Pamplona - Casi todo lo que ha ocurrido en Navarra en los últimos días en torno a la formación del Gobierno recuerda mucho a 2007. La firmeza y determinación que muestran los dirigentes del PSN; la confianza en las bases, que reivindican la última palabra; el rechazo de Ferraz y los avisos cada vez más recios; y hasta la calculada ambigüedad del presidente, el poli bueno de una película que repite trama y protagonistas, pero que mantiene el suspense de un final que, tal vez, esta vez sea diferente, o no.

Lo creen los dirigentes del PSN, firmes y contundentes en sus mensajes. Casi desafiantes. Duros con UPN, intentando romper cualquier puente que pueda facilitar una abstención que vuelva a entregar el Gobierno a la derecha. Y que han recibido como un balón de oxígeno las palabras del jueves por la noche de Pedro Sánchez. Estratega como un jugador de ajedrez, el secretario general opta de momento por un dejar hacer mientras observa cómo se mueven las piezas por el tablero institucional de la geografía española.

Así se lo han transmitido esta semana a Geroa Bai, Podemos e Izquierda-Ezkerra, que han salido de las reuniones con el PSN con la sensación de que los socialistas navarros están fuertes, y de que quieren ir hasta el final. Tan en serio como cuando el comité regional del PSN avaló el pacto con Nafarroa Bai e IU en 2007, y tan firmes como cuando Roberto Jiménez solemnizó que “el PSOE en Navarra soy yo”.

Es el peso de su propia historia lo que hace dudar. Una losa demasiado pesada como para confiar en la buena voluntad del PSN. Pero no solo. Los avisos que llegan de Madrid, sutiles al principio y directos después, recuerdan una vez más que el PSN vuelve a estar solo en la enorme maquinaria política que es el PSOE. Un partido que sigue siendo tan jacobino y centralista como siempre, por más que los estatutos hayan habilitado la consulta a la afiliación como garantía de respeto a la voluntad de las bases. “Las decisiones importantes las toman los órganos federales”, advertía esta semana, nada más y nada menos, la vicepresidenta del Gobierno y mano derecha de Sánchez en el Ejecutivo, Carmen Calvo.

La debilidad del PSN Porque Navarra en general, y la federación socialista en particular, no dejan de ser una pequeña pieza en el complejo puzle político español. Un arma arrojadiza con la que la derecha siempre consigue acomplejar a la izquierda española. Una moneda de cambio en el mercadeo institucional. Un elemento de entretenimiento en el cada vez más politizado panorama audiovisual.

Sánchez sigue sin Gobierno, y los dos escaños de Navarra Suma, fagocitados por UPN, son un botín de interés con una investidura pendiente y un Congreso fragmentado. El cordón sanitario a Vox que el PSOE exige a Ciudadanos necesita además coherencia con el clásico y recurrente recurso a una violencia que ya no existe, pero que algunos parecen querer resucitar para mantener sus viejos privilegios. Y el manido debate identitario, tan focalizado en Catalunya en medio de un embrollo judicial de difícil solución, invita a la prudencia en un territorio que siempre ha sido cuestión de Estado. Déjate de líos, le susurran a Pedro Sánchez.

Muchos son los argumentos que tiene el PSOE para volver a sacrificar una federación que en su mejor momentos apenas le aporta 95.000 de los siete millones y medio de votos que tiene en todo el Estado. Donde muchos barones sueñan con que Ciudadanos les acerque a la comodidad social y económica que reclaman los grandes poderes del país.

Hay sin embargo margen para el optimismo en el socialismo navarro. El “no es no” que sirvió para resucitar a un dirigente desahuciado que hoy cuenta con más poder que ningún otro secretario general en dos décadas, se blande hoy como escudo ante Ferraz. Las bases han aprendido que se puede doblegar al poder orgánico si se actúa con decisión. Y la presencia en Madrid del navarro Santos Cerdán, la persona que acompañó a Sánchez en sus momentos más difíciles, el hombre más leal del presidente, sirve como último baluarte defensivo de una operación que casi nadie ve con buenos ojos en Madrid.

El PSN cuenta también con la presión y el apoyo de unos aliados a los que tanto han despreciado los últimos cuatro años, pero que han optado por empujar en un proceso en el que está en juego algo más que la gestión del Gobierno de Navarra. También el reconocimiento de la diversidad de una tierra que durante cuatro décadas se ha construido sobre la exclusión de una parte de la sociedad. Y que en 2015 salió del rincón de la historia sin voluntad de volver. “Por fin somos, por fin existimos”, proclamó Koldo Martínez.

Es una operación difícil y arriesgada para el PSN, que debe enfrentarse a los fantasmas de su pasado. A su historia más reciente, la de unos intereses políticos que le han superado siempre. Pero también a sus propios miedos y recelos. A esa Navarra oficial en la que tan cómodamente ha vivido hasta que fue consciente de que corría riesgo de perder su porción del quesito.

Porque liderar Navarra no solo requiere la autorización de Ferraz. También, y sobre todo, asumir que ya no es posible una vuelta al pasado. Que el diálogo no se predica, se ejerce sin límites. Que la convivencia exige esfuerzos. Que la transversalidad es incompatible con los complejos. Y que reconocer la pluralidad supone valentía para olvidar los dogmas y los estigmas que la derecha ha impuesto al socialismo navarro desde que forzó su creación como federación propia en 1982. Una derecha que todavía hoy sigue marcándole el terreno con un juego de vetos que no son sino la soga del ahorcado.

La película entre tanto avanza de forma lenta, con la misma trama argumental con la que se proyectó en 2007. El final sin embargo está por escribir, y ahora depende del PSN que sea diferente. No lo será si sigue en el marco prefijado por los poderes fácticos. Pero puede tener una oportunidad si de verdad entiende dónde está la centralidad de Navarra, y la ejerce con todas sus consecuencias. Si rompe un escenario de bloqueo que lleva a Navarra directamente al mismo lugar que en 2007, o en su defecto hacia una repetición electoral que solo servirá para intentar repartir responsabilidades de una frustración.