Nerea Fillat, 44 años, trabajadora de Katakrak, echa la vista atrás y se queda con una imagen que hoy parece de otro mundo: la Plaza del Castillo llena, un sábado por la tarde, por una asamblea sobre vivienda. “En ellas intervenía todo el mundo, fuera de cualquier lógica de participación; la Plaza del Castillo era pura experimentación”, recuerda Fillat, para quien el movimiento fue “insólito” y diferente, en la medida en la que muchos de los que allí se reunieron no se habían echado nunca a la calle. “Mucha gente que no tenía contacto con organizaciones, de pronto encontró un lugar en el que se sentían en igualdad, con capacidad para participar, para reivindicar, para hablar”.

A su juicio, “abrió una ventana a una generación que no había experimentado la organización social, una generación que participó desde la precariedad, desde la ausencia de vivienda”, un punto de partida “que no se ha vuelto a ver en Pamplona”.

¿Qué queda? Nunca surgió como una alternativa institucional, subraya. “Precisamente, surgió negando todo eso con el no nos representan. Pero sin lo que pasó ahí, sin esa emergencia, no se entiende cómo se transformó el panorama institucional, no solo por el surgimiento de un partido que dio un golpe en el tablero, sino porque eso influyó también en los demás partidos”.