pamplona - “La política es ante todo lenguaje” escribió Santiago Cervera, colaborador de esta casa, que algo sabe de la cosa pública. Precisamente, Daniel Gamper (Barcelona, 1969), profesor de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona, es un hombre que presta atención al lenguaje. La pasada primavera obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo, por su libro Las mejores palabras. De la libre expresión. Una reflexión abierta y sintética, de solo 157 páginas, sobre el cuidado del lenguaje en distintas esferas de la socialización, desde el ámbito familiar hasta el de las arenas movedizas de la política. Porque las palabras siguen siendo una herramienta clave para una deliberación pública esmerada y valiosa. Ideal sugerente y propuesta de interés en tiempos de relatos agresivos que pugnan por la atención de unas audiencias cada vez más fragmentadas. Gamper sigue la estela de otro filósofo, José Antonio Marina, que en 2006 publicó La selva del lenguaje también en Anagrama. Trece años después, este profesor de la Autónoma de Barcelona compara el lenguaje con la atmósfera, tan castigada y tan en boga, para explicar la necesidad de evitar el exceso de contaminantes. Su análisis sobre la notoriedad alcanzada por la extrema derecha recuerda al inicio de aquella máxima daliniana: “que hablen bien o mal lo importante es que hablen”. Por lo que considera en ciertos casos que “si se desea proscribir la difusión pública de mensajes que se consideran intolerables o dañinos, lo mejor es no hablar de ellos e intentar que se diluyan entre la oferta existente”.

Dice que su ensayo está orientado a la conversación. ¿Qué comentarios le llegan de sus lectores?

-Variados. He tenido por ejemplo diversas conversaciones sobre cómo se combate mejor el auge de la ultraderecha. Si es a través de la prohibición o a través de la discusión y la educación. Me parece que es una pregunta que está abierta, sometida al debate y a la discusión sobre los límites de lo tolerable.Afirma que el “éxito de los partidos de extrema derecha se debe en gran medida a la repetición obsesiva de sus siglas y peligros por parte de los rivales electorales”.

-Este pasaje está escrito después de las elecciones andaluzas de diciembre de 2018. En el discurso tras los comicios, Susana Díaz hizo lo que había hecho en todos los discursos anteriores: repetir obsesivamente el nombre del partido de ultraderecha que ganó tantos votos. Lo que me parece que es hacerle el juego. ¿Cómo logra penetrar con esta fuerza el mensaje del populismo de extrema derecha? Creo que en gran medida enfadando a la gente, diciendo barbaridades muy grandes que hacen que se hable de ellos. Que se reitere su existencia a través del trabajo sucio de réplica que les hacen los ciudadanos. Al final estamos todos repitiendo obsesivamente sus mensajes, y aunque sea de manera negativa, eso va calando y se va difundiendo.

Desde esas elecciones andaluzas este partido al que se refiere ha irrumpido en el Congreso con 52 escaños.

-Esto no solo es una cuestión de capacidad de penetración a través de las palabras, sino que se nutre de otro tipo de demandas o malestares en la sociedad que son recogidos por esta gente, que en lugar de hacer que las cosas sean más complejas, las simplifican y consiguen conquistar a los electores e introducirse en el poder a través de la democracia. Pero en parte hemos llegado a esto por la fuerza que tienen para comunicar y para infiltrarse en los discursos.

Igual aún impera el asombro de ver a una extrema derecha que no solo vuelve a entrar en la agenda, sino a capitalizarla.

-Si nos sorprendemos es que no hemos leído bastante historia. Es una tendencia que se da en toda Europa desde hace tiempo y es obvio que la conversación democrática civilizada, no en la que nos hallamos prácticamente desde que hay crisis, es un bien muy precioso que puede desaparecer en cualquier momento. Del mismo modo que las libertades se conquistan y hay que ejercerlas porque si no se pudren, lo mismo pasa con la democracia. Si no se fortifica, la posibilidad de regresión es siempre real. Todo lo que se ha conquistado puede desaparecer en cualquier momento.

¿Esa deriva obliga a mejorar nuestra capacidad argumental ante tantas simplificaciones?

-Eso es muy difícil hoy día, si atendemos a la esfera política, en perpetuo estado de efervescencia electoralista y partidista. Para dar nueva savia a la democracia el horizonte al que hay que aspirar es el conocimiento recíproco. Así nuestras opiniones se hacen complejas, porque no solo vemos las cosas desde nuestra perspectiva. En una verdadera escucha modificamos lo que pensamos en la medida que otros comparten con nosotros su perspectiva. Habermas habla de una fusión recíproca

Pero en cuestiones de xenofobia, racismo, homofobia, esa fusión no es recomendable.

-Claro, si yo quiero saber cuáles son los intereses de la banca, me lo tiene que explicar un banquero. Seguro que en algunas cosas de lo que diga lo que serán sobre todo la defensa de los intereses de su gremio. Las quejas sobre un exceso de migrantes son relevantes si proceden de aquellos que están en una situación de una marginalidad o precarización semejante a la de los migrantes. Cuando lo dicen aquellos que están interesados en ganar unas elecciones porque saben que ese es un mensaje que cuaja, ahí no tengo ningún interés en fusionar la perspectiva.

Observo en su análisis un cierto desasosiego con la ingente cantidad de información que nos rodea.

-Sí, es así. Estamos rodeados de palabras que están al servicio de algo que no es la comunicación, como el mercado, o la dominación electoral, pues al final la política ha copiado todas las estrategias del marketing.

De hecho afirma que “las palabras se seleccionan en virtud de su capacidad de penetración”. ¿Este fenómeno ahora es más acusado que hace años?

-No me atrevería a hacer una tesis porque tampoco soy historiador, pero me da la sensación que cuando éramos niños había carteles por la ciudad, pero no eran de corporaciones, sino de tiendas pequeñas, de proximidad. Ahora es el lenguaje de las corporaciones y eres interpelado constantemente por los escaparates. Puede que sea una manía mía, pero el hecho de que el paseo urbano contacte constantemente con la tentación de consumir cosas que no necesitamos, no me parece una cosa menor.

Eso en el terreno analógico, porque describe muy bien la dependencia que nos generan los dispositivos móviles.

-Uno se pregunta cómo se ha conseguido un instrumento tan atractivo, que parece que si no lo miras estás perdiendo el tiempo. Es un cambio que no sabemos todavía a dónde nos va a llevar. No creo que sea solo una herramienta diabólica, hay grandes posibilidades de emancipación humana a través de estos cacharros. No quiero ser apocalíptico, me provoca una cierta curiosidad ver cómo continuará su desarrollo.

Filósofos como usted, o como Daniel Innerarity o Marina Garcés tienen visibilidad y reconocimiento en este momento. ¿Es una señal de que necesitamos de la filosofía y anclajes menos superficiales para guiarnos?

-Esto puede tener que ver con el hecho de que somos bastantes los que miramos la realidad desde la formación académica. Nosotros por ejemplo en la Autónoma de Barcelona hablamos de filosofía aplicada, y tenemos un master sobre este asunto. Una de las cosas en las que podemos contribuir a un debate social es nuestra cierta distancia respecto a las peleas cotidianas. Nosotros por defecto cuestionamos los términos de la conversación.

Vivimos un momento de batallas culturales en defensa y reivindicación derechos, fruto también de un cambio de conciencia generacional. ¿Cree que viene un lenguaje progresista más directo?

No sé si más directo, pero creo que hay cambios obvios en el lenguaje. De una parte hay una cantidad enorme de neologismos, vinculados a los movimientos LGTBI, feministas, o de trabajadores precarios. Se trata es desenmascarar los eufemismos que ocultan relaciones de dominación, denunciar a aquellos que insisten en hablar como siempre se ha hablado, como si las palabras fueran inocentes. Y después, está ese laboratorio de las generaciones jóvenes, que de repente deciden que las cosas no se tienen que seguir diciendo como hasta ese momento, sino que hay que inventar nuevos términos porque el mundo ha cambiado. Denominarse para que no sea el otro el que te denomine. Este es un cambio muy relevante, que no creo que haga daño a nadie ni que sea una limitación de la libertad de nadie.

“El humor es muy importante para los que queremos que las cosas cambien. Hay que revolucionar el lenguaje, porque hay discursos que matan por aburrimiento”, dijo hace muchos años Eduardo Galeano. Un debate nuclear ahora mismo es el de los límites del humor y la libertad de expresión.

-Observo que el derecho penal se está usando para una serie de cuestiones improcedentes. Hay denuncias que en muchos casos no hacen más que hacerle el juego a expresiones marginales. Y no sirven para nada más que para difundirlos todavía más. De manera que ahí ya hay una paradoja en torno a la libertad de expresión. Creo que se está dando un auge de interpretaciones restrictivas. Una tendencia iliberal por parte de los poderes públicos. A mí me gustaría pensar que por mucho que se esfuercen en restringir aquellas cosas que son incómodas, siempre va a haber alguien que se va a resistir.

A menudo en las redes sociales se concentra una ironía política crítica muy inteligente.

-La ironía es un concepto de una complejidad enorme, extremadamente compleja y ambigua, que demuestra lo complejos que llegamos a ser los humanos. También es una manera en muchos casos de ejercer poder por aquel que no lo tiene, y de desactivar a los más agresivos. El humor cumple funciones en algunos casos parecidas. En ese ámbito ha habido enormes transformaciones en las últimas décadas. De manera que algunos chistes que nos podían hacer reír, ahora a otros se les congelaría la sonrisa y probablemente nos avergonzarían por bárbaros. A mí eso no me parece en absoluto una restriccción de la libertad, porque siempre elegimos una cosa y no otra. Y no siempre que elegimos lo hacemos porque no somos libres, sino al contrario, libremente elegimos reírnos de aquellas cosas de las que todos los que están alrededor de la misma mesa se pueden reír. También habrá que ver por qué no pueden hacerlo. Si es porque aquello les ha dolido, tal vez dejaremos de hacerlo. Si es porque no tienen sentido del humor, entonces tal vez sea su problema. Creo que todos hemos experimentado en la práctica esa autocensura perfectamente sana y necesaria para tener una convivencia más o menos pacífica.

“Hay un cambio muy relevante en los neologismos que tratan de desenmascarar relaciones de dominación”

“Del mismo modo que las libertades se conquistan y hay que ejercerlas, lo mismo pasa con la democracia”