Valle de los Caídos, sierra de Madrid. Es el 23 de noviembre de 1975 y son las 14 horas y 11 minutos. Una losa de 1.500 kilos cubre ya la tumba del general Francisco Franco, quien se proclamó en vida Caudillo de España por la Gracia de Dios.

Aunque la televisión a color fue introducida en 1972, la inmensa mayoría de los españoles vio el entierro del dictador en ese blanco y negro-tirando a gris que ensombreció su régimen político durante, nada menos, 36 años.

Dicen las crónicas que hacía mucho frío el día del sepelio, pero lo dijeron quizá porque todo lo que rodeó la inhumación del Generalísimo de los Ejércitos fue exagerado por los medios de comunicación públicos y privados de la época.

Lo cierto es que a primera hora de aquella tarde la temperatura oscilaba entre los 10 y los 12 grados, un tiempo más bien fresco para tratarse de un mes de invierno y en un valle de la sierra del Guadarrama, al noroeste de Madrid.

¡dios mío, cuánto cuesta morir! No hay cálculos oficiales pero, sí, hubo multitud de personas que fueron a despedir al Caudillo a la zona de Cuelgamuros, como se conoció siempre el actual Valle de los Caídos.

Es éste un conjunto monumental -abadía y basílica incluidas- donde están enterrados, además de Franco y José Antonio Primo de Rivera -el fundador de la Falange Española, partido de orientación fascista- casi 34.000 combatientes de la guerra incivil y fratricida que asoló el país entre 1936 y 1939.

Francisco Franco Bahamonde había expirado durante la madrugada del 20 de noviembre de aquel 1975. El dictador sufrió una larguísima enfermedad con todo tipo de complicaciones y fallos multiorgánicos antes de padecer esa cruel agonía que lo llevó a decir: “¡Dios mío, cuánto cuesta morir!”.

Desde el Hospital de La Paz, en el norte de Madrid, su féretro fue llevado a las 11.30 de aquella mañana al Palacio del Pardo, la residencia habitual del entonces jefe del Estado, para instalar una primera capilla ardiente y celebrar, de inmediato, una misa de córpore insepulto ante la familia y las primeras autoridades del Estado.

Al día siguiente, 21, el cadáver de Franco, vestido con uniforme de capitán general, fue conducido al Palacio Real, en cuyo Salón de Columnas fue habilitada una nueva capilla, ésta ya abierta al público.

Por ella desfilaron “miles y miles de personas, de todas las edades, clase y condición social, rindiendo así su último homenaje de admiración y cariño a Su Excelencia el Jefe del Estado”, según expresaba el locutor del NO-DO (Noticiarios y Documentales), una revista cinematográfica de propaganda franquista que se proyectó en los cines españoles antes de la película durante décadas.

la ‘operación lucero’, paso a paso La gran misa funeral para el pueblo fue el día 23 frente a Palacio, en la misma plaza de Oriente que acogió tantas manifestaciones de adhesión al Caudillo cuando éste arremetía contra la “conspiración judeo-masónico-comunista” que amenazaba la paz de España, su paz.

Acabado el acto religioso, el féretro, cubierto por una bandera española, fue instalado en la plataforma de un camión Pegaso 3050 adaptado como vehículo militar para su traslado al Valle de los Caídos, a unos 60 kilómetros de la capital.

El NO-DO explicaría que el cadáver fue llevado “a una basílica que el aquí sepultado concibió como un inmenso osario para los vencedores de la guerra civil, y que fue construido por las manos de muchos rojos y desafectos al régimen”.

El enorme mausoleo del Valle de los Caídos, coronado por una cruz de piedra de unos impresionantes 152 metros de altura, estaba repleto de gente cuando llegó el cortejo funerario.

Eran, en su mayoría, falangistas de camisa azul y excombatientes, casi todos ellos hombres y mujeres del llamado Movimiento Nacional, el aparato totalitario de inspiración fascista que fue tejiendo Franco para mantenerse en el poder hasta su muerte.

El ritual del día estaba ensayado y organizado conforme a la Operación Lucero, un dispositivo cuyos responsables respondían al entonces presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro.

(Mucho más tarde la Policía dijo que había encontrado pruebas de la existencia de un comando de ETA en el Hotel Plaza de Madrid, entre ellas un fusil con mira telescópica que, se supone, iba a ser usado para atentar contra el nuevo jefe del Estado, don Juan Carlos I, rey de España).

Fuera de la basílica, la Guardia de Honor del Caudillo, la Legión, las salvas de fusilería y los himnos de rigor: el de España, el Cara al sol de la Falange, el Oriamendi de los carlistas, y los cánticos del coro de la Escolanía precedieron la entrada de la comitiva fúnebre.

entierro del régimen Dentro, bajo la atenta mirada del abad, Luis María de Lojendio, don Juan Carlos y doña Sofía, autoridades del Estado e invitados extranjeros, entre ellos Rainiero de Mónaco, el vicepresidente de EEUU Nelson Rockefeller, Huseín de Jordania, el dictador Augusto Pinochet y, sentado a su lado, Imelda Marcos, esposa del sátrapa filipino Ferdinand Marcos. Todo fue muy rápido.

Tras un breve responso hacia las 14 horas, el ministro de Justicia y Notario Mayor del Reino, José María Sánchez-Ventura, hizo jurar a los jefes de la Casa Militar (el titular y su segundo) y al de la Casa Civil de Franco que “el cuerpo que contiene la presente caja (sic) es el de Su Excelencia el Jefe del Estado...”, a lo que aquéllos contestaron: “Sí, lo es. Lo juro”.

El féretro fue descolgado a la fosa, de un metro y veintiséis centímetros de profundidad, para, enseguida, colocar en su sitio la lápida, de veinte centímetros de espesor, con el nombre de Francisco Franco y una cruz por toda inscripción. Eran las 14 horas y 11 minutos del 23 de noviembre de 1975.

Enterrado el dictador, su Régimen (siempre se escribió con mayúscula), no tardaría en ser sepultado. Los españoles votaron en elecciones democráticas el 15 de junio de 1977 y refrendaron el 6 de diciembre de 1978 una Constitución que sigue vigente más de cuarenta años después.