ún estaba pendiente de contabilizar un tercio de los votos y Donald Trump se proclamó vencedor y víctima al mismo tiempo. Maestro de la incongruencia y la provocación, el todavía presidente de Estados Unidos recurrió a la marrullería para que en menos de dos horas ardieran las redes sociales y se atizase el frente de batalla. Cuatro años lleva Trump, esa caricatura de presidente, consolidando la confrontación hasta los límites extremos de lo socialmente soportable. La noche electoral era su momento. Tan convencido estaba de que la mayoría de los estadounidenses eran partidarios de reírle las gracias y defender su excluyente y populista America first, que no entraba en su cabeza la pérdida del poder.

Sea cual sea el resultado del azaroso recuento final, de lo que no cabe duda es de que la mitad del país sigue apoyando a Donald Trump con lo que ello supone de exceso demagógico, de xenofobia, de supremacismo y de menosprecio de los derechos humanos. Imaginemos su paralelismo con Vox, y lo que supondría ese mismo apoyo de la mitad del censo a la ultraderecha española. Peor todavía, porque tras él, aunque agazapados, están los sectores más poderosos del país más poderoso del mundo, que se han aprovechado sin trabas de su disparatado ejercicio de la política.

Todo parece indicar que al final Joe Bilden sumará los votos suficientes para lograr la presidencia, pero mientras los Estados Unidos contienen la respiración a la espera del resultado final, Trump y sus partidarios preparan las batallas legales para rectificarlo en el caso de que le fuera adverso. Como el matón del patio, se apoderará del balón si teme que pierde. Desconozco hasta dónde llegan las atribuciones del Tribunal Supremo de EEUU, pero no me cabe duda de que los 6 magistrados nombrados a dedo por el todavía presidente decidirían a su favor doblando a los 3 jueces no ultraconservadores.

No va a ser fácil, no, recomponer el lodazal en el que los cuatro años de trumpismo han convertido la convivencia en ese país. El día después de que las elecciones den como ganador definitivo a Bilden no supondrá el final de los problemas políticos y sociales creados por este bufón de la política. Donald Trump dejará un país crispado por las desigualdades, por la violencia racial que alentó su insensatez, por el apoyo que concedió a su gente armada, por la ausencia de servicios públicos esenciales de calidad, por su insensibilidad negacionista del cambio climático, por su irresponsable menosprecio de la pandemia y por la tensa polarización que creó entre "los suyos" y todos los demás.

Aunque Trump no logre aferrarse al poder, el trumpismo seguirá rampante, enfrentado a cualquier intento en favor de políticas sociales más justas, sirviendo de ejemplo y aliento a cuantos caudillos de ultraderecha han surgido y vayan surgiendo por el mundo. A Bilden, si por fin gana, le costará sangre, sudor, lágrimas y, sobre todo, tiempo recomponer los desastres que Trump perpetró en política internacional, con la sociedad profundamente dividida que recibió en herencia. Porque, y esa es la tragedia, medio país apoya todavía al autócrata que ha jugado a gobernante.