El pasado martes, la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Emmanuel Macron, firmaban el Tratado de Aquisgrán. Un repertorio de gestos, empezando por el simbolismo del lugar elegido, la residencia favorita de Carlomagno, que más allá de su contenido explícito trata de lanzar un mensaje, interno y externo, de fortaleza del eje franco-alemán. Que la Unión Europea se ha construido a base del acuerdo de los dos grandes Estados continentales es tan obvio como que ambos países representan el 30% de su población y de su PIB. Desde que en 1963, De Gaulle y Adenauer firmaran el Tratado del Elíseo, dejando claro que ni uno ni otro tienen otra alternativa que la amistad, el proyecto de construcción europeo ha venido marcado por el ritmo de la cooperación franco-alemana. El momento actual requería de un fortalecimiento, aunque solo fuera formal, para acometer los retos inmediatos de la UE. El hecho de que los dos mandatarios se encuentren en horas bajas desluce la foto, pero no la intención.

El motor europeo frente a las amenazas El propio preámbulo del Tratado deja bien claras las intenciones, fortalecer la cooperación franco-alemana para hacer frente a las amenazas desde dentro y fuera de la Unión. Dieciséis páginas que tratan de adaptar la relación de los dos Estados a los desafíos del siglo XXI y hacer de la UE un proyecto “soberano, fuerte y unido”. Hasta aquí la letra y la música suenan en perfecta armonía con los intereses generales de los ciudadanos europeos, que ven cómo dos de sus principales líderes refuerzan su compromiso europeísta. A grandes males, grandes remedios y Merkel y Macron han querido escenificar la capacidad de Alemania y Francia para hacer frente con el resto de sus socios a los retos que tenemos por delante. La sola enumeración da sentido a la firma en Aquisgrán: el brexit; el posible ascenso de las formaciones eurófobas en las elecciones de mayo; la crisis migratoria; la reforma del euro; los desaires a Europa de Trump; los nuevos presupuestos de la UE y la adaptación de nuestro modelo de producción a los procesos de digitalización y automatización sin perder los derechos sociales conquistados, son solo las emergencias.

Buenas intenciones y pocas concreciones París y Berlín sellan un acuerdo que está repleto de buenas intenciones en materia de Asuntos Exteriores, Defensa, Seguridad y Desarrollo, a la vez que se comprometen a fortalecer la capacidad de la UE para actuar de forma autónoma. Sin embargo, más allá de la retórica, en la práctica el Tratado contiene pocos aspectos prácticos. Los principales acuerdos son el de la creación de un Ejército europeo, que queda muy lejos de la realidad actual; la creación de un área económica conjunta franco-alemana, sin especificar plazos, ni fórmulas y, el punto primero que se refiere a la cooperación internacional, concretamente al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, donde Francia tiene asiento fijo y Alemania aspira a compartirlo, pero tampoco se detalla si el uso del mismo será bilateral. Sin embargo, sí es cierto que marca un camino por transitar y obliga a los mandatarios que puedan suceder a Merkel y Macron a profundizar en su contenido.

Dos líderes a la baja y el proyecto europeo herido La política de los gestos desplegada por la canciller germana y el presidente galo se inscribe en un momento de serio cuestionamiento del proyecto europeo y de crisis internas que afectan a la popularidad de los dos mandatarios. Merkel de salida de la política, mantiene cotas altas de valoración en su país, pero su partido ha sufrido el desgaste de sus decisiones ante la emergencia de los ultraderechistas de Alternativa por Alemania. Por su parte, Macron, trata de salir vivo de la crisis de los chalecos amarillos que han puesto en jaque sus intentos de reformas en Francia. Un abrazo, por tanto, que les conviene a los dos y que ha sido duramente criticado, de forma especial por los ultras del Frente Nacional francés que ven en la firma del Tratado una claudicación de su soberanía ante Alemania. Sea como fuere y por lo que fuere, la realidad es que en estos 56 años de cooperación entre los dos Estados protagonistas enemigos en dos guerras mundiales, la amistad franco-alemana nos ha deparado a todos los europeos las más amplias cuotas de paz y progreso en el continente. Siempre nos quedará París? y Berlín.