o quiere acuerdo presupuestario Javier Esparza. Es posible que tampoco lo quisiera el pasado año, cuando planteó al Gobierno foral un cheque en blanco si rompía cualquier relación con EH Bildu. Estabilidad ahora a cambio de precariedad en el futuro. No aceptó entonces María Chivite, que tuvo serias dificultades para rechazar un caramelo que algunas voces cercanas al PSN invitaban a tantear. Así que mucho menos lo hará ahora que el portavoz de Navarra Suma le presenta una enmienda a la totalidad a su acción de Gobierno como condición "irrenunciable" para sentarse a negociar.

No quiere acuerdo presupuestario Javier Esparza porque esos 13 compromisos presentados el viernes son clara y evidentemente un portazo a la negociación. El Gobierno no va a derogar el decreto del euskera ni el Mapa Local porque implica romper la coalición con Geroa Bai. No va a aprobar una bajada general de impuestos ni va a aumentar más el gasto en sanidad porque resulta incoherente. Y no va a firmar un convenio del TAV con el Estado ni va a garantizar mayor producción de coches en Volkswagen porque no está en su mano.

No quiere acuerdo presupuestario Javier Esparza porque sabe que el Gobierno de Navarra tampoco lo desea. El equilibrio de mayorías en Navarra hace tiempo que está definido por más que el PSN siga jugando a las manos tendidas. Ni la derecha quiere pactar con un Gobierno al que desea sustituir, ni el Gobierno tiene margen político para explorar pactos con la derecha. Todo lo demás es consecuencia lógica de un debate que se encamina hacia un final ya conocido.

Sin embargo, esta vez lo hace por un camino diferente. Esparza ha optado por poner las cartas boca arriba antes incluso de empezar la partida. Dejar claro que no hay margen de acuerdo sin esperar a que se apruebe el presupuesto, y que el Gobierno asuma desde el principio el desgaste de buscar el acuerdo con EH Bildu como único socio viable. La posición dura e intransigente de Esparza le da fuerza negociadora a la formación abertzale, y eso es algo que el líder de Navarra espera rentabilizar. El pacto con Bildu como argumento para una larga y tensa precampaña electoral.

No hay tanta prisa en el Gobierno, que tiene puestas muchas de sus expectativas de reelección en el próximo ejercicio. Tras casi dos años de pandemia, 2022 es un curso clave para definir el legado con el que acudir a las urnas y para eso aprobar el presupuesto -y su política fiscal- es una herramienta imprescindible.

Así que habrá pacto presupuestario. Entre otras cuestiones porque EH Bildu necesita ese acuerdo tanto como el propio Gobierno. Más allá de las diferencias internas dentro de Sortu o el incierto final al que se dirige la guerra en EA, la izquierda abertzale tiene una hoja de ruta clara que también necesita consolidar. La normalización política pasa por los acuerdos con el Gobierno, en Navarra y también en Madrid.

Antes en cualquier caso hay que cerrar el reparto presupuestario entre departamentos, una tarea siempre difícil que ha vuelto propiciar discusiones entre los socios y algún enfado de la presidenta. Los fondos europeos han maquillado un presupuesto que el Gobierno ha vendido como el mayor de su historia, pero que si descuenta el pago al Estado o el incremento de gasto para las haciendas locales, deja una cifra a repartir muy similar a la del año anterior.

Queda por concretar la reforma fiscal, quizá el elemento que más discusión y debate va a dejar el trámite presupuestario. El comité de expertos ha apuntado a la eliminación de algunos beneficios fiscales en el Impuesto de Sociedades, pero dejando abierta una horquilla lo suficientemente amplia entre la reforma cosmética que defiende Hacienda, con unos seis millones de coste para las empresas, y la profunda que reclaman los socios situados más a la izquierda del arco parlamentario, con un impacto presupuestario de 60 millones.

En similar escenario se encuentra la reforma del IRPF, todavía pendiente de detallar y definir. Una rebaja de la presión fiscal para rentas medias y bajas de tinte electoral que el PSN quiere aprobar ya, pero que el resto de grupos prefiere incluir en una revisión más global.

Cuestiones a resolver en las próximas semanas junto con el resto de partidas presupuestarias -incluidas las enmiendas parciales que los partidos que apoyan al Gobierno reparten entre colectivos y los ayuntamientos- y de las que Navarra Suma volverá a ser ajena, agarrada a sus compromisos de negociación tan irrenunciables como inviables. Una realidad seguramente inevitable, pero que esta vez queda clara desde el inicio de la partida.

El tiempo dirá si la estrategia es acertada. De momento parece previsible un acuerdo presupuestario y fiscal de una mayoría progresista que la oposición frontal de la derecha está ayudando a consolidar. A base de obligar al PSN a negociar con EH Bildu como única salida para garantizar la viabilidad del Gobierno foral, UPN corre el riesgo de que los socialistas se acaben acostumbrando. Lo que no deja de ser un problema para Esparza a corto plazo. Pero a medio y largo plazo, también para el regionalismo foral.

La posición de máximos de Navarra Suma le aleja de cualquier influencia en el Gobierno a corto plazo, y puede que también a largo

Habrá acuerdo fiscal y presupuestario de una mayoría parlamentaria cada vez más consolidada