Uno, quizá por la edad o por la prolongada experiencia profesional, suele ser muy cauto, incluso escéptico, con las exclusivas efectistas que aparecen en los medios en torno a acontecimientos de interés social y político relevante. Con mucha mayor prevención e incredulidad acepta esas exclusivas cuando quien informa basa su revelación directamente en “fuentes de la lucha antiterrorista” o, con asepsia deliberada, en “fuentes conocedoras del proceso”. Pues bien, en vísperas del capítulo final de la interminable disolución de ETA, alguien desde las cloacas del Estado filtró la historia de que unos irreductibles que disienten de esa decisión liquidadora le han afanado a la organización agonizante 60 pistolas y material explosivo sin especificar. La filtración incluso aportaba supuestos detalles de dónde, cómo y cuándo los presuntos disidentes se hicieron con el arsenal para comenzar un retorno del terrorismo.

Dejando de lado el disparate que supone atribuir a ATA, Movimiento por la Amnistía y Contra la Represión, la autoría del supuesto robo y la intención de reanudar la lucha armada, el eco profuso que se ha dado a esta filtración en los medios informativos sugiere que casi al mismo tiempo que ETA confirma su disolución, ya se le está echando de menos. Y es que la existencia de esa organización y su funesta historia han sido argumento informativo permanente para disputar con la competencia exclusivas, filtraciones, intoxicaciones y especulaciones a la búsqueda del titular, de la primicia, para vender más periódicos o aumentar audiencias. La desaparición de ETA acaba con la figura del analista experto, del comentarista enterado, del periodista amenazado, de las tertulias a doblón, de los y las plañideras traídas y llevadas de evento en evento con los gastos pagados. O estos expertos santones se dedican a otra cosa, o van al paro como víctimas colaterales de una decisión que ya desde octubre de 2011 supuso un inmenso alivio para la ciudadanía.

La determinación de ETA de poner fin a su actividad armada y su disolución definitiva han provocado, también, otros daños colaterales, unos daños muy peculiares -por aquello del peculio- que se traducen en la supresión del plus de peligrosidad para miembros de los cuerpos y fuerzas de Seguridad, jueces, fiscales, funcionarios de prisiones y funcionarios dependientes de la Administración del Estado. El plus era también percibido por empleados de algunas empresas privadas, entre ellos trabajadores de medios de comunicación. En 2014 se cifraba en 10.000 las personas beneficiadas por estos pluses en la CAV y Nafarroa y en algunos casos se añadía a la remuneración económica la posibilidad de disponer entre 21 y 31 días más de vacaciones. La disolución de ETA deberá conllevar la desaparición de pluses y sobresueldos y habrá quienes los echen de menos.

Entre ERE, concursos de acreedores y quiebras descarnadas, las empresas de seguridad que desplegaron en las dos comunidades de Hegoalde unos 5.000 escoltas han sido también víctimas colaterales de la desaparición de ETA, que ha dejado sin negocio a media docena de compañías de seguridad y sin empleo a casi cuatro mil efectivos que todavía reclaman soluciones al Ministerio de Interior.

Existen, además, otros daños colaterales provocados por la desaparición de ETA. Daños que, paradójicamente, son saludables para el conjunto de la sociedad por lo que suponen de desintoxicación informativa, de recuperación ética y de honestidad democrática. Sin ETA, se acabó el terrorismo como pretexto. Se acabó apelar a la lucha contra la banda para tragar con todo, para tapar tropelías legislativas, para ocultar escándalos y atropellos, para desviar la atención de los corruptos, para mirar a otro lado sobre lo que ocurría en comisarías y cuarteles, para aceptar el terrorismo de Estado como procedimiento, para encubrir desmanes y miserias del Estado. Damnificados colaterales, por tanto, gabinetes de comunicación, creativos de las alcantarillas y jornaleros de la intoxicación a sueldo de fondos reservados. Se les acabó el chollo.

Se acabó definitivamente ETA y, por más que nostálgicos interesados pretendan revivirla en presuntos disidentes dispuestos a echarse al monte, por esta vez sus portavoces lo han dejado claro. A los afectados por la ausencia de su perverso tirón informativo, a los usufructuarios de dietas y pluses, a los aprovechados de inmensas tragaderas políticas, a los suma votos sin escrúpulos y a los manipuladores de la realidad, que les vayan dando.