comercios cerrados, mercados casi fantasmas, industrias ralentizadas, clases vacías. Imagen atípica. Es la huelga general de ayer en Cataluña. A los parones en los distintos sectores de ocupación, se les suman la llegada de las Marchas por la libertad convocadas durante tres días por la ANC, la Assemblea Nacional Catalana. Llegan a una ciudad adormecida, silenciosa a primera hora de la mañana. Una semana de movilizaciones han culminado con la asistencia de varios centenares de miles de personas a la ciudad condal.

Los recuerdos de las manifestaciones y las escenas bruscas de esta semana están presentes en el centro de la ciudad. En el barrio Eixample es fácil ver las manchas de los contenedores quemados, o indicios de lo que era una terraza de un bar o restaurante, pero que ya no está. En la noche del jueves, Rambla Catalunya fue la calle donde mayores incidentes se produjeron. En el suelo, en una pintada se puede leer “Barcelona plora foc”. Barcelona llora fuego. En la siguiente manzana, en la tienda de Louis Vuitton de Passeig de Gràcia, “Torra traidor”, escrito con spray amarillo.

A apenas cincuenta metros de la Delegación del Gobierno, en la calle València, una dependienta de una tienda no entiende a los manifestantes que “utilizan la violencia”; ha pedido expresamente no dar su nombre. Sus clientes, dice, son personas del barrio o turistas; esta semana muchos han dejado de ir la tienda. Critica que la mayoría de los que empezaron los disturbios eran muy jóvenes: “Para un adulto es fácil manipular a un menor para que actúe en nombre de él”.

Esta idea contrasta con las Marchas por la libertad. La columna que había salido el miércoles desde Girona llega por la calle Gran Vía, una de las entradas más importantes de la ciudad; cruza el barrio Sant Martí, al norte de Barcelona. Centenares de vecinos, y personas de fuera, esperan con música y cánticos la llegada de la pancarta donde se leerá “Llibertat”. Mientras tanto, comienzan a circular fotografías aéreas de otras columnas, como la que bajaba por la Avenida Meridiana, al oeste. Las sonrisas se hacen evidentes.

Cinco columnas. Miles de personas. Pero un consenso más o menos definido entre los asistentes: la sentencia no ha sido justa. Laura Singla, una joven que espera la llegada de la marcha, ve especialmente “peligrosa” la condena de Jordi Sànchez i Jordi Cuixart: “Son dos líderes de la sociedad civil; su encarcelamiento hace posible que otros, si se manifiestan de manera desobediente, puedan ir a la cárcel”. Rocío Herrera, otra joven que participa en las manifestaciones, lleva una bandera republicana y una ikurriña colgados por un palo. “No es una lucha por la independencia”, dice Herrera, “es una lucha por la libertad de todos”.

Precisamente, las personas concentradas ayer no son solamente independentistas. Banderas republicanas y de otros tipos eran visibles. Esta pluralidad ya se vio el jueves, de manera institucional, en una sesión extraordinaria en el Parlament de Cataluña. Más allá de los partidos independentistas, los Comunes también tildaron de injusticia la sentencia del procés; no así, empero, el PSC, Ciudadanos y el PP. Sin embargo, el Govern está debilitado.

Las actuaciones de este semana del ejecutivo de Torra han recibido críticas, también por parte de los independentistas. En las movilizaciones están presentes. La terrasense Natalia Puig, esperando al comienzo de la manifestación de la tarde, ha sido dura contra los partidos: “Tienen los líderes en prisión y, aun así, no han sido capaces de unirse”. Laura Singla iba en la misma línea: “El Govern no está actuando con inteligencia”.

Mientras tanto, nuevos actores han salido a la escena política catalana. Tsunami Democràtic, una red en un principio secreta que prepara acciones sorpresa, ya ha avisado de futuras movilizaciones a partir del 26 de octubre, el mismo día en el que se ha convocado una manifestación con centenares de adhesiones. El lunes, Tsunami Democràtic demostró tener capacidad de movilización, consiguiendo repercutir en la normalidad del aeropuerto del Prat; fue una acción dirigida, según los convocantes, a una desobediencia civil masiva. Es la primera vez desde el uno de octubre de 2017. “Tal vez tendremos que afectar a la actividad económica para que nos hagan caso, que es lo que les toca los bolsillos”, afirma Puig.

La sentencia del procés, dictada por el Tribunal Supremo, ha sido el detonante de unas movilizaciones que, por ahora, no tienen fecha límite. Y la huelga general, junto con la ocupación del aeropuerto, muestran que el independentismo -o soberanismo- está activo. “Creo que esta semana no se ha producido ningún cambio”, opina Guillem Borrell, un joven que ha ido a la manifestación acompañado a su familia. “El movimiento independentista lleva año y medio cambiando, y ahora ha reventado”.