no de cada mil españoles ha muerto por el nuevo coronavirus en los últimos seis meses. Eso, a pesar de que según el estudio ENE-Covid realizado por el Ministerio de Sanidad sólo el 6% de la población ha estado en contacto con el patógeno (a fecha 6 de julio). La tasa de letalidad oficial era, el pasado viernes, del 8,3%, que es el porcentaje de los recientes casos contabilizados que morirán en los próximos meses. De los recuperados, una buena parte tendrá secuelas permanentes como fibrosis pulmonar o síndrome post-UCI. España es el país de Europa con más infecciones, y está entre los de mayor mortandad relativa a nivel mundial. También somos el lugar del mundo desarrollado (es un decir) en el que hay más rebrotes, y se ha vuelto a registrar transmisión comunitaria significativa. Tanto la consejera del País Vasco como su homólogo de Extremadura han hablado de que estamos ante una segunda onda epidémica. Sin paliativos, somos el peor lugar del mundo en la gestión de la pandemia, y de forma paralela también los que sufriremos mayores y más duraderas repercusiones económicas.

Se dice que un Estado es fallido cuando es notoriamente incapaz de cumplir con sus obligaciones básicas, y se encuentra impotente ante un fenómeno pernicioso. Por ejemplo, el México inerme ante el narcotráfico, o la Libia sumida en el caos tras la caída de Gadafi. ¿Estamos a merced del coronavirus? Pues parece que sí, y no por falta de recursos o capacidades técnicas, la primera de ellas la de los profesionales sanitarios de primer nivel que hay en nuestro país. El Ministerio de Sanidad se mostró inútil para tomar decisiones preventivas con la debida anticipación, y posteriormente no pudo gestionar los suministros de materiales que se necesitaban, como tampoco armonizar una adecuada respuesta sanitaria en la emergencia. En cambio, optó por engañar a la opinión pública y la comunidad científica en relación al número de afectados, cambiando hasta en siete ocasiones la tabla de impacto epidemiológico. También engañó cuando dijo que existía un comité de expertos que nunca se constituyó. Un comité que bien podría haberse conformado con los excelentes técnicos de los diversos servicios autonómicos de salud, a modo de "task force", como en otros países, y no dejar todo al arbitrio de las invectivas de Fernando Simón. En aquellos meses iniciales, varias comunidades autónomas demandaban poderse hacer cargo de las decisiones sanitarias en sus territorios. Se acuñó la ridícula palabra de "cogobernanza", para hacer ver que, más allá del confinamiento, se trabajaría de manera unificada. Terminado el Estado de Alarma, correspondió a los gobiernos autónomos el manejo de la situación, y el resultante sigue siendo decepcionante. Cataluña, la que más había exigido ejercer competencias y asumir la gestión integral, se convirtió en el lugar de Europa con mayor tasa de ataque del virus, y como consecuencia varios países desaconsejaron los viajes a España. Se convino entre el Ministerio y las Comunidades que uno de los criterios de la desescalada sería el de la existencia de un sistema eficaz de rastreo, y hoy es el día en el que las cifras de contagios repuntan acercándose a las de abril y mayo. La aplicación para móviles Radar-Covid, una herramienta que está muy bien hecha y que permitiría detectar contactos de casos positivos de forma sencilla y eficiente, no está operativa porque todavía se discute cómo unificar el sistema de códigos necesarios para activarla. Ya se teme un nuevo colapso sanitario, como han advertido las principales sociedades científicas. La mayoría de los pacientes crónicos declaran tener problemas para acceder a los servicios sanitarios que necesitan, o disponer de la actualización de sus tratamientos. En pocas semanas llegará la gripe estacional, cuyos síntomas pueden confundirse con los del coronavirus, y no se sabe que haya planes de contingencia para que se pueda manejar una casuística aún más compleja que la actual. Tampoco se sabe en qué condiciones se va a iniciar el curso escolar, aunque Sánchez ha dicho que dentro de unas semanas habrá una nueva Conferencia de Presidentes (¡guau!) para hablarlo. Ni cuando el mando lo asumió el Ministerio, ni cuando las decisiones corresponden a las Comunidades, las cosas se hacen bien. Este es el panorama del mayor problema sanitario, social y económico en muchas décadas, resumido sin ánimo de exhaustividad. Quien quiera, que valore si no estamos ante un Estado fallido.

Somos el peor lugar del mundo en la gestión de la pandemia, y los que sufriremos mayores y más duraderas repercusiones