Luis María Anson (Madrid, 1935) sigue a sus 87 años en activo, en un estado mental envidiable a base de mucha lectura y de una columna diaria que escribe en su despacho en El Imparcial, desde donde nos atiende por teléfono.

Con 20 años se convirtió en colaborador de ABC, diario que dirigió desde 1982 hasta 1997, en paralelo casi exacto con los Gobiernos de González. Desde los años cincuenta, ocho décadas contemplan la trayectoria de este periodista, para quien hoy con la comunicación instantánea el planeta ya "no es la aldea global de McLuhan, sino un patio de vecindad".

Anson preside El Imparcial, digital que fundó en 2008, veinte años después de haber hecho lo propio con La Razón. Españolista, monárquico, astuto y locuaz, su discurso cambia de graduación según las preguntas inciden en la médula de su ideología. Declara que le "gustaba mucho más la situación del bipartidismo que la actual". Habla de un "Frente Popular" entre PSOE y Unidas Podemos, blande una conspiración antimonárquica por parte de la "extrema izquierda", y esgrime el dato del CIS de que solo el 0,1% de la población sitúa la monarquía como uno de los tres principales problemas.

Asimismo aboga por una reforma del sistema electoral, "garantía" para sacar de la gobernabilidad "a los catalanes y a los bilduetarras". Pero Anson sabe lo que cuenta y sobre todo lo que calla, así que tratar de leerle entre líneas no es baladí. Conservador con radar, subraya su europeísmo, y con un ramillete de elogios cumple el dicho de que en España se entierra -políticamente- bien.

¿El final de Casado le recordó al de Hernández Mancha?

-No demasiado, Hernández Mancha tuvo su oportunidad, se presentó a las elecciones, no las ganó, y jugó un papel en un momento en que la situación política de España se movía sustancialmente en el bipartidismo. El caso de Pablo Casado es muy diferente. Creo que su labor ha sido extraordinariamente positiva. Muchos analistas consideraban que el Partido Popular iba a desaparecer como UCD. Sin embargo, Pablo Casado lo reencauzó y las últimas encuestas le daban 130 escaños. Algún error final que usted conoce mejor que yo condujo a una crisis interna y a su eliminación para ser sustituido por Núñez Feijóo. Casado fue un gran orador en el Congreso. Me parece que todas las semanas derrotaba de manera muy amplia a Pedro Sánchez en la dialéctica.

Así que lamenta su marcha. Si era tal baza, el final fue casi cruel.

-Humanamente lo lamento muchísimo. La experiencia te lleva a considerar que así es la vida política. A menudo desaparecen personajes que han tenido mucha importancia o que podrían haberla tenido. Si Pablo Casado no llega a sufrir el percance que sufrió a principios de año, hubiera sido muy probablemente presidente del Gobierno en las próximas elecciones. Pero el Partido Popular ha emprendido un nuevo rumbo con dos figuras esenciales, Núñez Feijóo e Isabel Díaz Ayuso. Ambos con personalidad y condiciones suficientes para que el PP recupere, dentro de la nueva situación, la posición que le corresponde, de gran importancia, la representación del centroderecha español.

En 1998 dijo que "para terminar con Felipe González se rozó la estabilidad del Estado". Que fue "necesario llegar hasta el límite", y que se buscaron "irregularidades" y "corrupción". ¿Eso incluía contar los GAL?

-Efectivamente se llegó hasta el límite en el deseo sobre todo de un grupo de profesionales del periodismo para que Felipe González no continuara al frente del Gobierno. El criterio que teníamos, gentes a la izquierda, en el centro y la derecha, era que después de cuarenta años de Franco lo único que faltaba era una sucesión socialista de otros cuarenta años.

En todo caso, democrática.

-Sí, hombre, había esa diferencia, eso es evidente. Pero no era bueno. No olvide que la mayor parte de las democracias, para evitar esa permanencia excesiva en el poder, tienen limitados los mandatos. Felipe González objetivamente fue el gran hombre de Estado del siglo XX español. Desde un socialismo democrático se entendió muy bien con la monarquía parlamentaria, e hizo cristalizar la Constitución del 78. Cuando fue derrotado por José María Aznar, si se hubiera aliado con Anguita, hubiera continuado en el poder, pero no quiso hacer un Frente Popular, como se ha hecho ahora. Entonces creíamos que ya era bastante haber ganado cuatro elecciones. Hicimos una campaña de acoso y derribo, y sí, creo que al límite.

González tuvo la sombra de la sospecha del GAL, que va a quedar en su balance.

-No tengo la menor duda de eso. En la gestión política de cualquier jefe del Estado o de Gobierno hay una serie de aspectos positivos y negativos, y para un juicio objetivo hay que hacer balance. Me parece que el suyo es abrumadoramente positivo. Claro que tuvo defectos.

No son defectos. El GAL no fue un error más. Hablamos de otra cosa.

-Sí, probablemente eso fue una irregularidad. Lo que pasa es que está sin investigar suficientemente. Aunque no sea un defecto, sino como usted dice muy certeramente una irregularidad evidente...

Más que una irregularidad...

-Bueno, hasta que no haya una demostración fehaciente, no vayamos más allá de lo que la Justicia debería decir y no lo ha dicho porque no ha habido una investigación con unos resultados muy concretos.

Condenas firmes que le rodearon.

-Sí, pero no le rozaron, él salió con absoluta normalidad de la jefatura del Gobierno. Otra cosa es que se le pueda acusar de una responsabilidad indirecta, in eligendo, en no haber dominado suficientemente esos casos de irregularidades o de corrupciones en su entorno, incluso con su vicepresidente. Pero la objetividad me lleva a reconocer que sus años de presidencia del Gobierno fueron extraordinariamente eficaces en su conjunto, y no solo porque se entendió con la monarquía.

"La cultura de la crispación existió porque no había manera de vencer a González con otras armas", dijo en aquella confesión en Tiempo. Eso dejó posos sociales y un precedente, incluso en la actualidad, frente a Pedro Sánchez.

-Aquella operación ha dejado un poso evidente. Pero me parece que no se puede hacer comparación entre Felipe González y Pedro Sánchez. El primero era un portaaviones, un acorazado, y Sánchez políticamente es una piragua. González es un personaje de primera dimensión histórica, y Sánchez, bueno, veremos el juego que da a futuro.

¿Dónde habita ahora mismo el nacionalismo español?

-El nacionalismo tiene que hacer lo posible por integrarse dentro de lo que va a traer la situación política en Europa en los próximos veinte años. Estamos caminando hacia los Estados Unidos de Europa. El nacionalismo tiene todavía una impregnación decimonónica que carece de sentido de cara al futuro. Una cosa es reafirmar que pertenecemos a un territorio con unas circunstancias específicas que nos hacen considerarnos una nación o creer que debemos serlo, y otra, no darse cuenta de que a lo que estamos yendo es a la supresión de la nacionalidad italiana, francesa o española, para integrarnos en los Estados Unidos de una Europa que camina aceleradamente hacia eso. Si no, dejará de tener relieve en el concierto internacional. España va a ser una provincia europea como ahora Murcia es una provincia española.

¿La voluntad de excluir a una mayoría política catalana o vasca del juego político no reduce el perímetro del Estado?

-Para mí la monarquía es la de todos. Naturalmente que tienen que estar los independentistas catalanes y los secesionistas vascos.

Abogar por el bipartidismo o hablar de Frente Popular no normaliza esa posibilidad.

-El Frente Popular es la asociación del Partido Socialista y del Partido Comunista. La que lo ha formado tradicionalmente. Yo defendí, cuando era complicado, en el año 77, que los vascos y los catalanes tenían que estar representados en el Parlamento de la nación, y derecho a pensar como piensan. Eso es lo que Don Juan defendió durante cuarenta años en el exilio. Otra cosa es que una vez aprobada la Constitución por la voluntad general libremente expresada de los españoles, hay que cumplir con ella. Hubo un lehendakari vasco que hizo lo que había que hacer. Fue al Congreso de los Diputados, pero para que pasara lo que le hubiera gustado necesitaba los dos tercios del Congreso. Si los secesionistas catalanes quisieran cumplir con la legalidad vigente irían al Congreso. La Constitución española no niega la eventual secesión de Catalunya, la dificulta, porque después de quinientos años de historia unida, es como si mañana se va a hacer independiente Torrelodones o Tarragona. Mire usted, eso tiene que tener unos límites. Cautelas especificadas en el artículo 168. Hoy hay que mirar hacia Europa y ver cómo se integran Catalunya, el País Vasco, Galicia... las distintas regiones españolas en ese conjunto que van a ser los Estados Unidos de Europa. Ahí es donde tenemos que trabajar. Estados Unidos ha tirado ya la esponja del imperio en Afganistán, y eso va a crear en diez, quince o veinte años un nuevo imperio en el mundo. Mucha gente apunta que será China. Ya veremos si eso es así. No va a ser producto de una guerra, y mucho menos nuclear, está completamente claro que el país que domine el mundo será el que domine la tecnología y la digitalización. El que controle el 5G y lo que venga después. En esa lucha por la supremacía mundial, Europa tiene que hacer un esfuerzo para crear una fórmula que nos permita estar.

¿Ha molestado o incomodado a Felipe VI la visita de su padre?

-Mire, todo eso son especulaciones. No tenemos ninguna información.

Del comunicado de la Casa Real, ¿extrae que le ha molestado?

-No hombre, claro que no, yo más bien creo que hay un acuerdo entre el padre y el hijo, como es natural, en el que el padre se tiene que dar cuenta, como don Juan en su día, de que la institución está por encima de las personas, y que es necesario que la actividad del rey padre en el futuro sea sujeta a las nuevas circunstancias españolas, muy distintas a las que él tuvo cuando reinó. Pero la escandalera que se ha organizado es completamente injustificada y muy negativa para la estabilidad general de España; la extrema izquierda eso lo ha hecho muy bien.

Sabino Fernández Campo, quien fue jefe de la Casa Real, ya insistía hace años en la necesidad de ejemplaridad u autoridad moral del rey. Un pilar que se ha dilapidado.

-Ya, no negaré nunca los defectos que haya podido tener o que tenga el rey padre, como no niego sus virtudes. Creo que hay que hacer un análisis global, y es abrumadoramente positivo. Don Juan Carlos ha encarnado uno de los cuatro grandes reinados de la historia de España, junto al de Carlos I, Felipe II y Carlos III. Pero en la extrema izquierda española hay gentes extraordinariamente capaces, que han trazado una operación para liquidar la Constitución del 78, y como el eje de esa Constitución es la Corona, han tratado de despedazarla, contra quien después de cuarenta años tenía más aristas que se podían denunciar o combatir, esperando que Don Felipe saliese, como parecía lógico, a defender a su padre, y así meter a la monarquía en el debate político y sacarla de la neutralidad que debe tener. Don Felipe ha estado muy bien aconsejado, creo que ha actuado con una extraordinaria inteligencia y prudencia, manteniendo la monarquía como la plataforma neutral. Don Juan Carlos ha sido exonerado por la justicia española y suiza. Y llegó no como un espectáculo, el pobrecillo vino a una pequeña regata a un pequeño pueblo y no salió del coche a hacer una declaración, se mantuvo dentro del automóvil. Pero como ha sido cuarenta años jefe del Estado, claro que hay una expectación enorme en torno a él.

Me parece que está haciendo un nuevo servicio a la monarquía, y que sabe que el momento es delicado por los errores de esta.

-Sí, pero le repito que yo no niego los errores. No creo que nadie sea perfecto. Usted y yo tenemos muchos defectos, y si analizamos nuestra vida , tendremos motivos para decir que nos equivocamos. Como dice, Sabino Fernández Campo tuvo conciencia de algunas cuestiones que explicó en su libro. Esos defectos han sido muy bien aprovechados por un sector muy inteligente de la extrema izquierda.

Llamó la atención un reciente artículo suyo elogiando a Pablo Iglesias. Parece que llamaba a cuidar más a un republicano mediático crítico con el sistema.

-Yo he leído el libro de Pablo Iglesias, y es estupendo, y le dediqué un artículo elogiándolo, porque no quiero perder el sentido de la objetividad periodística. Pablo Iglesias es un profesor universitario, con el que puedes hablar de novela, de poesía a o de arte. Una persona con un gran equipaje cultural, y con una lucidez extraordinaria.

Usted fue en 2018 a su programa. ¿Hubo feeling personal?

-Siempre me he entendido muy bien con él, me parece que es un personaje en todo los sentidos fuera de serie. Si hubiera sido otra época, don Juan me hubiera pedido lo que me pidió con relación a Marcelino Camacho, el gran líder de la izquierda española, porque era el sindical, diez veces más importante que Santiago Carrillo. Y Marcelino Camacho escribió durante once años en el ABC que yo dirigí, porque con mucho sentido don Juan se daba cuenta de que ese señor era republicano y sindicalista avanzado, lo iba a seguir siendo, pero había que tratar de que estuviese integrado en la monarquía de todos. Y efectivamente, Marcelino Camacho nunca hizo campaña, se limitó a defender a los obreros españoles con una enorme eficacia. Si Pablo Iglesias hubiera sido un fenómeno de los años 75 o 76, estoy seguro de que don Juan hubiera dicho acércate a él y procura integrarlo en la monarquía, y eso es lo que creo que debió hacer el centroderecha en lugar de proceder a su linchamiento, a ataques desmesurados con una injusticia enorme en todo lo que se dice, empezando por la célebre mansión que resulta que es un chalecito de clase media. Había que haber intentado, no sé si se hubiera conseguido, integrar en el sistema a Pablo Iglesias, como estaba Pujol, un secenionista, pero integrado en el sistema.

¿Guarda unas memorias para cuando ya no esté?

-Mire, me lo han pedido dos editoriales de una manera muy vehemente, haciéndome unas propuestas económicas que marean. Pero en nuestra profesión lo principal de lo que conocemos es off the record, y yo no quiero contar las cosas de las que me he enterado en mi despacho. No, porque la deontología profesional me lo impide. Cuando te comprometes a un off the record, no lo haces hasta que el interlocutor se muera, sino para siempre. Y puede ser que el 80% de las cosas interesantes que tengo que contar, las conozca off the record.