No llovía desde el mes 4 (abril); y la última vez que lo hizo más de dos días seguidos ni la recuerdan. Los niños salen de sus casas como balas para sentir el agua que cae del cielo, donde se dibuja un perfecto arco iris. Hay a quienes les asusta, pues tres días seguidos de precipitaciones no es algo común en una de las zonas más áridas del desierto del Sáhara. El olor a arena mojada impregna los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf (Argelia), donde, a pesar de lo extraordinario de la lluvia, cada vez son más frecuentes fenómenos extremos. El cambio climático se deja notar en todos los rincones del planeta, pero las consecuencias más devastadoras las suelen sufrir quienes están en peores condiciones.

Los niños siguen mojándose y corriendo bajo la lluvia. Mientras, los mayores se resguardan en sus jaimas, a ellos la lluvia les recuerda cómo muchas de sus casas se vinieron abajo tras las fuertes precipitaciones que arrasaron los campamentos hace cuatro años. Los pequeños nos animan a mirar por la ventana semejante fenómeno, sin entender bien que para los navarros la lluvia es el pan nuestro de cada día. A lo que no estamos tan acostumbrados es al sirocco -viento que levanta la arena-, que nos incordió la práctica totalidad de los días. Pero esa fue la única preocupación de los más de 60 navarros y navarras que bajamos a principios de mes a los campamentos saharauis de la mano de ANAS (Asociación Navarra Amigos del Sáhara) para conocer la realidad en la que vive un pueblo que lleva en el olvido del desierto más de 40 años, aguardando para poder volver a su legítima tierra. Un viaje, además, marcado por el alarmismo que el Gobierno español aireó dos días antes de emprender la marcha y que ha quedado totalmente desacreditado después de que hayamos vuelto sanos y salvos de un lugar en el que, se suponía, había “un riesgo inminente de atentado terrorista”.

Nada más lejos de la realidad. El intento por frenar la solidaridad con el pueblo saharaui no cuajó desde el minuto cero. Prácticamente la totalidad de las personas que iban a viajar de diferentes comunidades lo hicieron y los campamentos acogieron a casi medio millar de personas que se desplazaron desde distintos puntos del Estado. La estancia no fue diferente a otros años, ni se limitó en ningún momento el movimiento de los allí presentes. No obstante, las fuerzas del Frente Polisario y el Ejercito argelino -que desde un primer momento desmintieron las informaciones filtradas por el Ministerio de Asuntos Exteriores- reforzaron especialmente los accesos y alrededor de las wilayas para que los huéspedes nos sintiéramos más seguros si cabe.

congreso del polisario Amargo como la vida, suave como el amor y dulce como la muerte, es el leitmotiv que acompaña al té que los saharauis preparan a cualquier hora del día. Siempre es buen momento. Pero sentarse a tomar los tres tés -amargo, suave y dulce- no es un acto de simple ingesta, sino un ritual que sirve para entablar conversación y facilitar las relaciones. En casi todas estas ceremonias sale el tema de la alerta terrorista. La verdad es que no dura mucho y la conversación transcurre entre las críticas a los gobiernos español y marroquí y los agradecimientos que los saharauis nos dan a quienes nos hemos desplazado hasta allí. Un agradecimiento que nos transmitieron durante toda nuestra estancia por haber desafiado a la alerta del Ejecutivo, aunque nunca nos la llegásemos a creer. Pero ellos son así, hospitalarios y agradecidos por naturaleza, te ofrecen hasta lo que no tienen y se desviven por dar la mejor atención a quienes reciben en su casa.

Una vez queda claro que la alerta se debe a un intento por frenar la solidaridad con la causa saharaui, la conversación se encamina hacia el congreso que el Frente Polisario celebrará esta semana -del 19 al 23 de diciembre- en Tifariti. “Marruecos y España quieren hacer boicot al congreso y por eso han hecho estos avisos”, señala Hamad Salek, un joven que vive a medio camino entre Santander y el campamento de Auserd, mientras calienta el agua para el té. Y es que el momento actual es de vital importancia para el pueblo saharaui. El Polisario celebra su XV Congreso, crucial en su posicionamiento en el conflicto con Marruecos y también teniendo en cuenta el panorama político que les rodea: un proceso de crisis profunda en Argelia -su principal aliado y donde están ubicados los campamentos- y una situación de inestabilidad crónica en los países vecinos y en el Sahel agudizada por grupos terroristas. Así, tras el bloqueo del plan de paz de la ONU, el Polisario afronta su encuentro con todas las opciones encima de la mesa incluida, según ellos mismos, la vuelta a un conflicto armado, posición que debería ser refrendada por Argelia, el país que los acoge.

Hamad ofrece un vaso a su primo Jatri Salek, mitad té, mitad espuma, que lo aguanta en la mano esperando a que se enfríe. “No sé que se decidirá en el congreso, pero está claro que algo hay que hacer, llevamos más de 40 años de exilio y no nos podemos quedar para siempre aquí”, sostiene Jatri, que a sus 19 años ve fuera de los campamentos su única salida para poder ayudar a su familia. “Es triste, pero lo que te quitan con armas solo lo recuperas con armas. Tenemos derecho a volver a nuestra tierra, no queremos nacer y morir siendo refugiados en medio del desierto”, dice con pena tras dar un sorbo al té. Y es que la juventud saharaui es la que más presiona por acelerar algún tipo de solución, especialmente tras ver que el plan de la ONU de realizar un referéndum era papel mojado. Una generación que ha nacido como refugiada pero que ansía ser libre y a la que cada vez le pesa más el calor y la sequedad del desierto.

vacaciones en paz El mayor exponente de la esperanza que todavía queda en esos campamentos son, sin duda, las niñas y los niños. Sin comprender todavía porqué se ven obligados a jugar entre dunas llenas de chatarra y a comer menos de lo que les gustaría, llenan de alegría hasta la última jaima del desierto. Por las mañanas van a la escuela -algunos tienen que caminar casi una hora para ir a clase- y por las tardes se entretienen de cualquier forma, porque son niños que han aprendido a valorar hasta lo más insignificante.

Los campamentos no serían lo que son sin su presencia, pero en unas condiciones tan devastadoras no tienen la posibilidad de tener una infancia plena. Por ello, asociaciones como ANAS organizan el programa Vacaciones en Paz, una oportunidad para que los más pequeños puedan salir en verano de los campamentos y sean acogidos en familias navarras, y escapar así de unas condiciones climáticas muy duras. Durante esta semana sus familias de acogida han bajado a visitarles y para ellos son unos días especiales: algunos volverán el próximo verano, otros están con las ganas de estrenarse y otros, con la nostalgia de saber que ya no pueden volver, pero con la alegría de haber disfrutado de tres veranos inolvidables. Una experiencia que enriquece a niños y niñas y, más aún si cabe, a las familias que los acogen.