Astenia política otoñal, y riesgo de crudo invierno. El mes de agosto hizo más liviano el bloqueo, y un septiembre templado se imaginó propicio para desatascar un acuerdo PSOEUnidas Podemos. No ha sido así. Los socialistas preparan otro cambio de armario, el segundo tras el de primavera. Con tanto uso y tanto cambio de talla, olvida Sánchez que sus trajes pueden quedar gastados, sin olor a lavanda presidencial de tintorería, sino a cansino y pegajoso partidismo. Lo que son las cosas. Hace un año la derecha criticaba a Sánchez por no querer someterse al escrutinio de las urnas, y ahora se le critica desde casi todos los ángulos por convertirlas en una especie de ruleta de la fortuna. El manual de resistencia se está convirtiendo en el del cálculo y la postergación. Panorama triste desde el punto de vista de la izquierda, y viejo debate: si el PSOE no es de izquierdas, entonces la izquierda está en clara minoría. Si el PSOE es de izquierdas, el divorcio con el resto de su espectro otorga amplias oportunidades a la derecha.

Voto "claro", pide Sánchez, con su trayectoria de dientes de sierra. Llegó a la secretaría general del PSOE en 2014. Dimitió en 2016. Recuperó la secretaría en 2017, alcanzó la presidencia en 2018 tras una moción de censura, ganó las Generales en abril de 2019, y ahora parece olvidar, lo mismo que José Luis Ábalos, que el voto es volátil y responde a distintas lecturas y expectativas. Voto "claro", concepto polisémico donde los haya.

HUMILDAD A pesar de una estrategia más bien errática, Sánchez despertó expectativas tras vencer en las primarias de 2017 por su giro a la izquierda y su condición de outsider. Había hecho algo meritorio: en vez de irse a casa tras su defenestración de 2016, tiró de esfuerzo personal y junto con unos pocos incondicionales se lanzó a conquistar a la militancia. "El lunes cojo mi coche para recorrer de nuevo todos los rincones de España y escuchar", escribió Sánchez en su cuenta de Twitter el 29 de octubre de 2016, en una jornada en la que publicó también este otro tuit: "La democracia representativa supone reflejar fielmente la voluntad de nuestros representados". Ese giro romántico de los acontecimientos, del hombre que escuchaba y conectaba con la base del partido frente al aparato derechizado, se puede ir al traste en cuestión de tres años. Como si en la búsqueda de la paz interna, Sánchez, en tripleta con Carmen Calvo y Borrell, hubiese reconquistado el aparato a condición de volver a mutar en él, y perder su condición de revulsivo por la izquierda, en aras de una centralidad muy distorsionada, cuando esgrime al 95% de españoles para su fábula sobre la España insomne. O engaña, o se engaña, o esa es su idea del Estado.

Sánchez recuerda a aquellos futbolistas que driblan con habilidad, penetran en el área, y cuando llega la hora de rematar, se gustan en exceso, les sobra un regate y pierden el balón. El presidente del Gobierno en funciones tiene el derecho y la potestad de elegir, pero un líder tan asesorado debería recordar dos cuestiones fundamentales. La primera: el capital de un político está en su credibilidad ("haz que pase", era su eslogan) y en su imagen global (cercana ya al ni gobierna ni deja gobernar). Su heroica resurrección, acaecida entre el final de 2016 y el inicio de 2017, comienza a quedar muy lejos. Segundo asunto que Sánchez haría bien en recordar: si bien la política es tremenda como para ir de humilde, la opinión pública termina huyendo de los políticos demasiado engreídos. Por eso también Rajoy aguantó tanto tiempo, gracias a su aparente condición de hombre despistado, de vuelta de casi todo.

Sánchez tuvo en el primer semestre de 2017 su momento Ave Fénix, y así se le ha reconocido, pero si una vez recuperado el primer puesto para el PSOE, la plana mayor de este partido se desliza hacia la altanería o la indolencia, puede darse un considerable resbalón, y lo que es peor, generar un tropiezo histórico de las ideas sociales e integradoras que dice defender. ¿O qué estabilidad y coherencia le daría en esta coyuntura una entente con Ciudadanos, por más penitencias, quiebros o requiebros que hiciese Albert Rivera?

HIPÓTESIS ERREJÓN Aquí puede entrar en escena el factor Errejón, abierto a finales de junio a investir en la Comunidad de Madrid al socialista Gabilondo con un "acuerdo mínimo" que incluyese a Ciudadanos. La izquierda madrileña perdió las elecciones, la triple derecha manda, pero Errejón abonó el terreno para una nueva batalla; prematura, pero tentadora: volver a la arena estatal para participar en una opa hostil a Unidas Podemos y Ciudadanos. Almíbar para el sistema, de cara a un glaseado de bipartisimo imperfecto con trocito para Errejón. Aquel que dijo este verano: "tiene que pasar tiempo para una solución por la que una nación en términos culturales, como para mí es Catalunya, tenga un encaje en un proyecto patriótico superior llamado España". "Tiempo" y "proyecto patriótico superior". Las mismas tesis del manual de postergación, la línea del PSOE.

LA CUESTIÓN CATALANA Algo tan serio y tan doloroso para una buena parte de la sociedad catalana como es la sentencia al procés, se va a convertir en un gran acto de precampaña, y de combustible contra movilizador por parte de PSOE, PP y Ciudadanos. El Estado español hace tiempo que se mueve a impulsos de un nacionalismo español agresivo (PP, CS), ultra (Vox), o calculador (PSOE), sin altura ni voluntad de encarar una reforma en clave plurinacional. El 155, la suspensión de la autonomía, va en el equipamiento de las tres opciones, incluida la de una nonata coalición entre el PSOE y Unidas Podemos, por más que Iglesias, después de aceptarlo "claramente" ante Susanna Griso, luego lo tratase de rectificar. El marco dominante ya es aplastante en Madrid, y de nuevo amplía su distancia con el de Barcelona.