.En casa de Naiara Samper, sus hijos aguardan el momento con la ansiedad de quien espera en una misma noche a los Reyes Magos y al Olentzero.

Parece que están juntos, pero la distancia con su madre es inevitable, y Danel y Elene no se aguantan las ganas. "¿Ama, de verdad que no te podemos dar un abrazo, aunque sea sin beso?".

Ella, haciendo de tripas corazón, les mira tras su mascarilla y les responde que no, que ya habrá tiempo. El chaval, de 10 años, es un amazulo.

A su hermana mayor, de 13, la madre tuvo que frenarle cuando salió del hospital y se le abalanzó al llegar a casa. Naiara les anima, les dice que es cuestión de esperar, tachando otro día del calendario, como un presidiario al final de un largo y duro cautiverio. El 9 de abril está a la vuelta de la esquina.

Es una fecha casi mágica que cobra un signficado muy especial: no solo porque sea el cumpleaños de la madre, sino por que se acaba para esta eibartarra de 43 años el plazo fijado para guardar las dichosas distancias con los miembros de su familia. Fue la primera paciente ingresada en el Hospital de Mendaro por COVID-19.

Después de luchar a cara de perro contra la enfermedad, las pruebas han confirmado que ya no tiene carga viral. Quince días. Dos semanas más. "No cabe imaginar mejor regalo", sonríe, pensando en el momento en que tendrá a sus hijos en sus brazos.

Ni ella ni Jesús Prieto, de 51 años, tenían patologías previas. No representan sobre el papel ningún colectivo especialmente vulnerable, lo que revela el implacable ímpetu con el que se ensaña esta pandemia democrática donde las haya, que no distingue de edades ni de clases sociales. Naiara es de las que va al gimnasio a diario. El arrasatearra Prieto, a quien todos conocen como Pete, es un habitual de la bici de montaña, que combina con la práctica de la natación y el paseo. El saludable estilo de vida de ambos les ha ayudado a salir adelante tras este duro trance. "No, no estamos hablando de una enfermedad de personas mayores, como si el coronavirus no fuera con el resto", advierte desde su domicilio la eibartarra. "De esto se sale, y no hay que tener miedo pero sí mucho respeto a la infección. Que nadie se lleve a engaño. Que la gente joven se haga responsable porque estamos ante un virus que le puede afectar a cualquiera".

En un contexto en el que Gipuzkoa registró ayer por segundo día consecutivo un descenso de contagios '42 personas', ellos también van levantando poco a poco la cabeza. En Euskadi, siete de cada diez pruebas realizadas fueron negativas, sin olvidar que son ya 1.113 positivos, de los que 377 están ingresados, como fue el caso de Jesús Prieto y Naiara, que respiran ya a pleno pulmón.

Casi parece un mal sueño lo ocurrido en apenas unas semanas. "Oye, oye, ¿a ver si nos vas a fastidiar ahora?". Quién le iba a decir a la eibartarra que aquel catarro del viernes 6 de marzo era el preludio de una enfermedad desconocida que ha puesto a medio mundo patas arriba. En su trabajo, en el concesario de automóviles Lugaritz de Eibar, como en tantos otros puestos laborales, se lo tomaron en un principio casi de broma.

Nadie intuía aquel viernes lo que venía, dos días antes de la multitudinaria manifestación por el Día de la Mujer que llenó las calles de miles de manifestantes. "A la tarde ya no fui al trabajo por la fiebre. Llamé al teléfono habilitado y me preguntaron si había estado en China o Italia. Les dije que dos semanas atrás había estado en Barcelona, pero en esos momentos en Catalunya no había ningún foco de contagio. No tengo ni idea de dónde pudo ser". Ahí quedó la consulta, pero el COVID-19 siguió dando señales de vida, con síntomas cada vez más evidentes: fiebre alta cada cuatro horas y consultas médicas sin diagnóstico claro, hasta que al cabo de unos días acudió al Hospital de Mendaro. El resultado de la placa era preocupante: neumonía bilateral, y por si fuera poco, la análita reveló que sus defensas estaban por los suelos.

Regresó a casa con una consigna clara: no salir de ella, hasta que el viernes 13, una semana después de aquellos mocos tan molestos, le confirmaron el diagnóstico positivo. Una ambulancia se presentó a la puerta de casa y se convirtió así en la primera paciente ingresada por COVID-19 en el Hospital de Mendaro. "He tenido suerte porque al principio no había más afectados y estuve sola en la habitación. Ingresé el viernes, y hasta el lunes no entraron más pacientes. Al cabo de dos semanas hubo un aumento notable de ingresos por coronavirus".

El suyo se ha prolongado durante quince días. "Por un lado es duro estar sola, pero a la vez te garantiza mayor intimidad con respecto a un tratamiento que deja sus secuelas. Provoca diarreas. En un principio me subió mucho la fiebre y me salieron granos por todo el cuerpo. La medicación que he recibido, para la cual tuve que dar mi consentimiento, es una mezcla de retrovirales y antibióticos ante los cuales no todos los cuerpos reaccionan igual. Un brote hizo que me subiera la fiebre a 39 grados. Fue el peor momento, pero a partir de ahí comenzó a bajar y la neumonía mejoró un montón. El tratamiento surte efecto. Es muy fuerte, pero acaba dando resultado. El problema son los efectos secundarios", advierte.

Los datos recabados hasta las ocho de la tarde del lunes revelan que son 6.320 las personas contagiadas de coronavirus en Euskadi, tras registrarse 263 nuevos positivos. Pero la cifra de las personas recuperadas y dadas de alta también va en aumento. Suma un total de 1.796 pacientes, entre los que también figura Jesús Prieto, Pete, de Arrasate.

Una gripe. Es lo que pensó que le afectaba durante el puente de San José, con un malestar que no remitía y que le dejó el cuerpo hecho polvo. "El lunes 23 de marzo me empezó a doler muchísimo la cabeza y tuve fiebre alta. No era normal todo aquello. Tenía la boca muy seca, y un tremendo malestar", recuerda. El médico le dijo que tomara paracetamol y se aislara en una habitación. Al día siguiente, el doctor le llamó de nuevo. "¿Qué tal estás?". Pete no remontaba. Incluso había comenzado a expulsar flemas con sangre. Ingresó en el Hospital de Arrasate. "Me dijeron si quería someterme a un tratamiento que estaban probando frente al coronavirus, y les respondí que sí, que evidentemente mi objetivo era curarme cuanto antes".

Aunque sigue tomando la medicación, el lunes recibió el alta. "He notado una mejoría tremenda, nada que ver con lo jodido que he estado". No se lo han confirmado, pero supone que todavía tiene la carga viral porque, a pesar de darle el alta hospitalaria, le han dicho que permanezca aislado para evitar cualquier posible contagio. "Esperaremos, pero el propio cuerpo ya me está diciendo que esto va a mejor, y lo estoy viviendo como una liberación tremenda. Mis pulmones funcionan bien. Ha sido una suerte que me hayan cogido a tiempo porque cada día que pasa sin diagnóstico las cosas pueden complicarse". De momento, sigue encerrado en una habitación. "Tengo suerte porque el habitáculo de casa en el que estoy aislado dispone de baño, y tengo productos para desinfectar todo". Su familia le deja la comida en la puerta, y él va notando que cada día que pasa el cuerpo se va limpiando de flemas. Ambos recomiendan actuar con responsabilidad, hacer caso a las autoridades sanitarias y advierten de que, "aunque lo pases mal", se sale de una enfermedad que puede poner contra las cuerdas a cualquiera.