En medio de la tensión por el aumento de las tropas rusas en la frontera con Ucrania, diplomáticos estadounidenses y rusos del más alto nivel celebran este lunes en Ginebra una ronda especial de conversaciones. Rusia y Occidente han planteado exigencias aparentemente antagónicas. Esta es la tercera ronda de conversaciones bilaterales entre Estados Unidos y Rusia en Ginebra desde que el presidente estadounidense, Joe Biden, y su homólogo ruso, Vladimir Putin, se reunieran en la ciudad suiza en junio del año pasado en una cumbre muy mediática. Según Putin su intención es meramente garantizar que no se salten las líneas rojas de la seguridad de Rusia. Una de ellas es detener la expansión de la OTAN hacia el este y desplegar armas en países vecinos que podrían amenazar a Rusia. Existe una hostilidad particular hacia el despliegue de drones turcos por parte de Ucrania contra las fuerzas respaldadas por Rusia en el este ucraniano y hacia los ejercicios militares occidentales en el mar Negro. Una crisis que se dilucida en territorio europeo, en las fronteras de la UE y que, sin embargo, no cuenta en dicho diálogo con las instituciones europeas, lo que demuestra la debilidad de Europa en los conflictos internacionales.

Ante su insoportable levedad como protagonista de la crisis, la UE ha optado por la diplomacia como principal herramienta de gestión. Jugando de nuevo el papel del cuñado bueno, trata de mediar entre unos y otros, olvidando a un tiempo que es arte y parte por ser sus Estados miembros de la OTAN y sin asumir que los más perjudicados por un conflicto en la zona, más allá de los ciudadanos ucranianos, seríamos el conjunto de los europeos. Los representantes de la UE hablan con Washington y con Moscú en una especie de partido de tenis, donde Bruselas ejerce de mero espectador. Y en la recámara agita su política de sanciones a Rusia, que ahora podrían ser "enormes", cuando su efectividad a lo largo estos últimos seis años ha sido muy reducida. La falta de unanimidad en su aplicación por parte de los 27 ha sido continua y ha complicado sobremanera el cumplimiento real, cuando no por filias de algunos países hacia Moscú, por intereses económicos en la relación comercial bilateral. En todo caso, sabemos que a la amenaza de Bruselas la respuesta esperable de Rusia sería el corte del suministro del gas del que depende en gran medida la industria alemana.

La realidad es que la UE no tiene otra figura que mover en la pieza de ajedrez que plantea Putin en el escenario ucraniano. Más allá de clamar grandilocuentemente en favor de la soberanía, la integridad territorial y la libertad en Ucrania, la Unión carece de soberanía energética para rechazar el gas ruso. Y mucho menos cuenta con el arma disuasoria defensiva militar como para hacer ver al líder ruso que las intenciones de plantarle cara van más allá de las habituales críticas de los medios de comunicación y los insultos políticos. Nada que pueda echar atrás a Putin, necesitado de alimentar el orgullo del alma rusa para calmar a una opinión pública que muestra señales claras de queja por las difíciles condiciones de vida de una Rusia, además muy castigada por la pandemia. Así las cosas, nos enfrentamos a un posible conflicto entre Rusia y EE.UU. que podría acabar con una bofetada de ambos en nuestra cara. Tal vez sea esa la única manera de que salgamos de idílico sueño en un continente que vive fuera de la realidad y abramos de una vez un debate franco sobre la soberanía energética y del Ejército europeo.