as elecciones catalanas han puesto fin a un largo ciclo electoral que comenzó con los comicios andaluces de diciembre de 2018 y la posterior foto de Colón. Y que termina con el PSOE reforzado en el Gobierno, la derecha debilitada y errática, y la extrema derecha en auge. Salvo un nuevo adelanto electoral, que no es previsible pero tampoco hay que descartar, no habrá nueva llamada a las urnas hasta finales de 2022. Lo que deja casi dos años sin campaña a electoral que invitan a rediseñar estrategias. Especialmente en la derecha.

El PSOE no solo ha ganado dos veces las elecciones generales. También ha sido primera fuerza en todas las comunidades salvo en tres. Aquellas con una clara mayoría nacionalista (Euskadi), donde la derecha ha concurrido unida (Navarra) y donde el PP sigue siendo la única referencia electoral útil para la derecha (Galicia). Y aunque los populares han conseguido varios Gobiernos autonómicos (Andalucía, Madrid, Murcia y Castilla León), lo han hecho gracias a sus acuerdos con Vox, normalizando al partido de Abascal y abriendo una fuga de votos por la derecha.

Las elecciones catalanas han sido el último ejemplo. Más allá de la configuración final del Govern, los comicios se han saldado con un muy buen resulado del PSC, que recupera su espacio tradicional, perdido en favor de Ciudadanos durante el punto más álgido de procés. Y aunque el resultado no es extrapolable al resto del país, sí permite concluir que la política de alianzas no lastra al PSOE, que ha sido la referencia indiscutible en Catalunya de los votantes no nacionalistas.

La estrategia de oposición de la derecha en Madrid, y de UPN en Navarra, parece por lo tanto claramente equivocada. Los ciudadanos no han penalizado al PSOE por sus pactos con ERC o EH Bildu, más bien al contrario. Quienes se han creído la "traición a España" que denuncia el PP han optado por Vox, que ha triplicado en votos al partido de Pablo Casado. Lo que deja una segunda conclusión: allí donde la derecha no ofrece una alternativa real de Gobierno, Vox crece como referencia política. Si solo queda hacer oposición, muchos ciudadanos optan por votar a los más duros.

Dos lecciones que ha obviado el PP durante los últimos meses, atrapado entre su oposición frontal al Gobierno de Sánchez y la presión de un partido ultra que sigue creciendo con la expectativa que le genera el propio PP. La derecha, tan pragmática siempre, sabe que Vox no es un voto perdido porque servirá para sumar mayorías. Y los populares no se atreven a romper con Vox porque temen aumentar la herida. Una indefinición política que se traduce en continuos cambios de estrategia que han acabado por confundir a sus propios electores. El abandono de la sede como respuesta a la debacle en Catalunya es una prueba más.

El dilema del PP es que solo podrá competir por el Gobierno central cuando vuelva a ser la única referencia de voto en la derecha. Y eso exige cerrar la puerta a cualquier expectativa de acuerdo que convierta a Vox en un partido inhábil a efectos institucionales. Una decisión difícil porque implica la gobernabilidad de algunas instituciones, pero que resulta inaplazable. La absorción de Ciudadanos, mediante la fusión de siglas o la absorción de sus dirigentes, puede ser un primer paso, pero es insuficiente. Cuanto más tarde en romper con Vox, más difícil será convencer a sus votantes de que vuelvan a casa.

Es en cierto modo el punto en el que se encuentra también UPN, sumido en una crisis de identidad a la que no acaba de encontrar salida. No está claro si es el partido regionalista que reivindicaba Javier Esparza el pasado viernes ante su Consejo Político, el que rompe con Ciudadanos en una votación sobre el Convenio, o el partido jacobino y derechista que los diputados de Vox jalean en Madrid.

No hay más estrategia a medio plazo que la oposición frontal al Gobierno de Chivite y la coalición Navarra Suma. PP y Ciudadanos son hoy un lastre cómodo para UPN. Dos partidos sin implantación ni voz propia dispuestos a asumir el liderazgo de Esparza a cambio de una representación testimonial. Pero que difuminan la identidad regionalista y dificultan el entendimiento con el PSN, que indirectamente también ha visto reforzada su política de alianzas en el último ciclo electoral.

Una reflexión que UPN pasó por alto en su último congreso, y que ha tratado de evitar en medio de una oposición tan ruidosa como estéril. Pero que deberá afrontar antes o después si no quiere seguir el camino que le han marcado sus socios de coalición en las últimas elecciones catalanas.

Vox se ha convertido ya en un rival directo también para UPN, que debe decidir si la mejor forma de competir con la extrema derecha es mantener la unidad en Navarra Suma o desvincularse de dos socios en claro declive. Una disyuntiva que puede ser todavía mayor si el Gobierno de María Chivite consolida su mayoría parlamentaria y aleja las perspectivas de la derecha de recuperar el poder. La vía actual parece claro a dónde lleva. El problema es que la alternativa no le garantiza un futuro mejor.

Las elecciones catalanas avalan la estrategia del PSOE y evidencian que solo Vox rentabiliza la oposición dura y frontal de la derecha

UPN debe decidir si sigue manteniendo con oxígeno artificial a PP y Ciudadanos,

o compite cara a cara con Vox