pamplona - En el año 1976, Guillermo (nombre ficticio) ingresó en el colegio de los Padres Reparadores de Puente la Reina. Apenas estuvo unos días mientras realizaba exámenes de cultura general para valorar el nivel de los recién llegados. En ese breve periodo de tiempo, con solo 12 o 13 años, abusaron de él. Uno de sus hermanos, que se quitó la vida hace unos años después de una larga enfermedad, le dejó escrita una carta en la que también relataba esos abusos por parte del padre Senosiáin, ya fallecido, durante su estancia en Puente la Reina. Y esta semana Guillermo ha decidido hacer pública su historia en Hoy por hoy de la Cadena Ser y en este periódico.

¿Por qué decide sacar a la luz estos abusos más de 40 años después?

-Esto se lleva en una mochila que pesa muchísimo, sobre todo cuando un hermano ha fallecido y se lo ha llevado sin poder hacerle justicia. Al final llega un momento en el que decides sacarlo, y esta cumbre del Vaticano me ha removido mucho. Éramos unos niños, y unos niños nunca son culpables de nada. Mi objetivo es honrar la memoria de mi hermano, sentirme mejor y hablar por tantos otros, porque no creo que seamos los únicos niños en esta situación. Y esto tiene que saberse. Por un lado siento que me estoy quitando una losa, o que esa losa pesa menos. También pienso que quizás lo tenía que haber hecho antes. Supongo que cuando no se ha sentido ni sufrido esto, es muy fácil decir, “¿y ahora a qué viene esto?”. Pero entonces el único camino que pude tomar fue el de curarme yo mismo y callar para no hacerle daño a mi madre. Ahora estoy más fuerte y lo hago por mí, por mi hermano y por todos los demás.

¿Le preocupa el daño que puede hacerle a la Iglesia o a la orden religiosa con su testimonio?

-Me gustaría dejar claro que yo no saco absolutamente nada material ni económico con esto. Y también quiero pedir perdón al colegio de Puente la Reina, porque efectivamente me doy cuenta de que les voy a hacer mucho daño, y seguramente los profesores de ahora lo estarán haciendo muy bien. No quiero destrozar a la Iglesia, ni entrar como un elefante en una cacharrería, ni hacer daño a nadie ni que paguen justos por pecadores. Pero los hechos son los que son.

¿Puede contarme esos hechos?

-El padre Senosiáin ejercía de médico en el colegio, y como con esa edad no has tenido ninguna experiencia sexual, no sabes ni que eso existe. Yo tenía fiebre, estaba malico en la cama y pensaba que me estaba curando. Y ahí fue cuando este sacerdote se aprovechó de mí. Eran habitaciones de muchas camas. Cuando él quería llegaba para ver si tenías fiebre. Y la fiebre te la miraba entre las piernas. Metía la mano en la cama y empezaba a tocarte, a sobarte... Como no tienes la maldad de calibrar que eso pueda ser lo que es, no llegas ni a pensar que son abusos. Te acuerdas y te das cuenta de lo que significa una vez que van pasando los años.

¿Los abusos se quedaron ahí?

-No. Empezó a reconocerme y me dijo que tenía que pasar a una habitación. No creo que sea relevante entrar en más detalles, pero en esa habitación abusó de mí. Antes de irme recuerdo que el padre Senosiáin me dijo: “Ojo con lo que ha pasado aquí”. Simplemente eso. Yo no lo comprendía. No entendía lo otro, ¿cómo iba a entender eso? Pero sí me daba cuenta de que pasaba algo que no era normal. Y sobre todo tenía mucho miedo.

¿Qué sucedió después?

-A la mañana siguiente le vi de nuevo, y me miró con la cara del mismo demonio. Me acobardé, empecé a quedarme hecho polvo. Entonces me acordé de que en muchos momentos del día sonaba un teléfono. Solo pensaba en llamar a mi madre. Empecé a buscar en despachos hasta que encontré un teléfono, fui deprisa y marqué. Se puso mi madre y le dije “mamá, si no vienes a buscarme me voy a ir de aquí y no me vas a ver más”. No dije nada más. No sé qué notó ni la sensación que tuvo mi madre aquel día, pero esa misma tarde se presentó en Puente la Reina y me recogió. Pero claro, traía a otro hermano en mi lugar.

Supongo que en aquella época no sería fácil contar lo sucedido...

-No conté nada a nadie porque realmente pensaba que esto solo me pasaba a mí. Y con los años me he dado cuenta de que si yo hubiese hablado, quizás mi hermano no hubiera soportado ese sufrimiento, porque lógicamente le hubiesen sacado del colegio. Pero, ¿quién te creía en el año 76? Hoy en día hay información, ayuda, asistentas sociales, organizaciones... hay absolutamente de todo. En 1976 no había nada y en los pueblos mandaba el alcalde, la Guardia Civil y la Iglesia. ¿Quién iba a creer a un puñetero crío? No hubiese tenido el apoyo de nadie.

¿Cómo ha llevado esta carga durante todos estos años?

-Con días mejores y días peores. En aquellos años me aferré a mi madre, me metí en sus faldas y no hacía nada sin ella. Los demás no lo veían normal, pero para mí era suficiente con tener a mi madre, su cariño y amor, porque además tenía la sensación de que me había salvado la vida. Me había rescatado. Tuve tanto miedo y tanto terror que me aferré a ella. Después fueron pasando los años y salí como pude de aquello. Es un proceso muy largo. A nosotros nos destrozaron una gran parte de la vida, sobre todo de la niñez y la adolescencia. Te matan. Es un paréntesis enorme en el que tú dejas de existir. Dejas de estar. Desapareces. Estás para tu madre y tus hermanos, pero no te sientes ni persona. No sientes ni padeces... es muy difícil de explicar. Es como un shock permanente donde nada tiene importancia ni sentido. Ni le das valor a los estudios ni a nada. Y te preguntas siempre ¿por qué? ¿por qué? Pero no tienes respuesta.

¿Cuándo llega a ser plenamennte consciente de aquellos abusos?

-A medida que llega la adolescencia empiezo a entender muchas acciones, como el abofetearte por tener las manos metidas en los bolsillos, mirar en el baño para ver si la gente se masturbaba... era así. O a ver por qué hay que coser a un niño con preguntas obscenas en el confesionario: “cuando te metes en la cama, ¿dónde metes las manos? ¿te tocas? ¿y cómo te tocas? ¿te gusta?”. Esto era general. Es una aberración que traten de ver el pecado en un niño que ni ha desarrollado el aspecto sexual. Con los años vas entendiendo, atando cabos y viendo la realidad de la monstruosidad, no solo de lo que me hizo, sino del día a día del colegio en aquel entonces. Con la cantidad de niños que estábamos allí de toda Navarra muchas veces pienso... cuántos otros no habrán callado también. No lo sé.

¿Y cómo se siente ahora, después de contarlo?

-Respiro mejor y me voy a la cama mejor, aunque están siendo unos días de muchos nervios. Te llama mucha gente, estás todo el rato con el tema y no es agradable. Pero la respuesta de los amigos y la familia no ha podido ser mejor. Ha sido una reacción superior a lo que me podía esperar, porque esto es muy gordo y hay quien puede reaccionar de muchas maneras. Me han ofrecido toda la ayuda, todo el apoyo y todo el cariño del mundo. Lo único que me queda por hacer es ofrecer mi ayuda, mi apoyo y compañía a otras personas que hayan pasado por esta situación. Estoy a su disposición. Y ahora lo que me gustaría hacer es abrazar a mi hermano y decirle, “perdóname por no haber hablado antes, porque tú también te comiste esto”. Me imagino a mi hermano, que era muy bromista, campechano y echado para adelante, diciéndome: “Muy bien gordo, con dos cojones”. Estoy seguro de que sería lo primero que me diría.