e fue a las 2.00 de la madrugada del 30 de marzo, el cumpleaños de uno de sus tres ahijados, sin casi darse cuenta de cómo su salud había empeorado en apenas 7 días. Javier Pérez-Nievas Abascal, de 86 años de edad, natural de Tudela, pero vecino toda su vida de la calle Carlos III de Pamplona, ha dejado un profundo hueco en su familia que, como tantas otras en todo Navarra (más de 200 a día de hoy), no pudo acompañarle en la incineración, ni en esos últimos días y apenas tuvo información durante todo el proceso. Fuera de las estadísticas, es un nombre, una persona como el resto del colectivo que se agrupa bajo la etiqueta "personas mayores" o "residentes" con los que señalamos al grupo más afectado por la pandemia. El hecho de que su figura salga hoy del anonimato es tanto un homenaje a él, lector y seguidor empedernido de DIARIO DE NOTICIAS, como al de todos aquellos y aquellas que vivieron durante años muy difíciles y otros felices y que, por las circunstancias, terminaron sus días aislados en residencias o en hospitales para acabar engrosando una cifra que pone los pelos de punta.

Mi tío Javi no era, al igual que el resto, un número más. Tuvo una vida detrás, una mujer (Maite), que murió en 2007, dos madres Tere y Marcela (además de la propia, Carmen Abascal), cuatro hermanos y una hermana, de los que solo quedan dos y una enorme familia. Tejió ilusiones, logró antojos, padeció preocupaciones, penas y vivió muchas alegrías pero, ante todo, tenía una legión de amigos, de buenos amigos, y miles de conocidos para quienes más que Javi era, simplemente, Matrako.

Javier Pérez-Nievas nació en la calle San Marcial de Tudela en mitad de la República (1933) y, quizás, buena parte de ese aire libertario marcó toda su existencia. Le encantaba la política y la gente pero, ante todo, era un apasionado de la vida de la que, cada día, extraía su jugo disfrutando como nadie de un txikito con los amigos, una cena con sus quintos en Zumaia, una comida en la Servicial, o con los amigos con los que solía viajar a Obanos. Pamplona, Tudela y Zumaia, ese triángulo marcó su vida y raro era que en alguna de las tres ciudades no tuviera una cita, una cuadrilla o una invitación pendiente.

De profesión Ingeniero, su perfil, sus andares y pequeña estatura eran perfectamente reconocibles por lo viejo de Pamplona; no son pocas las fotos que atesoran sus más de cuatro decenas de sobrinos y sobrinas (repartidos por todo el mundo) guardan de él de fiesta, corriendo el encierro, en comidas o en celebraciones. No había mayor valor para él en la vida que sus sobrinos y sobrinas. "Disfrutó de ella a tope, pero también hizo disfrutar mucho a mucha gente. Llevaba una vida bastante independiente, siempre tenía a alguien con quien quedar o a quien invitar. Es cierto que le gustaba mucho la gente pero cuando quería independencia ya no existía nadie", explica su cuñada Marita. Dada su delicada salud, desde siempre, una de sus mayores características era la de saber adaptarse a los cambios que le marcaba la vida, y disfrutar cada momento como si fuera el último, no en vano era habitual oírle decir "si me quedan dos meses, pues dos meses, pero yo cambiar de vida es lo último", y siguió esa máxima a rajatabla.

Apreciaba como nadie las buenas comidas, las discusiones políticas (también con algunos de sus sobrinos), fumar o beber, cosas que siguió haciendo hasta hace bien poco. Su hermana Maite no duda en asegurar que "era un viva la Virgen. Salía de todas las enfermedades. Tiene operación de estómago, de cadera, cogió una infección en el hospital, tuvo un infarto, era diabético, cataratas, pero, eso sí, no se privaba de nada. Hizo siempre de su capa un sallo y ha vivido como él ha querido, a lo grande". Su casa en la calle Carlos III era el centro neurálgico para los sobrinos en tiempos sanfermineros, vinieran de Estados Unidos, Galicia, Madrid o Navarra, pero también, durante el año, no era extraña su presencia para comer o cenar.

Tras quedarse viudo de Maite Cunchillos todo cambió, tuvo que abandonar su casa y mudarse a un piso tutelado donde estaba con un pájaro en una jaula y en cuanto podía echaba a volar. No era extraño que recibiera a sobrinos con sus hijos para ver partidos de Osasuna, mientras les agasajaba con palomitas, jamón o chorizo. Hace unos 7 meses, una rotura de cadera marcó el final de su libertad y acabó en Tudela en la residencia Torre Monreal para tratar de recuperarse. Tan conocido era que cuando la ambulancia le recogió en Pamplona para llevarlo a Tudela el sanitario que vino a recogerlo le espetó "¡no me jodas, pero si es el Matrako!", recuerda su hermana Maite.

De nuevo, su poder camaleónico hizo que se adaptara a esta circunstancia y volvió a disfrutar. "Se adaptaba siempre a sus cambios vitales, en definitiva lo que le apasionaba era vivir", de hecho no paró de recibir visitas durante su estancia y se reencontró con amigos y amigas de su etapa tudelana y muchos sobrinonietos a los que había perdido la pista. "Si le contabas algo de Tudela resulta que ya lo sabía porque no se quién se lo había contado antes€ ¡Si cuando vivía en Pamplona nos contaba todo lo que pasaba en Tudela: noviazgos, separaciones, bodas€!". Durante todo ese tiempo, la lectura era su mejor compañera y devoraba el periódico.

Con las restricciones decretadas para las residencias de ancianos, el día 11 de marzo fue el último en que recibió visitas y a partir de ahí la información llegaba por teléfono. Su compañero de habitación tuvo fiebre y tosía, un día les aislaron a los dos y al poco tiempo le dejaron solo en una habitación, lo que le enfadó, porque ya no podía acceder al periódico y porque no podía hablar con nadie. En ese tiempo, alguno de sus sobrinos trató de llevarle DIARIO DE NOTICIAS para que se entretuviera, pero la Guardia Civil, al segundo día, detuvo ese intento, "puede pasar sin leer la prensa. Si está atendido y tiene comida no es primera necesidad", dijeron. No sabían lo que la lectura del periódico era para Matrako.

Tanto Maite como Marita hablaron por teléfono con él por última vez el viernes 27 por la noche, porque el sábado de madrugada lo llevaron al hospital y ya fue todo vertiginoso. En una de sus últimas conversaciones telefónicas con otro de sus ahijados, Javier, haciendo un símil con la mar, que tanto le apasionaba, le indicó "me parece tocayo que hasta aquí llegó la marea". En el Reina Sofía pasó 8 horas y volvió sedado y con cuidados paliativos. Murió en la madrugada del 30 de marzo y ese mismo día un sobrino recogió las cenizas para, cuando pase todo, poder celebrar entre todos, a lo grande como él se merecía, haber conocido a Matrako. Maite y Marita siguieron de cerca su estado y lamentan la poca información que han tenido, derivado de la situación que se está viviendo. Finalmente murió en la propia residencia de una doble neumonía en los pulmones. Sus pertenencias permanecen aún en la residencia a la espera de que pase el estado de alarma, la calma retorne y se puedan recoger. En este tiempo el número de fallecidos en las residencias de Tudela supera la cifra de 12 y en cada esquela se repite el desolador "debido a las recomendaciones establecidas por Sanidad y tratando de evitar la propagación del COVID-19, la familia guardará luto en la intimidad". Agur, Matrako, goian bego!.