Fue una noticia de impacto, de aquellas que se comentan en la tertulia familiar o del bar. Yolanda Barcina destituía a Roberto Jiménez, y acto seguido, aquel Gobierno de coalición UPN-PSN, levantado sobre un contexto político, económico y social muy complejo, saltaba por los aires sin alcanzar ni el año de vida.

El combinado presidido por Yolanda Barcina no daba para más, y hacía buenos los augurios de que aquella apuesta tenía malos visos y resultaba endeble desde el principio. Además, aquel Gobierno de coalición nacido en 2011, coincidió muy pronto con el punto de giro ideológico de la mayoría absoluta de Rajoy. La derecha estaba crecida, el neoliberalismo campaba como si fuese una receta incontestable, y la socialdemocracia española quedaba muy tocada tras el declive del segundo mandato de Rodríguez Zapatero.

Un junio al rojo vivo

Los desencuentros en el Gobierno fueron palpables en los primeros meses, pero al inicio del mes de junio de 2012 se produjo el primer gran temblor, preludio del terremoto posterior: "Miranda impone otro recorte de 132 millones que lleva al PSN a cuestionar el Gobierno foral" titulaba este periódico el 2 de junio. "Los socialistas amenazan con salir del Ejecutivo si Barcina no desautoriza a su consejero de Economía", decía el subtítulo. En páginas interiores el portavoz socialista Juan José Lizarbe se preguntaba si los datos eran reales, y acusaba a Miranda de no contemplar "la posibilidad de aumentar los ingresos". En páginas interiores, la información de Ibai Fernández ya oteaba el que iba a ser el desenlace de la crisis apenas dos semanas después: "El Gobierno queda al borde de la ruptura".

Al día siguiente, el titular de nuestra portada aportaba otro elemento importante en el desarrollo de esta fractura: "Barcina minimiza la amenaza del PSN y da por hecho que sigue en el Gobierno". Mientras, Lizarbe reiteraba que el PSN no iba a estar en un Gobierno que siguiera "las equivocadas recetas económicas del PP".

El 5 de junio, sin embargo, la crisis pareció atemperarse. Tanto Barcina como Jiménez apostaron por el diálogo. Ese día el secretario general de los socialistas, vicepresidente primero y consejero, se reunió a primera hora con Yolanda Barcina y posteriormente viajó a Madrid para encontrarse en Ferraz con Alfredo Pérez Rubalcaba, quien le trasladó su "apoyo absoluto". "El PSN tiene interés y ganas de superar esta crisis", dijo Jiménez en la comparecencia posterior. Diez días después, estaba fuera del Gobierno.

7 de junio de 2012: espejismo de solución

"Barcina y Jiménez pactan negociar los 132 millones y levantar la orden de Miranda" titulaba este periódico tras el acuerdo alcanzado entre la presidenta del Gobierno de Navarra y su vicepresidente primero.

Aquel mismo día el entonces presidente de la CEN, José Antonio Sarría, pidió un esfuerzo a UPN y PSN para llegar a un consenso y cortar así "con una imagen negativa a la sociedad". Pero este acuerdo para reconducir el estado de cosas enseguida hizo aguas. Al día siguiente, mientras Barcina daba por zanjada la crisis, el portavoz socialista Juan José Lizarbe dijo que solo era "el primer paso", y que quedaba pendiente "conocer con certidumbre la situación real de la economía de Navarra".

15 de junio de 2012: la destitución

La noche del 14 al 15 de junio se oficializó la destitución. "Barcina acusa al vicepresidente de deslealtad y plantea a los socialistas mantener el pacto", fue el subtítulo de nuestra portada.

Sin embargo, los consejeros socialistas Elena Torres y Anai Astiz dimitieron al conocer el cese. La bomba informativa acababa de explotar. Fue aquel día 15 una jornada de acusaciones cruzadas. Barcina, que habló con Rubalcaba, trató en su comparecencia de personalizar la crisis en Jiménez y acusó a su hasta entonces vicepresidente primero de "caballo de Troya".

Jiménez anunció la propuesta de una comisión de investigación de las cuentas y acusó a Barcina de "cinismo" y de "avalar el muro de oscurantismo con el que nos hemos chocado".

Balance global: trasquilados y menguados

En la hemeroteca de aquellos días, destaca un análisis de Javier Encinas el 10 de junio, con un párrafo premonitorio para el medio y largo plazo: "No hay salida beneficiosa posible para ninguno de los líderes de UPN y PSN que sostienen este incongruente Ejecutivo y que a lo máximo que pueden aspirar es a atemperar las pérdidas".

Aquellos días Barcina y Jiménez comenzaban a escribir su epitafio político. Ninguno de los dos salió bien parado de esta crisis, y acabaron abandonando la política cuando la política les fue abandonando a ellos.

Ni Jiménez se recompuso en la oposición, ni Barcina se apuntaló en la presidencia. Más bien, todo lo contrario. El tercer nombre en discordia también salió malparado. El 22 de junio, Yolanda Barcina remodeló el Gobierno, y en la reestructuración prescindió de Álvaro Miranda. Lourdes Goicoechea le sustituyó como consejera de Economía, Hacienda, Industria y Empleo. En dicha remodelación entraron cuatro nuevos consejeros, Javier Morrás, Jesús Pejenaute, Luis Zarraluqui y el hoy presidente de UPN y sucesor de Barcina, Javier Esparza.

El tiempo ha mostrado que la ruptura de Gobierno de 2012 no se reducía a un asunto de cuitas personales, sino que tenía un trasfondo ideológico y estratégico importante. De hecho, fue el inicio de un cambio de arquitectura política que de momento se ha venido desarrollando durante dos legislaturas, pendiente de confirmarse en una tercera.

Aquel 2012 UPN y PSN comenzaron sendos trayectos muy delicados, aunque con capacidades de lectura asimétricas.

En la travesía en el desierto que pilota Javier Esparza. UPN ha intentado volver al Gobierno por el vial de la derecha, pero los números no dan. Ahora sufre una potencial fuga por cuantificar con el binomio Sayas y Adanero, y la posibilidad de que Vox aparezca por la esquina.

Mientras, María Chivite, sucesora de Jiménez, trazó una estrategia más certera para su partido, aderezada con una coyuntura muy favorable, en tanto que Sánchez accedió a la Moncloa y el efecto de las Generales de abril de 2019 hizo de preludio en las forales del mes siguiente. Tras una legislatura en la oposición, Chivite comanda un Gobierno desde la comodidad que no tuvo su antecesor, socio minoritario de Barcina. A sus 44 años le queda carrete en política. Pisa sobre la lógica de que resulta casi imposible de imaginar que la hoy presidenta pueda convertirse en vicepresidenta de Esparza. Los fantasmas del pasado sirven de recordatorio, lo mismo que la actual crisis económica, susceptible de ir a peor.