el año 2019 será difícil de olvidar hasta para el votante más ilusionado y responsable: Cinco citas con las urnas -entre ellas dos elecciones generales- tres fechas y hasta nueve papeletas distintas. Cifras que agotan a cualquiera. Y pese a todo, los votantes han cumplido con creces y no han dejado de acudir al colegio electoral, a la vista de las cifras de participación. Una actitud que se contrapone con la de los votados y su incapacidad de llegar a acuerdos para que España tenga un Gobierno. Porque tras dos elecciones generales España sigue con un Gobierno en funciones y sin fecha de investidura. Al menos de momento.

Además, en este año, las urnas no solo han querido aumentar la fragmentación política hasta los límites de la ingobernabilidad. Han traído más cosas, desde el imparable ascenso de Vox hasta la derrota casi absoluta de Ciudadanos, que se llevó por delante a su líder, Albert Rivera.

PRESUPUESTO TRUNCADO Al comenzar 2019, los españoles ya contábamos con la triple cita con las urnas en mayo, la de las europeas, municipales y autonómicas, pero la inestabilidad política nacional deparaba otras dos más. Pronto se supo que también habría elecciones generales, en cuanto el Gobierno de Pedro Sánchez no consiguió los apoyos para sacar adelante sus primeros presupuestos tras la moción de censura que llevó a La Moncloa al líder socialista.

Así que el 15 de febrero Sánchez anunciaba los comicios para el 28 de abril en una declaración en La Moncloa plagada de reproches hacia la derecha y los independentistas por rechazar los presupuestos "más sociales". Todo un mitin para dar el pistoletazo a una larga campaña electoral que ha copado, entre unas elecciones y otras, buena parte del año.

CUIDADO, QUE VIENEN La campaña del 28-A fue a cara de perro y dejó claro el nivel de polarización política en el que está sumido el país, con el recurso al miedo como la estrategia común. Desde el temor a la suma de las tres derechas y la llegada de la ultraderecha, que azuzó Sánchez recordando la foto de Colón de los líderes de PP, Vox y Cs, hasta el miedo a que se rompa España que señalaban los partidos de la derecha advirtiendo de que el líder socialista pactaría con el independentismo.

Incluso Podemos apelaba al miedo para presentarse como la única fuerza capaz de garantizar los derechos sociales si tenía la fuerza suficiente para ser la llave del Gobierno.

También el temor propio movió alguna que otra estrategia interna, como pasó con el discurso más duro del PP para no perder votos hacia Vox o el alejamiento del centro de Ciudadanos para intentar el sorpasso a los populares.

El 28 de abril las urnas le dieron la victoria al PSOE e impidieron la suma de las tres derechas. El PP caía a su peor resultado y Ciudadanos le pisaba los talones, mientras Vox entraba con fuerza en el Congreso.

Pero Sánchez quedaba lejos de la mayoría y aunque pactase con Podemos necesitaría sumar más apoyos. Aquella noche, aunque se sabía que la negociación sería complicada, nadie presagiaba que habría, como pasó en 2016, una repetición electoral.

LA MISMA HISTORIA Pues la hubo. Porque las negociaciones entre PSOE y Podemos parecieron destinadas al fracaso casi desde el principio. Pedro Sánchez no quería coalición y Pablo Iglesias la ponía como condición inexcusable. Ni los envites de uno y otro -incluida la renuncia de Iglesias a estar en el Consejo de Ministros- hicieron posible el acuerdo.

Sánchez no encontró tampoco la ayuda por la derecha, con el rechazo del PP a abstenerse y la negativa de Ciudadanos a hablar con el líder socialista. Así que los electores se encontraron con una nueva convocatoria electoral para el 10 de noviembre. Pero antes, los españoles pasaron por las urnas el 26 de mayo para los comicios europeos, municipales y autonómicos.

El PSOE volvía a ser la fuerza más votada en las triple cita -un dato que no se ha cansado de repetir Sánchez para legitimar sus negociaciones a uno y otro lado- pero la derecha recuperaba plazas importantes como Madrid y la suma de PP, Cs y Vox hacía posible numerosos gobiernos locales y algunos regionales.

Aquellas elecciones y los pactos posteriores para gobernar en ciudades y comunidades también ralentizaron, y mucho, la negociación nacional. Tras un verano infructuoso en el que nadie habló con nadie -bueno sí, Pedro Sánchez con colectivos sociales, pero no con partidos- en septiembre se volvían a convocar elecciones. Y otra vez en campaña.

ABURRIMIENTO, INDIFERENCIA No es de extrañar que la desconfianza, el aburrimiento y la indiferencia fueran los sentimientos que despertaba la situación política a la vuelta del verano, según recogía el CIS en uno de sus barómetros. Porque los votantes ya habían elegido, y sus políticos les pedían que se lo pensaran otra vez, que rectificaran incluso. Tal hartazgo solo hacía presagiar una cosa, una caída de la participación, así que las llamadas a la movilización, sobre todo por parte de la izquierda, fueron constantes.

Sánchez culpaba a los demás de la repetición electoral mientras confiaba en lograr una victoria más rotunda en noviembre que le legitimaría para gobernar, esta vez sí, en solitario. Se equivocó. El PSOE volvió a ser la primera fuerza pero perdió más de 700.000 votos y tres escaños. Tenía menos fuerza para exigir. Y aunque Podemos también perdió apoyos, se encontró de repente con esta segunda oportunidad para ser más influyente.

Por la derecha, el PP recuperó escaños pero no los que esperaba, mientras era otro el gran triunfador del 10-N: Vox. El partido de extrema derecha conseguía más del doble de escaños de noviembre, hasta los 52, y se colocaba como tercer fuerza.

La otra cara de la moneda fue Ciudadanos, que pasó de pisarle los talones al PP en abril a quedarse con sólo diez diputados. Un fracaso absoluto que acabó con la carrera política de Albert Rivera. Así que con la victoria más agridulce de todas Sánchez tenía que encarar una nueva negociación. Tardó poco en desvelar su nueva apuesta.

EL PACTO DEL ABRAZO Dos días después de los comicios, el mismo presidente, que aseguraba que no podría dormir con Podemos en el Consejo de Ministros, pactaba con el líder de esa formación una coalición de Gobierno. Desde aquel momento, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han vuelto a ser íntimos como en los tiempos de la moción de censura.

Sánchez ha abandonado su desdén hacia Iglesias e Iglesias ha vuelto a confiar, aparentemente, en Sánchez. Pero las cuentas no dan y el Gobierno progresista necesita aliados que permitan la investidura. Y la apuesta de Sánchez es hacerse con la abstención de ERC.

En el mismo año de la sentencia del procés y tras un año de campañas en las que ha arremetido sin tregua contra el independentismo, Sánchez busca ahora el acuerdo con Esquerra prometiendo que ésta va a ser la legislatura del diálogo para resolver el "conflicto político" catalán. Pero ERC lo ha dejado claro. O hay una mesa de negociación sobre Catalunya o no habrá apoyo a la investidura. Esta por ver cómo materializa el PSOE ese compromiso si quiere ver a Sánchez elegido por el Congreso.

¿Qué pasará? De momento no hay desenlace. Aunque las negociaciones avanzan y el sentir general es que Esquerra acabará cediendo. Y los socialistas, además, quieren lograrlo antes de que acabe el año. Quieren que Pedro Sánchez sea investido presidente este 2019. Sólo les quedan dos semanas para conseguirlo. De lo contrario, 2020 empezará con la misma incertidumbre política que ha presidido este año y con la amenaza de unas terceras elecciones. Y no parece que los votantes estén para más días de la marmota. - P. de Arce