Uno de los mayores dramas sobrevenidos a la democracia española es la profunda tergiversación que sufre su modelo de representación. Aquí ocurre que 38 millones de personas eligen un día a sus representantes, y justo un minuto después de recontar los votos el poder real pasa a ser detentado -y digo detentado en atención estricta al diccionario- por cinco personas, exactamente cinco. Son esos llamados líderes que se autoasignan la responsabilidad de guiar a la gleba porque ellos lo valen. Todo acontece según lo que digan o hagan, ante sí y ante la historia. Así es tan frecuente que lo que acaba pasando en la política no tenga que ver tanto con decisiones compartidas y bien estructuradas, en las que haya participado más de una inteligencia, sino con las vicisitudes psicológicas de esa manita de payos. Identificar en ellos rasgos narcisistas, o inseguridades, o rencores atávicos, que son sentimientos tan humanos, conduce a temer por el modo en el que se conduce un país. La absoluta ausencia de un nivel de poder intermedio entre el líder y los representados en el que se amalgamen posiciones o se generen ideas es uno de los mayores déficits de calidad democrática que padecemos. Así es como un día Casado hace a Maroto senador por Castilla, o Rivera espanta a los fundadores de su partido, o Iglesias eleva sus gracietas a la categoría de doctrina, o Sánchez decide el Gobierno de Navarra, o Abascal el de Madrid y Murcia. Nos estamos riendo del lío de Westminster a cuenta del brexit, pero yo sinceramente prefiero que haya un nivel de libérrima responsabilidad propia de los representantes elegidos que les atribuya el protagonismo en la conformación de las decisiones, que no lo que pasa aquí; la tertulias de radios y televisiones debieran contratar más psicólogos y menos politólogos para escrutar el futuro. Si en Londres no acaban de tomar una decisión es precisamente porque las decisiones se discuten. Aquí, se obedecen.

De manera que el jueves próximo habrá nuevo Gobierno sí y sólo sí Sánchez considera que las cartas que tiene hoy en su mano son las que le apetece jugar. Su última posición fue la de señalar a Iglesias como el único inconveniente para un ejecutivo de coalición. No se entiende cómo dejó que el perro se llevara el hueso. Probablemente lo que más le preocupe a Sánchez en este momento sea cómo van a entender fuera de España la posibilidad de que deje entrar a los de Podemos en el Consejo de Ministros, cuando no siquiera en Portugal los comunistas usufructan esas sillas. Ahora que menudean las hostilidades en Ormuz, me imagino el día en el que Trump mande un misil a la costa de Irán, mueran unos paisanos en una aldea y aquí se organice la manifestación hostil frente a la embajada de Estados Unidos. Ahí se plantará algún descamisado ministro de Podemos, que lo será de España, con lo que ya tenemos el lío montado con el Imperio. Eso Sánchez no lo quiere ver ni en sus peores sueños, y por eso cuesta creer que tachado Iglesias de la nómina ministerial acepte dar entrada en ella a clónicos acólitos del mesías de la gente. Porque por añadidura hay que recordar en qué ha quedado convertido Podemos durante estos últimos años, en los que han sido purgados todos cuantos creían en la diversidad como fuente de riqueza política. Hoy sólo están ahí los que entienden a Iglesias más como el líder de una secta que como un personaje al que calibrar en términos estrictamente políticos. Hace de chamán, distribuye su pretendido ingenio como la savia que deben beber sus fieles, destila la vanidad del adolescente, y sobre todo es una gran mentira actitudinal, el mayor de los trampantojos, el que se dice pueblo y mora en chalet de oligarca. Por eso Sánchez le dijo que no le quería, porque le conoce. Parecía que el presidente en funciones tenía por seguro que una izquierda moderada como la que él quiere representar era la que más debiera repudiar esa excrecencia, el colectivismo insolvente, fatuo y radical de Podemos. Iniciar mandato con un apoyo de investidura pero sin comprometer el tuétano de la política ministerial era el lugar al que sensatamente se dirigía. Una improvisación en entrevista televisiva le ha puesto en el brete de tener que aceptar los términos de la propuesta que él mismo hizo, o desdecirse. El jueves lo veremos. Un camino lleva a una legislatura de poco más de un año, y el otro a elecciones en noviembre.