Bilbao - Cuando el Parlamento Vasco se encuentra en plena revisión del Estatuto de Autonomía del País Vasco, el Estatuto de Gernika, se cumplen 40 años desde su aprobación. Sin duda, este próximo año va a ser clave en el porvenir de este importante texto que pretende dar un paso más hacia el autogobierno vasco y el bienestar de las personas que residen en los tres territorios.

Han sido cuatro décadas de avances muy notables en distintos campos. El autogobierno vasco ha permitido mejoras en temas tan importantes como son la educación o la sanidad. El Estatuto de Gernika supuso, en este sentido, el poder alcanzar competencias en campos tan distintos y tan determinantes como la cultura, la economía, la administración, las infraestructuras, la industria o las citadas competencias en educación y sanidad.

Sin embargo, a pesar de haber aprovechado las posibilidades que ha otorgado contar con estas competencias, se trata de un Estatuto que, cuando cumple 40 años, sigue incompleto. Así, no ha podido desarrollarse por completo debido a la falta de compromiso de los gobiernos que han pasado por Madrid.

Se han llegado incluso a paralizar por vía judicial distintas medidas que se querían poner en marcha, en un retroceso con aires recentralizadores que se está haciendo palpable en muchos sentidos. Queda pues dar ese paso que sirva para completar el Estatuto de Gernika, un texto legal que, tal y como recuerda Iñaki Anasagasti, “somos el único estatuto sin reformar, habiendo sido el primero”.

Casi desde el principio hubo impedimentos. Tres años después de la aprobación del Estatuto de Gernika, las Cortes Generales aprobaban la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (Loapa). Tal y como recuerda Carlos Garaikoetxea, primer lehendakari tras la dictadura de Franco, “la gran mayoría de las competencias se lograron en los primeros años, por no decir en el primer año. Después vino un intento de involución del autogobierno con la famosa LOAPA, que pretendía rebajar las autonomías y un golpe de estado y otros intentos propiciarían ese clima, sin duda, pero fuimos arrancando competencias, a veces en dura confrontación”.

También Ardanza recuerda el paso atrás de la Loapa y las “múltiples excusas según la conveniencia del momento”. Así, nombra algunas de las que Madrid ha sacado a colación en distintos momentos, como que el Estatuto “ha ido demasiado lejos en sus previsiones, se nos decía, el Estatuto es inconstitucional en algunos aspectos, esa es una interpretación nacionalista del texto, es que otras autonomías se van a sentir agraviadas y van a exigir lo mismo” y una larga lista de bloqueo que, “como por arte de magia, desaparecía cuando era necesario el apoyo del grupo PNV en el Congreso de los Diputados para salvar un acuerdo parlamentario”, por ejemplo.

En cuanto al acuerdo final, Garaikoetxea recuerda que “se llegó a un acuerdo por los pelos, el mismo día que expiraba el plazo en el Congreso”. En su caso, además, estuvo rodeado por circunstancias dramáticas, ya que “negociando los últimos obstáculos con Suárez, falleció mi ama, y el entonces presidente me rogó que acudiera en un avión Mystère por la mañana al entierro y regresará a Madrid para resolver los últimos problemas, y regresar por el mismo modo al atardecer a Iruña al funeral”. Y así lo hizo, “en un día inolvidable, en que se cerraron los últimos desacuerdos, dejando listo el texto para el Congreso”.

Solucionar problemas Sin embargo, y a pesar de la parte más negativa, dado que está incompleto, cabe poner en valor un texto legal que ha sido la base, estos últimos cuarenta años, del autogobierno vasco. Garaikoetxea recuerda que “en las circunstancias de la época, fue una solución urgente a los graves problemas” que padecía la sociedad vasca; “económicos, sociales, de infraestructuras abandonadas, (siempre recuerdo el puente de Rontegi abandonado con sus pilares básicos)”. El euskera se encontraba “en trance agónico en algunas áreas, la aspiración a una policía propia, una industria en crisis...”.

El Estatuto, pues, “apuntalaba urgencias enormes y frente a testimonialismos estériles, fue un gran esfuerzo de pragmatismo para quienes hubiéramos deseado llegar más lejos”. En este sentido, a pesar de “la vergüenza de faltar más de 30 competencias no transferidas, Euskadi puede ponerse hoy en cabeza de los niveles de bienestar social y progreso económico en el Estado”.

Para el exlehendakari José Antonio Ardanza, el Estatuto de Gernika fue y es “un gran acuerdo que ha reportado grandes beneficios al progreso de la sociedad vasca y sería políticamente imperdonable que no fuéramos capaces de culminarlo con el espíritu que lo inspiró cubriendo las lagunas que sus 40 años de historia y desarrollo nos han ido mostrando”.

Para Anasagasti, el Estatuto en aquel momento supuso “dejar de mendigar permisos para todo, pasar de carecer de instrumentos a poner en marcha la recuperación del euskera y la educación, la sanidad, la policía, la televisión y radio pública, las infraestructuras, las instituciones que tenían que acompañar aquella pequeña revolución...”. Aunque “no conseguimos que a los actuales consejeros se les llamara ministros”, pero sí “tener un gobierno y un lehendakari propios”. De esta manera, tener un gobierno, un parlamento, un tribunal, “te pone en el mapa, somos Basque Country”.

La actualización del autogobierno vasco, a través del Estatuto incidirá notablemente en ese proceso de bienestar general que se ha perseguido desde su aprobación. Por otra parte, el Gobierno central debe dar ya cumplimiento al traspaso de más de una treintena de transferencias que el actual gobierno socialista ya ha dicho que prevé negociar.

Con la vista puesta en 1979, y con un recorrido ya destacable del Estatuto, no puede dudarse que ha contribuido de manera muy importante a la consolidación del autogobierno vasco. Esto, a su vez, ha influido en la mejora de la calidad de vida y bienestar de la ciudadanía vasca, que ha ido viendo como a la vera del Estatuto han ido consolidándose servicios tan importantes como Osakidetza, el sistema de educación, etc.