Se nos ha muerto Fernando. Fernando era una institución. En cierto modo no se nos ha muerto. Las instituciones no mueren. Permanecen.

Fernando permanece conmigo. Yo era un abogado nuevecito. Un manojo de nervios e incertidumbre. Tenía 23 años cuando lo conocí. Ahora tengo 48. Ya no soy abogado. A los 23 años yo no llevaba corbata. En parte por rebeldía. En parte porque no sabía hacerme el nudo. En los juicios la corbata era obligatoria para el sexo masculino. Y la toga, en este caso sin distinción.

El ritual de la toga era un ritual de paso. Significaba el inicio de la concentración previa al combate del foro. El ritual de la toga era Fernando. Fernando el que te recibía con una sonrisa. El que tenía siempre una broma o un chascarrillo. El problema de la corbata era el que añadía nervios innecesarios. Había algunas por ahí, colgadas como mambas negras en las ramas de los grandes armarios. Algunas con goma. Algunas que precisaban el inevitable nudo.

Yo no sabía hacerme el nudo. Siempre trataba de ir con tiempo. Y Fernando me hacía el nudo de la corbata.

Sin Fernando no había juicio. Pero siempre estaba ahí. La solidez del cuello de la camisa contra la piel cuando apretaba al final me daba una extraña seguridad. Al mismo tiempo, me sentía inmaduro, como un niño al que visten para ir al colegio.

Me compré mi primera y única corbata para ir a un Consejo de Guerra porque no sabía si allí habría Sala de Togas. Desde luego no había Fernando. Le pedí que me hiciera el nudo para el viaje. Me lo hizo. Mi camisa blanca era demasiado grande, prestada. La camisa todavía la tengo. Amarillea en uno de esos lugares donde guardo cosas de forma irracional. La corbata la utilicé una y otra vez. Cada vez que la utilizaba la aflojaba cuidadosamente para no deshacer el nudo de Fernando.

Fernando era el nudo. El que me amarraba a esa profesión que mata y engancha. Durante años utilicé esa corbata, la única que me he comprado en mi vida. La única que tengo. Está cuidadosamente doblada, con el nudo hecho. Me ha acompañado en todas mis mudanzas. Testigo de todos mis éxitos y mis fracasos.

Ahora tengo un nudo en la garganta. Me lo ha vuelto a hacer Fernando. Sigo siendo un manojo de nervios. Y no uso corbata. En parte por rebeldía. En parte porque sigo sin aprenderme como anudarla al cuello. En parte porque ya no tengo quien me haga el nudo tan bien.

Eduardo Santos Itoiz

Abogado

Consejero de Políticas Migratorias y Justicia del Gobierno de Navarra