Da la sensación, si no es que es ya toda una certeza, de que Navarra Suma ha dado por finiquitada la legislatura y que, salvo para soltar alguna que otra nota de prensa y alguna declaración de Esparza al hilo de Bildu y el pacto presupuestario, ha optado por meterse en la grupeta y llegar a meta con tranquilidad a nivel parlamentario y dedicarse a ver qué hacer de cara a los comicios de 2023. Lo cierto es que ha sido una legislatura marcada por pandemia y ahora por la guerra y que la coalición de derechas en ningún caso se ha movido de los parámetros que traía de la legislatura anterior, con Cristina Ibarrola erigida casi en exclusiva como la única ariete de altura en la oposición, cuestionando los modos y maneras del Departamento de Salud en la gestión de la pandemia. Se podrá estar de acuerdo en poco, bastante o todo con ella, pero qué duda cabe de que trabajo ha tenido y lo ha llevado a cabo, algo que, sinceramente, es más complejo de percibir en otros compañeros y compañeras de coalición. Y no porque no lo hayan hecho, porque muchas veces el trabajo –necesario– de ser oposición queda tapado por el rodillo gubernamental y el día a día, sino porque también esta ha sido la legislatura en la que por vez primera en décadas la actividad parlamentaria y su seguimiento por parte de los medios ha pasado a un tercer, cuarto o incluso quinto plano de la llamada actualidad. Y esto durante semanas, meses y años, lo que ha ido alejando aún más a los ciudadanos de lo que hacen o dejan de hacer sus representantes en la cámara navarra. Porque que salgan 2 páginas en la prensa no supone que eso sea seguido. Salen porque es una dinámica, que quizá si se pudiera saber bien bien a quién le interesa, no saldrían al 100% o solo 1 o media. No solo Navarra Suma tiene tarea de aquí a mayo. El resto también tienen que recuperar el interés de sus votantes y posibles votantes.