras vidas; los mandatos de género, las relaciones de poder, etcétera, están en todos los sitios. Son cuestiones transversales.

Da la sensación de que su libro es una reflexión sobre la masculinidad.

El protagonista es un hombre, pero no es solo un libro sobre la masculinidad. Quizá tendríamos que verlo desde el punto de vista de cómo tanto hombres como mujeres nos construimos, de alguna manera, encorsetados en unos mandatos. Se hace especial hincapié en la masculinidad porque el protagonista hace una reflexión coincidiendo con el tiempo que tiene que pasar cuidando a su padre, algo que no le ha tocado hacer nunca.

¿Una mirada en el espejo que representa otro hombre, el padre?

Es pensar en el tipo de hombre que ha tenido enfrente, en el modelo de hombre que ha tenido en su padre. Es averiguar qué se ha esperado de él por ser hombre. Hace una toma de conciencia sobre lo que es él, igual que la hacen las dos mujeres protagonistas de la novela. Es ver cómo les ha afectado a los tres ese fondo familiar en todas las decisiones que han tomado en la vida.

¿Cree que aún seguimos aceptando los mandatos de género sobre los mandatos de personas?

Absolutamente convencida.

¿No vamos a cambiar?

Seguramente. Han cambiado muchas cosas, pero todavía estamos enseñando a niños y a niñas a poner sobre ellos y ellas unas expectativas concretas y distintas. Estamos limitando la libertad de las personas y no las dejamos ser lo que quieren realmente. Les estrechamos el abanico y les ofrecemos ciertas posibilidades, pero no todas.

Profesión de mujer, profesión de hombre...

Cierto, y juguetes de niña, juguetes de niño, formas de hablar diferentes... Esos mandatos de género aún existen, lo traspasan todo y lo hacen desde lo más público a lo más íntimo; desde nuestra forma de actuar en una reunión a nuestra forma de enamorarnos de una persona.

¿Aún estando en el siglo XXI?

A veces tenemos la fantasía de que hablamos desde un lugar neutral, de que escribimos desde un lugar neutral, pero es absolutamente falso. Hay muchos condicionantes en la vida y no solo de género, pero el de género es muy potente, y muchas veces, inconscientemente, seguimos actuando como se espera. Y todo ello, a pesar de haber hecho no una, sino muchas reflexiones sobre el tema.

¿Es difícil entrar en los desvanes privados propios y ajenos?

Sí. En esta novela ?en todas, pero en esta especialmente?, he hecho un esfuerzo por entrar en el desván de la casa del padre. Sobre todo es un esfuerzo por entrar en las contradicciones de los personajes. Pienso que las personas no somos de una manera, sino de muchas maneras.

¿Tantas contradicciones cree que encierra una persona?

Todas, y me ha interesado entrar en ellas porque dan más credibilidad a los personajes. Cuando dices fulanito era tal o cual, no es real. Es así, pero también así, y así, y nos ocurre a todas las personas, que somos de tantas maneras y muchas veces esas maneras son muy contradictorias.

Da mucha rabia enfrentarse a tus propias contradicciones, ¿no?

Sí, pero eso también es importante aceptarlo. Es una riqueza que tenemos y nos da volumen a las personas.

¿Poliédricos, como se dice ahora?

Exactamente, ese podría ser el término.

Ismael, Libe y Jasone, los protagonistas de esta novela, son un triángulo familiar. ¿Se identifica más con Jasone, la mujer de Ismael?

Hay muchos puntos de coincidencia. Soy mujer, soy escritora y hay otras historias en las que tenemos puntos en común. Me veo en partes muy importantes de Jasone, pero me veo también en Libe, la hermana, y también en Ismael. Los seres humanos podemos ser muy diferentes, pero nos ocurren cosas muy parecidas en la vida. Nuestras grandes preocupaciones son cuatro.

¿Es difícil desde el punto de vista de una mujer crear un personaje que exude masculinidad?

Me ha costado más que los personajes femeninos. Ismael ha sido más trabajoso de crear. El mundo masculino lo conozco menos y me ha costado hacer ese ejercicio, aunque un escritor o escritora tiene que ser capaz de ponerse en la piel de cualquiera, pero el hecho de ser hombre lo ha hecho más difícil. También por miedo.

¿A caer en los tópicos?

Sí. Era algo que me daba mucho miedo. Tenía miedo de caer en generalidades, de hacer una caricatura: los hombres tal, las mujeres cual... ¡Qué miedo me daba eso! He escrito con cuidado en ese sentido. Es un tema muy resbaladizo, porque es muy fácil caer en generalidades y he sido muy consciente de ello. Me ha costado escribir esta novela y uno de los motivos ha sido el miedo a caer en esas generalidades con las que muchas veces nos enfrentamos.

También podía haber caído en generalidades en el personaje de Libe y su relación con el feminismo.

Por supuesto, ytambién se puede caer en generalidades en el personaje de Jasone, la mujer que renuncia a sus inquietudes y necesidades cuando forma una familia. Por eso he puesto el acento en las contradicciones. Los personajes que solo son de una manera, que resultan muy planos, no resultan creíbles. Es muy fácil caer en las generalidades, caer en los tópicos, cuando estás hablando de hombres y mujeres.

Ismael es un escritor al que le invade una sequía de ideas cuando se enfrenta al folio en blanco. ¿Le ha ocurrido a usted?

Más que sequía, porque no he vivido tanto la página en blanco, he escrito y luego no ha servido. Me ha pasado que he escrito mucho y luego lo he tirado a la papelera. Más que estar en blanco o tener una sequía, me es difícil encontrar el tiempo para sentarme y escribir; son los condicionantes de la vida. En el momento en el que he encontrado ese tiempo, he escrito. Siempre me lanzó a escribir.

¿Aunque luego vaya a la papelera o no sirva para nada?

Aunque vaya a la papelera, siempre sirve para algo. Escribes, escribes y escribes para llegar a un punto desde el que vas a empezar. Hay un momento en el que después de escribir mucho sientes que has llegado a la puerta de entrada. Quedarme en blanco es algo que no me suele ocurrir.

¿Cómo se elige un argumento?

No sé si se elige. Siempre escribo con preguntas en la cabeza, y cuando me siento a hacerlo es como un descubrimiento. No sé realmente lo que quiero escribir; tengo una intuición, tengo una imagen, tengo algo dentro, y mi objetivo cuando empiezo es buscar lo que quiero decir. En ese sentido, no es que yo me haya dicho: Voy a escribir una novela sobre la masculinidad o sobre el tema de género. Me siento a escribir y voy descubriendo en el proceso de escritura de lo que quiero decir.

No se bloquea ante la página en blanco, pero, ¿se pone a escribir con el cerebro en blanco?

Tampoco es eso; no tengo claro lo que voy a escribir. Hay escritores que lo hacen desde un guion, yo no.

¿Sin red de seguridad?

Absolutamente, y hacerlo así tiene sus peligros. En esta novela me ha ocurrido. He ido por un camino, he seguido, he abierto una puerta, otra, otra? para encontrarme con una tapia.

¿Y qué hace frente a la tapia?

Lo que harías en la realidad, y no solo metafórica, que es volver atrás y decir: Esto fuera, hay que empezar otra vez a buscar una salida. Hacerlo de esta forma tiene ese peligro, pero también tiene esa parte de gran aventura que es descubrir qué es lo que quieres decir. Si tienes claro desde el principio lo que vas a escribir, para qué escribir un libro.

¿Disciplinada?

Por mi vida, mi trabajo y mi familia, por los muchos frentes abiertos que tengo, los momentos de escribir los tengo muy limitados. Siempre busco esos momentos y cuando los tengo no los desaprovecho. ¿Disciplinada? No tengo la suerte de despertarme por la mañana, desayunar, pensar, ponerme a escribir, tener la tarde para leer y seguir pensando. No lo hago de esta manera, mi tiempo es más limitado. Mi vida es otra.

Es de suponer que es usted una gran lectora...

Sí. Pienso que el 50% del trabajo de un escritor o escritora es la lectura.

¿Qué otras aficiones tiene?

Me gusta mucho la música en directo, ir a conciertos, leer, ir al cine, pasear? No tengo tiempo para hacer todo lo que me gustaría, pero en la medida que puedo, hago cosas que me gustan mucho.

Hay escritores que confiesan que cuando terminan un libro sienten vacío. Es como si algo se les escapara y ya no les perteneciera.

Es cierto que cuando se está con una historia en la cabeza y llegas al punto en el que no puedes cambiar nada, notas ciertas sensaciones, pero yo no las llamaría vacío. Entras en otra historia. Vacío no, incluso te diría que es un alivio. Dicen que un libro no se termina nunca, que se abandona, que lo dejas, porque lo seguirías cambiando.

¿Cambia usted muchas cosas antes de entregar un texto?

Retoco, pero escribir es corregir. Cada vez que coges un texto siempre surgen puntos que cambiarías, y con la traducción también.

¿Ha hecho usted misma la traducción?

Sí, y más que traducir lo he reescrito.

Será inútil preguntarle si tiene alguna historia pensada para un futuro libro, ya que ha confesado que es impredecible.

Ja, ja, ja? Hay algo que me da vueltas en la cabeza. Lo normal es que vea algo, que me fije en algo y diga: Uy, me interesa, voy a ver qué es.

¿Lee los libros una vez editados? La mayoría de los escritores dice negarse a hacerlo.

Los leo una vez.

¿Y cuánto cambiaría?

Siempre hay algo para cambiar.

¿No tiene la tentación de seguir a los personajes de sus libros en otras historias?

No. Hasta ahora nunca lo he hecho, no he sentido esa necesidad. Lo habitual es que me vaya a otros escenarios.

¿Hace renuncias en la traducción respecto a la versión original? ¿Es difícil la autotraducción?

Sí. Es como un espejo, te ves cómo escribes y aprendes mucho de ti misma. Hay cosas que no has visto mientras escribías y te planteas preguntas: ¿Por qué he hecho esto así? ¿Por qué he puesto esta frase? Resulta enriquecedor, pero a la vez es difícil.

¿No se fía de otros traductores?

No es eso. Es tan diferente el euskera del castellano que a veces resulta difícil reconocer una historia cuando se hace una traducción literal. Cuando lo he hecho así, siempre he pensado: Esta no es la novela que he escrito yo. Me he reconocido al hacerme la pregunta: ¿Cómo contaría esto en castellano? No es que no me fie. Un traductor lo va a hacer literal porque va a respetar lo que ha hecho el autor de la novela. En esta ocasión, es la primera vez que he traducido estando vivo el texto en euskera. Mientras estaba escribiendo en euskera ya estaba traduciendo. Cualquier cambio que hiciera en euskera también lo tenía que hacer en castellano. Ha sido como escribir dos libros a la vez.

PERSONAL

Edad: 49 años (19 de marzo de 1970)

Lugar de nacimiento: Vitoria-Gasteiz.

Formación: Es licenciada en Ciencia de la Información por la UPV.

Trayectoria: Declara que desde los 17 o 18 años la escritura era una de sus pasiones, y que estudió Periodismo porque era lo que más le acercaba a la literatura, aunque nunca sintió la vocación de ser periodista. Ha trabajado en diferentes medios de comunicación y es colaboradora semanal del Grupo Noticias. Ha sido responsable de comunicación de Euskalgintza Elkartanean y Emakunde. Desde 2015 es académica de Euskaltzaindia.

Narrativa: Hamabost zauri/Heridas crónicas (2004), Zu bezain ahul (2007) y Ez naiz ni (2012).

Novela: Amaren eskuak/Las manos de mi madre (2006), adaptada al cine por Mireia Gabilondo; Musika airean/Música en el aire (2010) y Aitaren etxea/La casa del padre (2019).

Poesía: Orain hilak ditugu (2015).